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Los 200 de Barranquilla

Reconstrucción de la historia de la cuarta ciudad más grande del país, de la mano de los relatos de fray Pedro Aguado y Domingo Malabet.

Jaime de La Hoz Simanca /Especial para el Espectador
06 de abril de 2013 - 09:00 p. m.
El muelle de Puerto Colombia fue punto de partida del desarrollo de Barranquilla a finales del siglo XIX. Hoy se cae a pedazos. / Fotos: Archivo particular
El muelle de Puerto Colombia fue punto de partida del desarrollo de Barranquilla a finales del siglo XIX. Hoy se cae a pedazos. / Fotos: Archivo particular

Dos cronistas escribieron sobre la fundación de Barranquilla antes y después de que la ciudad de Esthercita Forero y Édgar Rentería se erigiera en Villa el 7 de abril de 1813, hace exactamente 200 años. El primero fue fray Pedro Aguado, un oscuro doctor en teología y matemáticas que mezcló en sus relatos la ficción con la realidad. De allí que muchas de sus descripciones sobre las conquistas en el Nuevo Reino de Granada estén matizadas con delirio, fantasías y percepciones hiperbólicas no exentas de dudas.

El misionero Aguado estuvo en América 70 años después del descubrimiento y, luego de su paso por la Región Caribe colombiana, contó de la existencia de indígenas cerca de la desembocadura del río Magdalena, hoy conocida como Bocas de Ceniza, ese punto de aguas diversas desde donde fue emergiendo esta inmensa urbe de cemento que se proyecta en medio del canto vivo de Joe Arroyo: “En Barranquilla me quedo”.

El segundo cronista fue Domingo Malabet, quien publicó en 1876 un compendio histórico, reproducido en 1911 por Imprenta El Siglo, en el que afirma que la fundación de Barranquilla ocurrió en la segunda década de los años 1600: “La mayor parte del ganado que salió de Galapa tomó rumbo hacia el norte, trasmontó la sierra y descendió hasta el lugar escogido instintivamente por el ganado, y llegó a ser el punto común de estancia de todos los ganaderos, quienes obligados a pasar aquí aquel prolongado verano tuvieron que construir allí algunas habitaciones. Así comenzó la existencia del lugar llamado Camacho. Ocurrió allá por los años de 1620”.

La anterior hipótesis, con resonante eco en otros historiadores, pero calificada en épocas modernas como romántica y bucólica, fue la que más se sostuvo en el tiempo, pues se repitió como espejo en los colegios de bachillerato hasta que rigurosas investigaciones abrieron espacios a teorías más creíbles, no obstante los intersticios por donde siguen filtrándose las incertidumbres.

Ciudades como Cartagena, Santa Marta, Valledupar, Bogotá, entre otras, están edificadas a partir del festejo de una fundación remota. Los historiadores y documentos de la época describen con detalles aquellos actos rituales de espadas desenvainadas, cruces y evangelios, misas y frailes. Así, se conoce de la fundación de Cartagena de Poniente el 1° de junio de 1533, después de que Pedro de Heredia desembarcara en la bahía 4 meses antes sin conocer, entonces, que bien pudo fundar a Barranquilla cuando logró aproximarse a un atracadero de canoas cerca de lo que más tarde sería la Villa de Barlovento. Su sangrienta gloria se hundiría en mitad del océano junto a la embarcación que lo llevaba de regreso a España.

Se sabe, aunque con menos precisión, pues no existe el acta, de la fundación de Santa Marta el 29 de julio de 1525 por obra y gracia de Rodrigo de Bastidas, un navegante sevillano que no sólo descubrió la desembocadura del río Magdalena, sino que se fue a morir con su estela de difuntos a Santiago de Cuba.

A la ciudad de los Santos Reyes del Valle de Upar llegó el conquistador español Hernando de Santana y la fundó, con la ayuda del cacique Upar, el 6 de enero de 1550. Y el 6 de agosto de 1538, Gonzalo Jiménez de Quesada, en nombre del emperador Carlos V, fundó Santafé de Bogotá.

Barranquilla, en cambio, debió esperar más de 250 años para enarbolar un título que fue otorgado el 7 de abril de 1813 por el gobernador de Cartagena de Indias, el criollo Manuel Rodríguez Torices, abogado y periodista que tres años después fue ejecutado en Bogotá junto al prócer Camilo Torres Tenorio.

