Las cinco facetas de Orlando Sierra Hernández

Se cumplen 15 años del asesinato del subdirector del diario “La Patria”, de Manizales. Cinco personas lo recuerdan como escritor, periodista, jefe, docente y hombre.

Alexánder Marín Correa (jamarin@elespectador.com)
06 de febrero de 2017 - 12:39 a. m.
Diario La Patria
Diario La Patria
Foto: Rodríguez Penagos, Sandra Patricia

Han pasado 15 años desde que mataron a un grande del periodismo en Caldas, a Orlando Sierra Hernández… el columnista, el escritor, el docente, el amigo, el jefe, el hombre. Una voz fuerte y clara que se consolidó en el periódico La Patria. Lo conocí el 3 de septiembre de 2001, cuando llegué al periódico de Manizales como practicante. En mi primer consejo de redacción me vi en medio de profesionales apasionados por el oficio, que discutían cada artículo, que explicaban en un tablero y que, de cada error publicado, salía una lección, en vez de un reproche. La cita era a las 8:30 a.m. y la redacción en pleno se ubicaba alrededor de una larga mesa, que él encabezaba. Fui testigo de acalorados debates en los que todos, hasta el aprendiz, podía opinar.

Sólo alcancé a tenerlo cinco meses como jefe, hasta ese fatal 30 de enero, cuando el sicario Luis Fernando Soto Zapata lo atacó al frente del periódico. Desde el mismo momento, las sospechas apuntaron a Ferney Tapasco, presidente del Partido Liberal en Caldas, como el autor intelectual.

Año y medio después, como periodista judicial de La Patria, le hice seguimiento a la lenta investigación, a los vaivenes del expediente entre Manizales y Bogotá, y cómo la justicia parecía conforme con la condena del sicario y dos intermediarios (alias Tilín y alias Pereque), mientras el determinador seguía libre, haciendo política.

Entrevisté a varios involucrados. A Luis Francisco Quintero Tabares, alias Tilín, jefe de sicarios de la plaza de mercado de Manizales y quien le encomendó “la vuelta” a uno de los asesinos. A pesar de estar condenado, insistía en que era un simple chivo expiatorio. También al sicario, quien luego de pagar sólo cinco años de prisión por el crimen, sacó tiempo para hablar por teléfono y decir que no era un asesino a sueldo, que había disparado contra Orlando por error.

Incluso, con paramilitares como Ernesto Báez y Alberto Guerrero, sujetos que a pesar de haber tenido nexos con el autor intelectual y de conocer los detalles más íntimos del hampa en Caldas, decían que Tapasco era inocente.

Hoy, 15 años después del asesinato, el resumen de este caso es que han matado a casi 20 personas que intentaron declarar en la investigación; que el sicario Soto Zapata, a los seis meses de haber salido de prisión, fue abatido en medio de una persecución policial en Cali, luego de matar a un comerciante; que Tilín finalmente delató a Tapasco y a sus cómplices, y que con ellos la justicia suma seis condenados.

Pese a todo, el caso sigue abierto. En la Corte Suprema se encuentra la casación que presentó el autor intelectual, quien insiste en su inocencia. Está en manos de los magistrados decidir si el asesinato de Orlando es el primero en el que se condena a toda la cadena criminal o si será otro más en el que nunca se sabrá quién dio la sentencia de muerte.

Para quienes no conocieron a Orlando, aquí cinco facetas del periodista, el escritor, el jefe, el amigo, el hombre.

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El escritor

Octavio Escobar *

Orlando Sierra era un apasionado. Lejano de los deportes, en sus últimos años era el hincha número uno del Once Caldas, arrastrado por otra de sus pasiones, el periodismo. Poeta consagrado casi desde la adolescencia, contuvo los versos por temor a la trivialidad, a repetirse, a ser uno más, y empezó a encontrar otra voz a través de la novela. Infortunadamente muy pocos pudimos leer La estación de los sueños, pequeña joya publicada en edición bilingüe por la Maison des écrivans et traducteurs de Saint Nazaire, residencia artística destinada a escritores de la talla de Ricardo Piglia y Nicanor Parra, para sólo mencionar latinoamericanos. Otras novelas aguardan en sus archivos, y las mejores, las que hubiera podido imaginar sobre esa Colombia de las últimas décadas, cuyos dramas y contradicciones lo hubieran fascinado, se han perdido para siempre.

