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Los poderes de las marchas en Colombia

Las marchas del 9 de abril produjeron una reorganización del juego político en nuestro país cuyas consecuencias en el proceso de paz y en las próximas elecciones serán decisivas.

Richard Tamayo Prieto* (Especial para El Espectador)
12 de abril de 2013 - 11:56 a. m.

Lo primero que habría que resaltar de lo ocurrido el 9A es que no hubo una sola marcha, por lo que poner como referente el 4F no pasa de ser una estrategia de deslegitimación y cooptación política del uribismo. Lo que saltó a la vista el pasado martes fue un conjunto variopinto de partidos, agremiaciones, asociaciones y movimientos sociales con los más heterogéneos intereses políticos, marchando cada uno por sus demandas propias y parciales. Si bien unas demandas resultaban más concretas, consistentes y evidentes que otras, era clarísimo que no había un mensaje unitario ni homogéneo.

Esto explica que menos personas salieran este día a marchar respecto a otras marchas históricas que recuerda Colombia. Mientras en el 4F era clarísimo el mensaje contra las Farc, el 9A unos marcharon para apoyar el proceso de paz, otros para homenajear a las víctimas, otros tantos contra las Farc, otros contra "la" violencia e incluso por los derechos de las población LGBTI y la legalización de las drogas.

Ante la ausencia de un mensaje unificado, era de esperar que los ciudadanos se segmentaran y se confundieran. El solo hecho de que las movilizaciones partieran de distintos puntos, a diferentes horas y lideradas por individuos con perfiles disímiles, hacía que fuese muy difícil para una persona del común tomar la decisión de acompañar algún grupo.

Además, estas marchas fueron más politizadas que la del 4F. O mejor, sus intereses políticos eran más evidentes y se expresaron de manera más sistemática y organizada en los medios de comunicación. Mientras en el 4F pocos pusieron en entredicho el aparente nacimiento espontáneo de la convocatoria y muchos se convencieron casi ingenuamente de que la marcha no tenía "color", el solo hecho de que fuese la Marcha Patriótica el movimiento que iniciara la convocatoria al 9A ya cambiaba toda la situación.

El llamado posterior de Petro y el aterrizaje de Santos solo ahondaron esta politización de origen, de modo que para el ciudadano más desprevenido marchar significaba ponerse públicamente del lado de algún interés político, mientras que en el pasado 4F nadie estaba dispuesto a ser tildado vulgarmente de guerrillero por no salir a marchar.

Por esta misma razón, estas marchas del 9A eran más fáciles de criticar, atacar y neutralizar. De ahí que para los ciudadanos la decisión de movilizarse pasaba por una toma de posición no siempre fácil de realizar, articular y afirmar en un país en el que todavía la expresión política no hegemónica, crítica, rebelde o "incorrecta" es vista con sospecha. Sin embargo, el solo hecho de ver a una asociación de Víctimas de la Policía ser escoltada por la propia Policía Nacional por las calles de Bogotá, es síntoma de una profunda transformación política y ciudadana en Colombia cuyos efectos todavía no podemos anticipar.

Y es precisamente esta politización la que hizo de estas marchas un acontecimiento político fundamental para la historia reciente de Colombia, por la sencilla razón de que obligó a todos los partidos, movimientos y líderes políticos a destapar sus cartas. Ya por fin empieza el final de ese periodo de tibieza, indecisión e hipocresía que caracterizó la política nacional desde el ascenso de Santos al poder y el paso de Uribe a la oposición. Unos por no perder el capital político uribista y otros por no parecer demasiado cercanos a las Farc, se hundieron en un lenguaje político poco claro, gris, casi siempre incoherente y sin consistencia ideológica, que terminó por confundir y decepcionar a la ciudadanía y al electorado.

Eso que muchos, de manera muy ingenua, reducen a un problema de comunicación de Santos, corresponde más bien a una borrosa e inconsistente propuesta política que apenas desde hace unos días comienza a tomar contorno.

En el último año, los partidos de la U, Cambio Radical, Conservador, Liberal y Verde sufrieron por cuenta de su decisión de conformar la Unidad Nacional mientras que seguían en deuda con un programa y una burocracia uribista potente y activa. Trabajar con Santos y tener, a la vez, deudas de todo tipo con Uribe, no les permitía a los partidos de coalición ser honestos ideológica ni programáticamente con el electorado.

