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En los zapatos de su verdugo

Sandra Gutiérrez fue secuestrada por los paramilitares y fue víctima de tres atentados por parte de la guerrilla de las Farc. A pesar de esto, hoy trabaja con desmovilizados en su compañía, entre ellos quien fue su verdugo 11 años atrás.

Laura Dulce Romero
29 de septiembre de 2014 - 02:00 a. m.
En los zapatos de su verdugo
Foto: William Orlando Niampira Gamba

Sandra Gutiérrez es arquitecta, tiene 46 años y es dueña de una compañía de construcción. En 2003, por un contrato que firmó con el Ministerio de Agricultura, viajaba constantemente al municipio de San Martín (Meta), donde debía construir 100 casas para personas de bajos recursos. En ese entonces, Meta tenía problemas críticos de orden público. Cada día eran más frecuentes los paros guerrilleros: los habitantes de las zonas rurales no podían ir a la ciudad y viceversa. Sin embargo, por el trabajo social que realizaba, a Sandra la exoneraron de cumplir esta exigencia.

Y aunque ella siempre creyó que el peligro provenía de la guerrilla, el 28 de abril a las 10:00 a.m. un grupo de hombres con camuflado la hicieron bajar de su carro y la trasladaron a un lugar fuera del casco urbano. Estando allí se identificaron como las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y le dijeron que desde ese momento estaba “en calidad de retenida”. Un anónimo la denunció por ser supuestamente auxiliadora de las Farc.

“Cuando me preguntan qué tiempo estuve retenida y qué pasó en el cautiverio, honestamente, mi respuesta es una sola: estuve secuestrada el tiempo necesario, padeciendo tantas atrocidades, al punto que mi alma y mi cuerpo fueron quebrantados a la más mínima expresión”, aseguró Sandra.

Vivió durante un mes con ocho hombres que conformaban la cuadrilla, en un sitio que hasta hoy desconoce. ¿Por qué la liberaron? Al parecer alguien conocía al jefe paramilitar alias Rasguño y de ese modo su familia intercedió.

Pero las persecuciones siguieron, aunque esta vez por parte de la guerrilla, que creía que estaba aliada con los paramilitares. “¿Quién creía que después de ser enjuiciada por los paramilitares me iban a dejar viva sin un favor a cambio?”, añadió. Sandra se salvó de tres atentados. En uno de ellos le llenaron la camioneta de explosivos; por fortuna, logró darse cuenta a tiempo. Le tocó volver a interceder y explicarles que ella no estaba en medio de la guerra.

Terminó sus proyectos en las zonas rurales y se dedicó a llevar la vida antes del secuestro, sin darse cuenta de que ese antes para ella ya no existía. Un día su familia le pidió que buscara ayuda. “Estaba descargando un odio profundo en los que más amaba. Era soberbia, prepotente, malgeniada. Así que con ayuda profesional desperté y empecé mi proceso de perdón, así mis raptores no lo hayan pedido”, contó entre lágrimas.

Empezó a participar en proyectos de la comunidad como voluntaria y fue así como llegó a ser presidenta de la Junta de Acción Comunal de su zona. “Un día había mucho trabajo y las manos eran muy pocas, entonces le pedimos ayuda a la Policía para un proyecto de una escuela que estaba en ruinas”. Las autoridades le dijeron que tenían 50 personas, pero le advirtió que eran desmovilizadas. Fue así como encontró a su verdugo, quien después de la charla se aisló. “Pensé que ese era el momento, me le acerqué y le pregunté ‘¿qué te pasa?’”.

El hombre le explicó que se sentía incómodo y dos segundos después comenzó a llorar. Sandra lo calmó y le dijo: “‘Tú sabes quién soy yo y yo sé quién eres tú. Lo que pasó, pasó. Borrón y cuenta nueva. No pasó nada’. En ese momento el hombre empezó a llorar y yo sentí la necesidad de abrazarlo y lo hice. Ahí sentí el verdadero perdón”.

Desde ese momento, Sandra sólo trabaja en la Junta de Acción Comunal y en su empresa de construcción con personas que abandonaron las armas. “Por mi comunidad han pasado más de 150 desmovilizados. Ahora todo mi equipo está constituido por ellos y la verdad es que ha sido un éxito. Son personas que no han defraudado la confianza y que han tratado de sobresalir en sus labores”, agregó.

Esta madre de tres hijos trabaja ahora con la Agencia Colombiana para la Reintegración y cuenta su experiencia en todos los rincones del país. Hoy asegura que a partir de estos procesos entendió la importancia de perdonar. Sandra aclara que no perdona porque alguien se lo pida, sino porque le nace, y que si de verdad queremos la tan anhelada paz, tenemos incluso que llegar a trabajar con quienes alguna vez fueron nuestros verdugos.

n el salón amplio sólo se escuchaba la voz de Sandra Gutiérrez. Desde hace poco es la presidenta de la Junta de Acción Comunal de su barrio en Villavicencio y la encargada de que las obras de su comunidad se entreguen a tiempo. Le estaba explicando a un grupo de personas recomendadas por la Policía su trabajo en la construcción de una escuela. Mientras designaba labores, reconoció una cara que estaba a cuatro filas. Intentó varias veces detallar quién era y, como la memoria en estos casos no falla, en cuestión de segundos se dio cuenta que se trataba de la persona que la secuestró durante un mes hace casi diez años. Sintió que se le cortaba la respiración, pero siguió con su discurso.

Por Laura Dulce Romero

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