También se perdieron las observaciones y los comentarios de un lector minucioso y reflexivo, capaz de memorizar, por ejemplo, Cien años de soledad, y de entrever los recursos narrativos más ocultos. Caprichoso como pocos, se empecinaba en buscar nuevos rumbos para la poesía amorosa, consciente del riesgo que implicaba reincidir en el tema de siempre. Pero un enamorado eterno de las mujeres no podía obrar de otra manera. “Sé que hay una edad / en que se empieza amar sin impaciencias. // No aspiro a ella. // Que nunca deje de levitar mi corazón”, reza uno de sus poemas. Con dolor y con rabia hay que decir que de su empeño en combatir la corrupción hablan los hechos.

* Escritor

El hombre

Gloria Luz Ángel Echeverri *

Entre las muchas cualidades que tenía Orlando Sierra Hernández como ser humano estaba su gran humor espontáneo, negro e inteligente. Tenía mucho de niño en su alma y algo de “payasito” en sus gestos. Era lo que hacía que uno le tolerara sus momentos de mal genio. Podía dar gritos y tirar zapatos, pero casi al mismo tiempo pedir perdón a la persona a quien iban dirigidos o contarle un chiste o hacer caras.

Sus pasiones eran el fútbol, la lectura, escribir novelas y poesía y hablar con la gente. Era común verlo conversar con el embolador, el de la cafetería, el mensajero, el vendedor de dulces, o con cualquier persona del común que se encontraba en sus largas caminatas por las calles de Manizales desde donde observaba la vida cotidiana, al igual que desde las busetas, con su mirada de filósofo de lenguaje sencillo.

Curiosamente, a pesar de que se sabía la letra de muchas canciones, la música no era su fuerte; para él era lo mismo un tango que una cumbia, lo importante eran las letras, no la melodía.

Era de carácter rebelde y tenía gran apego a la verdad y a la libertad. Además era un ser inquieto, curioso, responsable, comprometido, lo que lo llevaba a cuestionarse a sí mismo y a los demás. Su sed por la lectura y el respeto por lo escrito lo acompañaron durante sus 42 años. A Orlando siempre se le veía con un libro en las manos. Leía a diario, poco o mucho, porque decía: “Tengo que leer para no quedarme bruto hoy”. Subrayaba sus libros y les hacía apuntes al pie del párrafo que le interesaba o en las últimas hojas cuando ya no le quedaba espacio dónde anotar. Era un ser humano en todo el sentido de la palabra.

* Periodista.

Columnista frentero

Adriana Villegas Botero *

“Punto de encuentro”, la columna dominical de Orlando Sierra Hernández, apareció en La Patria en 1994 y se sostuvo hasta su homicidio. Contó con el respaldo de su periódico, pero con la oposición de muchos poderosos que aparecieron con nombre y apellido en sus textos, en una ciudad como Manizales, en la que es difícil hacer denuncias locales sin afectar a personas del círculo laboral, familiar o social.

Orlando fue dos columnistas en uno: a veces sus textos eran juguetones. Escribió sobre el chicharrón, la mamá, el horóscopo, el pesebre, los plomeros, el amigo secreto... Allí hacía gala de su talento literario y su fino humor. Pero lo mataron por las otras columnas, las que denunciaban la corrupción política local sin eufemismos. No les decía posverdad a las mentiras ni llamaba polémicos empresarios a los bandidos.

A la familia Yepes Alzate la calificó de nepotista. Al actual alcalde de Manizales, Octavio Cardona, lo definió como “un mandadero con título de abogado y cargo público”. De Adriana Franco Castaño, quien hoy trabaja en la Fiscalía en Justicia Transicional, dijo que era “algo así como la pajiza de la arbitrariedad”. Sobre Luis Guillermo Giraldo Hurtado escribió que “no ha terminado de limar sus viejas garras de lobo” y que es “un hombre de principios al menudeo”. De la actual contralora de Manizales, Cristina Jaramillo, denunció que cuando ejercía como subcontralora le prestaba su oficina a Ferney Tapasco, “apropiándose de un despacho oficial, quien era un particular”. Tapasco, el expresidente de la Asamblea Departamental de Caldas por el Partido Liberal que en 2015 fue condenado como autor intelectual del homicidio de Orlando.

