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Los maestros de Guillermo Cano

Luis Eduardo Nieto Caballero y Eduardo Zalamea Borda fueron cruciales en la formación del exdirector de El Espectador.

Redacción El Espectador
15 de septiembre de 2016 - 04:40 p. m.
Guillermo Cano, Eduardo Zalamea y Luis Eduardo Nieto. / Archivo -  El Espectador
Guillermo Cano, Eduardo Zalamea y Luis Eduardo Nieto. / Archivo - El Espectador

Cuando se habla de los maestros de Guillermo Cano, además de su familia, hay dos personajes cruciales para su formación profesional: Luis Eduardo Nieto Caballero y Eduardo Zalamea Borda. Del primero cabe decir que desde 1915 fue alma y nervio de El Espectador. Pero además, su café Windsor situado en la calle 13 con carrera séptima en Bogotá, fue por mucho tiempo epicentro intelectual y político de varias generaciones de intelectuales y periodistas de los años 20 y 30 en Colombia.  (Lea: Así nació El Espectador)
 
Años después, el periodista Lino Gil Jaramillo lo incluyó en un libro clave para entender la historia de El Espectador: “Tripulantes de un barco de papel”. De Luis Eduardo Nieto,  Jaramillo escribió que siempre fue un lector infatigable y que en una misma edición perfectamente redactaba el editorial, un estudio literario, una glosa breve sobre algún tema  o alguna replica polémica. Falleció en abril de 1957 después de dejar una vasta obra periodística, casi toda asociada a sus escritos en El Espectador.  (Lea: 30 años sin Guillermo Cano)
 
El otro maestro de Guillermo Cano fue Eduardo Zalamea Borda. Un intelectual que a sus 23 años ya era nacionalmente conocido. Por su novela “Cuatro años a bordo de mí mismo”. Primero escribió en el vespertino La Tarde. Después fue jefe de redacción de El Liberal, pero más tarde se convirtió en el editorialista por excelencia de El Espectador. Con su propia firma y con su seudónimo “Ulises”. Fue director del Archivo Nacional y cofundador del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB). (Le puede interesar: La redacción que recibió a Guillermo Cano)
 
Durante los años 40 y 50, Zalamea fue el referente obligatorio de los lectores de El Espectador.  En aquellos tiempos, fue autor de una inolvidable frase que se repetía en el diario y que él pronunció durante una conferencia de prensa en Londres: “En El Espectador estamos haciendo el mejor periódico del mundo”. A sus 55 años, falleció el 13 de septiembre de 1963 en Bogotá y, como escribió el poeta de la casa Ciro Mendía, “murió en olor de tinta y escritura, una mañana negra de censura, mirando sollozar la rotativa”. 
 

Por Redacción El Espectador

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