Pero con miras a defender su proceso de paz, de frente a un electorado escéptico y con un uribismo cada vez más radicalizado y dispuesto a retomar el poder incluso a las malas, Santos tuvo que salir del closet político. Y con él, todos los partidos de la Unidad empezaron a asumir posiciones políticas más claras de cara a una campaña que se adelantó.

Y no podía ser otra cosa distinta al proceso de paz lo que cambiara de manera tan potente el juego político colombiano. Las transformaciones apenas comienzan, pero ya prometen ser profundas y decisivas. Por dar inicio a este proceso y a una política social que necesariamente debe estar articulada a él, Santos traicionó las expectativas programáticas por las que fue elegido.

Este "hacer social" ligado a un discurso de la seguridad democrática con el que se pretendía mostrar como real una continuidad que solo fue un caballito de batalla electoral, es lo que ha confundido al nuevo electorado y le ha dado motivos y argumentos a la oposición. El mejor ejemplo de ello es precisamente las marchas del 9A, pues mientras Santos hace un proceso de paz e invita a una marcha para refrendarlo ante la opinión pública, su ministro de Defensa acusa a las FARC de financiar una parte de la movilización. ¿Qué pretende el Gobierno al invitar a una marcha contra las FARC, si el mismo Gobierno afirma que parte de la marcha es convocada por la guerrilla?

Estas incoherencias políticas son, de todas maneras, las que empiezan a borrarse tras las marchas, pues estas obligaron a todos los actores a revelar su posición frente al proceso de paz y la política social de Santos. Por cuenta de esta toma de posición, ya los partidos de la U y Conservador atraviesan por una crisis interna que no se resolverá de otro modo sino por la división. Quién se quedará con las grandes tajadas de votantes es algo que tendrán que pelear con las uñas el santismo y el uribismo.

Tras estas marchas hay claros ganadores y perdedores. Ganó, evidentemente, la Marcha Patriótica al legitimar su movimiento políticamente y al mostrar su eficacia logística y de movilización. Todo lo que pase de ahora en adelante en la izquierda colombiana estará referido a este movimiento, aunque todavía está en deuda de perfilar un candidato fuerte que traduzca su poder a votos y burocracia, ante la imposibilidad actual de Piedad Córdoba de aspirar a cargos públicos.

Ganó también Petro, que pudo descentrarse por un momento del foco crítico de su gestión y asumió una posición en el tema de la paz que le devuelve su protagonismo nacional.
Ganó Uribe, que logró mostrarle a los colombianos que, efectivamente, Santos nunca lo representó y que solo un candidato de su entraña podría alzar de nuevo las banderas de la seguridad democrática.

Ganó, sobre todo, una ciudadanía que evidenció que tiene alternativas políticas y que al poder ya no le es posible seguir ignorando a los movimientos sociales en la construcción de políticas públicas.

El gran perdedor fue el Polo Democrático o, como dijo algún sindicalista, lo que queda del PDA. La torpeza política que demostró Robledo al prohibir a sus electores marchar por las víctimas bajo el argumento de que a través de las marchas se promocionaba la reelección de Santos, solo muestra falta de sentido de oportunidad y lo puso en el mismo nivel crítico del uribismo que tanto desprecia.

Que los hijos de Uribe retuitearan a Robledo para satanizar con sus argumentos las marchas es algo que la izquierda democrática no se podía permitir, sin que ello tuviera las nefastas consecuencias que ya tuvo: una división en los movimientos sindical y estudiantil que se expresó por igual en internet y en las calles.

Es evidente que el MOIR no estaba preparado para el proceso de paz y que inició un camino suicida en el que hasta el Partido Comunista ha terminado por recibir los señalamientos más mezquinos por parte de sus otrora copartidarios. Si a ello sumamos el fortalecimiento de la agenda por la paz de Progresistas y la Marcha Patriótica, no podemos esperar un liderazgo político del Polo en la izquierda democrática que le permita ser una real alternativa de poder en el futuro.
¿Y Santos? Todavía no sabemos si ganó o perdió. Las declaraciones tan desconcertantes de su ministro de Defensa no nos permiten saber de qué nivel y compromiso es la apuesta del Gobierno por la paz.

*Analista – profesor Universidad Javeriana @melismatik

Por Richard Tamayo Prieto* (Especial para El Espectador)

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