Pero sus dardos no se dirigían sólo contra funcionarios. Calificaba de “facilista y pusilánime una ‘indignación’ que no pasa de una llamada telefónica a la dirección de un periódico”, reclamando la actitud de quien espera que los periodistas pongan el pecho frente a denuncias que otros no se atreven a hacer. Señaló que 40 periodistas de Manizales tenían contratos con la Gobernación, y su independencia le permitió incluso escribir “discrepo del director de este diario”, es decir, de su jefe. Sus columnas eran una mezcla de precisión, valentía, humor y cultura popular. El homicidio de este intelectual íntegro dejó huérfanos a los lectores de ese “Punto de encuentro” de principios éticos que hoy se reclaman.

* Directora del programa de comunicación social de la Universidad de Manizales.

El jefe

Carlos Augusto Jaramillo *

Orlando era inspirador y contagioso, la redacción andaba a su ritmo, en los consejos de redacción revisábamos el periódico con lupa y recibíamos por igual felicitaciones y críticas. Tenía un sentido del humor agudísimo, pero blanco, los periodistas reíamos constantemente con él, y un genio que era mejor no tocar. Cuando algo no le gustaba de alguno tenía un rosario de improperios capaz de sonrojar incluso a los más veteranos. Alguna vez comentó que le había dado un artículo mío a su perro y lo había vomitado. Todos rieron, menos yo, por supuesto.

Cuando el asunto no quedaba zanjado, con palabras esgrimía un zapato y sabíamos que era hora de correr. Hoy en día suena sádico, en la época era divertidísimo verlo correr con un solo zapato detrás de alguno al que casi nunca alcanzaba y terminaba por lanzarlo por lo general con mala puntería. Diez minutos después nadie estaba haciendo pucheros, volvíamos al trabajo, y Orlando y el agredido como si nada.

Tenía una capacidad increíble para desbaratar un texto mediocre, convertirlo en pequeñas partes y volverlo a armar con un nuevo aire. Mejoraba lo que tocaba. Pero además enseñaba: “Esto es muy pobre, faltan datos, llame otra vez a la fuente”; “por qué puso lo mejor en el tercer párrafo, es mejor empezar por ahí”; “esta frase no es importante, no la deje entre comillas, parafraséela.”; “Cuando usted escribe ‘muchos’ o ‘pocos’ o ‘todo’ o estas pendejadas es porque faltan datos, búsquelos”.

El mundo ha cambiado, es posible que su liderazgo hoy no fuera visto con buenos ojos o que él mismo hubiese cambiado, pero había en él lo que todavía importa cuando se trata de seguir a alguien: honestidad y compromiso con los suyos. No dejaba atrás a ninguno. Con él se aprendía o se aprendía, nos dio valor a pesar de nosotros mismos.

* Gerente Agencia Cultural Banco de la República en Manizales.

 

El docente

Johanna Velásquez Gómez *

Fui alumna de Orlando Sierra y aunque no ejerzo como periodista, puedo decir que tenerlo como profesor de periodismo de opinión fue uno de los privilegios de mi vida académica. Estoy segura de que todos los que estuvimos compartiendo un aula de clase coincidiremos en que, además de ser gran profesor, era un gran ser humano.

Recuerdo cómo nos insistía en la lectura. Tanto era su afán y dedicación por sacarnos de la ignorancia, que llevaba sus libros en costales para que escogiéramos qué leer y así no tener el pretexto de la imposición literaria o la falta de dinero. ¿Quién se arriesga a prestar sus libros a unos universitarios? Lo dio todo en sus clases y con sus enseñanzas, generosidad y carisma marcó mi vida.

Nos retaba a investigar con el anzuelo de la curiosidad, nos llamaba cariñosamente “indios ladinos” y aunque tenía un carácter divertido, se mostraba serio cuando emitíamos una opinión sin argumentos sensatos.

Sus anécdotas siempre nos dejaban una enseñanza, como el día que mencionó a Santa Nafisa o Nefixa -como se le conoce en otros contextos-, que generó controversia y enriquecedoras conversaciones, todo para enseñarnos la importancia de leer la historia y no prejuzgar desde lo desconocido. Sus clases eran amenas e incitaban a la participación y el debate respetuoso.

Con su muerte no sólo perdió el periodismo, también la academia y las nuevas generaciones que están construyendo país a través de este oficio. Su valentía y lucidez por exigir respeto de lo público no se limitaban al trabajo en el periódico, sino también a educar y regañar desde la academia para que sus ingenuos “indios ladinos” tuvieran la valentía de leer libros y el contexto que los rodeaba. Hay muchos recuerdos del Orlando profesor, que se empañan con el dolor que trajo su asesinato.

 * Comunicadora social.

Por Alexánder Marín Correa (jamarin@elespectador.com)

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