A sus 99 años y seis meses cumplidos, Cástulo Molina recibe todos los días noticias sobre el muelle de Puerto Colombia, construcción que se cae a pedazos, pero punto de partida principal en el que se fundamenta el desarrollo de Barranquilla desde finales del siglo XIX, cuando se inauguró esa culebra de cemento y hierro.

En medio de su lucidez, Cástulo escucha hablar de la conmemoración del Bicentenario y sabe, porque le cuentan, que la ciudad está engalanada con los colores amarillos, verde y rojo, que las banderas ondean por calles y callejuelas, y que miles de vehículos transitan por una urbe moderna que muchos asimilan a una selva de cemento de respiraderos cortos y de cada vez menos oxígeno. Pero él está convencido de que esta Barranquilla de los 200 años, pionera de la radio, la aviación, la telefonía y la navegación fluvial y marítima, debe su progreso al muelle que él y su familia ayudaron a construir.

Ahora repite sin cesar que al comenzar el año 1888 se habilitó un muelle de madera que a los pocos meses las embestidas del mar destruyeron para siempre; que la terminación de las obras de los tajamares de Bocas de Ceniza, en la desembocadura del río Magdalena, en 1936, representó la primera muerte del verdadero muelle; que por allí llegaba un ferrocarril que garantizaba la conexión con la legendaria Estación Montoya, al lado de la Aduana, en el corazón de Barranquilla, y que ahora —también repite—, asisten a la última muerte de lo que fue el tercer muelle más largo del mundo después del South End y el Southport, ambos de Inglaterra.

El muelle de Puerto Colombia va más allá de la historia y trasciende los nombres de Francisco Javier Cisneros, John B. Dougherty, Joe Matheus, entre otras figuras que lo construyeron. Esa mole que penetra el mar es más que la música cubana que llegaba en los buques después de largas travesías.

Antes, recuerda Cástulo, aquella casilla carcomida en la punta del muelle, a la que nadie llega, funcionaba con sus dos plantas: la de arriba, adornada con banderas de diversos países que flameaban al viento mientras los buques se acercaban hasta el atracadero, y la de abajo, con sus oficinas de correo engrandecidas por el vuelo del 18 de junio de 1919 entre Barranquilla y Puerto Colombia que dio origen en Colombia y América al servicio del correo aéreo.

Y mucho antes, en los tiempos de esplendor, el muelle fue la puerta de entrada de disímiles culturas y personas de Turquía, Líbano, Palestina, Arabia, Israel y Europa, que desembarcaron con el optimismo a cuestas y se instalaron en el corazón de Barranquilla, ciudad que aceleró su crecimiento hasta convertirse hoy en una inmensa y caótica metrópoli de contrastes.

El historiador Helkin Núñez Cabarcas, coordinador de procesos técnicos del Archivo Histórico del Atlántico, se alegra con el Bicentenario de Barranquilla, pero dice que la celebración debió hacerse el 3 de abril.

“La fecha podría entrar en la categoría del mito —afirma—. El 3 de abril de 1813 el Estado Soberano de Bolívar elevó a la categoría de Villa a Barranquilla, abonándole también ser la capital del departamento de Barlovento o Tierra Adentro. El decreto llegó a la naciente Villa a los cuatro días de haberse aprobado su erección como tal por la Cámara de Representantes del Estado de Cartagena de Indias. Tal documento, leído en voz alta, fue entregado en el Cuartel General del Ejército de Observación, fechado el día 7 de abril de 1813 y firmado por Manuel Rodríguez Torices, presidente y gobernador del Estado, y su secretario Simón Burgos”.

Núñez llama también mito a la condición de pionera de la aviación en Colombia que reclama Barranquilla. Según él, la pionera es Santa Marta, donde se realizó el primer vuelo.

“A su llegada a Colombia —explica—, George Schmit comunica, vía telegrama, que en la mañana del 9 de diciembre de 1912 su aeroplano llegó a la altura de mil pies, paseándose por encima de la ciudad de Santa Marta. Por vía vapor frutero, su siguiente destino sería Barranquilla. En efecto, el vuelo lo realizó en La Arenosa el día 29 de diciembre de 1912”.

Y más allá de su intención de derrumbar mitos, Núñez señala que el Bicentenario se celebra en una Barranquilla desordenada en el aspecto urbano, sin planeamiento serio hacia el futuro ni una expansión territorial acorde con sus necesidades. “No utiliza adecuadamente su área metropolitana”, agrega. “La ciudad está perdiendo credibilidad moral y cívica”, remata.

ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

BARRANQUILLA

Por Jaime de La Hoz Simanca /Especial para el Espectador

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