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Los 'ángeles' de la Curramba

Las fundaciones del Carnaval de Barranquilla rescataron del olvido las agrupaciones más tradicionales . Les lanzaron un salvavidas para preservar el legado y evitar su extinción.

Juan David Moreno B. /
23 de febrero de 2014 - 12:08 p. m.

El ocaso del Carnaval había llegado hace unos 13 años. Todos los males parecían juntarse al mismo tiempo. Sus participantes recuerdan que los grupos se segregaron, muchos andaban por su lado y cuando los de un barrio llegaban a ensayar, los de otro se iban de inmediato. Algunos comentan que se trataba de una guerra de egos. Pero el problema iba mucho más allá. La fiesta de Barranquilla se apagaba tras bambalinas.

Así lo vivió Isabel Muñoz, directora de la tradicional comparsa Negrita Puloy, quien durante los 50 años que ha formado parte de la celebración no recuerda una época tan difícil como aquella. “Eso no era todo. Uno veía a los grupos mal vestidos. La gente ya no quería ver los congos porque lucían muy mal, andaban descalzos o con chancletas y los colores de sus ropas eran apagados. No tenían plata para algo mejor”. El grupo de Isabel tampoco era ajeno a esa dificultad. Ella había sido atropellada por un camión y por poco le amputan su pierna. La magia fascinante de los bailes y cantos propios de las palenqueras que venden ‘caballitos’ y ‘alegrías’ en las calles parecía sofocarse.

La crisis estalló como pólvora hasta que se convirtió en tema de conversación en la ciudad. Poco a poco, entre las fracturas y la escasez de recursos, aparecieron lo que los congos llaman ‘los ángeles del Carnaval’. “Son las señoras que se encargan de capacitar a los participantes y de recoger los recursos para que la fiesta se preserve”, cuenta Edaida Orozco, directora del grupo de bailarines del Paloteo Bolivariano Sur-Oriental del barrio Rebolo.

Hasta los puntos de ensayo llegaron los ‘ángeles’, quienes en realidad son las trabajadoras sociales y los miembros de la Fundación Mario Santo Domingo. Ellos corroboraron el estado en el que se encontraban las agrupaciones: estaban desaliñadas y la coreografías descoordinadas.

A partir de ese momento, en 2001, decidieron emprender un trabajo de fondo: realizaron visitas domiciliarias para conocer la situación económica de los curramberos y construyeron una base de datos en la que incluían las necesidades de cada uno .

Con base en ese diagnóstico, los capacitaron en tallado de máscaras y en manufactura de flores. Posteriormente, tuvieron en cuenta el oficio de los hacedores y actores, y crearon el programa Microempresas del Carnaval, en el que les ofrecen servicios financieros para desarrollar una actividad económica que asegure su sustento en épocas distintas al evento. A la fecha, las donaciones suman $400 millones y los productos microfinancieros más de $2.100 millones.

“A mí me daban las telas, lo que necesitara. Y si no las requería, como cambio de vestuario cada dos o tres años, me ayudaban con la música. Ya somos unas negritas Puloy elegantes, que ya son abogadas, médicas… Hemos ido evolucionando con el paso de los años gracias al Carnaval”, dice Isabel, de 64 años, quien además reconoce que desde entonces las diferencias se eliminaron y se volvieron más unidos.

“Se quería garantizar la participación de los grupos culturales de zonas vulnerables en el certamen para salvaguardar las danzas más tradicionales en vías de extinción o en riesgo de desaparecer”, relata uno de los ‘ángeles’ que ha acompañado el proceso desde sus inicios.

Al ver aquel trabajo, las demás instituciones se sumaron a la iniciativa, entre ellas la Fundación Carnaval de Barranquilla, la Universidad del Norte, la Cámara de Comercio, así como la empresa privada. Entre todos crearon Adopte la tradición, una fundación que recoge todo el trabajo realizado desde los días de la crisis.

Coincidencia o no, dos años después el Carnaval de Barranquilla fue proclamado por la Unesco como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por reunir las expresiones emblemáticas de la memoria e identidad de la Puerta de Oro.

Ahora, cada año, los ‘ángeles’ se multiplican en las calles. Los tambores retumban y la fiesta se enciende cada vez que entran al barrio o tocan las puertas de sus salas de ensayo. La celebración se torna inacabable.

jmoreno@elespectador.com

Por Juan David Moreno B. /

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