"Lo malo no es divertirse, sino ser irresponsable"

Daniel Klug, el estudiante que casi muere por un accidente provocado por un conductor ebrio, reflexiona sobre la mezcla de trago y timón.

Cecilia Orozco Tascón
27 de julio de 2013 - 04:23 p. m.
 Daniel Klug sufrió fractura de cadera y de cráneo y milagrosamente se recuperó./ Andrés Torres
Daniel Klug sufrió fractura de cadera y de cráneo y milagrosamente se recuperó./ Andrés Torres

Cecilia Orozco Tascón.- Hace casi tres años que ocurrió el accidente provocado por un conductor ebrio en la Autopista Norte de Bogotá y usted sufrió graves heridas. ¿Cómo está hoy?

Daniel Klug.- Por fortuna recuperé mi vida normal. Estudio quinto semestre de Administración de Empresas. Mis hermanas también estudian y mis padres continúan sus actividades. Tal vez aprendimos a apreciarnos más, porque nos dimos cuenta de que las cosas pueden cambiar en un momento y ni siquiera por decisión propia, sino por las de otro.

C.O.T.- Usted tiene apenas 20 años. ¿Todavía piensa en ese episodio?

D.K.- Soy consciente de que cualquier persona nos puede interrumpir la vida, pero también pienso que hay mucho que agradecer. Por ejemplo, los amigos que fueron incondicionales conmigo y haber podido recuperar mis capacidades, con excepción del ejercicio de unos deportes que me gustaban mucho como el fútbol.

C.O.T.- ¿Por qué no puede practicarlos?

D.K.- Porque los médicos me recomendaron no tener actividades que pudieran impactar la cadera, donde sufrí la mayor de las lesiones.

C.O.T.- ¿Cuál fue el diagnóstico?

D.K.- Los médicos diagnosticaron varias lesiones: la cadera se partió en pedazos; dos costillas afectadas y fractura de cráneo. Aunque el trauma craneoencefálico fue delicado, la cadera fue la más complicada. El dolor y la recuperación fueron largos y difíciles y, además, cuando me iban a someter a la cirugía para repararla, broncoaspiré (paso de líquidos o sólidos a las vías respiratorias, lo que puede causar asfixia o infección pulmonar) y estuve muy grave.

C.O.T.- Efectivamente, se temió que su recuperación no fuera posible.

D.K.- Sí, fue el peor momento. Después de pasada la emergencia pulmonar, nunca me pudieron operar. Me tocó soportar durante varios meses un aparato que mantenía la cadera en posición, pero la incomodidad era enorme y no podía hacer nada solo. El tratamiento fue exitoso, porque aunque la cadera quedó desviada, se lograron unos ángulos necesarios que me permiten caminar, correr y hacer todos los movimientos sin limitación, salvo la que le conté.

C.O.T.- ¿Cuánto tiempo después pudo reiniciar sus actividades?

D.K.- Casi seis meses después. Antes, estuve recluido en la clínica y en mi casa. Al año siguiente empecé a ir a estudiar, aunque todavía tenía que caminar con bastón y no resistía la jornada completa. El colegio fue de gran ayuda.

C.O.T.- ¿Y la recuperación psicológica cómo fue?

D.K.- Me pusieron un psiquiatra que hablaba conmigo con frecuencia. Él y mis padres manejaron la situación con mucha prudencia. Al principio no me contaron las circunstancias del accidente ni las consecuencias que podían tener las lesiones que sufrí. En esas primeras semanas no supe que el caso era de esa gravedad.

C.O.T.- ¿Por qué? ¿No podía recordarlo?

D.K.- No, y no tenía idea de que había más personas involucradas. Tampoco era consciente de que había sido atropellado por un conductor borracho. No entendía qué hacía en la clínica ni por qué oía que había tenido un accidente muy grave. Sólo cuando salí, escuché que los médicos les decían a mis papás que iba a ser muy complicado que empezara a caminar. Pero desde entonces tuve la decisión de recuperarme. Esa fuerza interior me ayudó mucho.

C.O.T.- ¿Cómo se enteró de lo ocurrido?

D.K.- Llevaba una semana o un poco más en mi casa. Mis papás decidieron que era hora de que lo supiera. Me entregaron un periódico en donde contaban con todo detalle el accidente. Me dejaron solo en el cuarto. Es difícil de explicar, pero fue muy duro enterarme de que había una persona que había fallecido cerca de mí cuando yo estaba inconsciente. Sentí un gran impacto.

C.O.T.- ¿De ese accidente qué fue lo que más lo afectó?

D.K.- El dolor que sentí y el esfuerzo que tuve que hacer para recuperar los movimientos me hizo decirles a mis papás que no entendía por qué me había tocado una cosa así. Después de hacerme muchas preguntas, comprendí que Fernando Abello, el abogado que por manejar ebrio provocó ese accidente tan terrible, no salió con su carro con el propósito de matar a alguien o de dañarles la vida a otros. Como lo dije alguna vez, no me sentaría a tomarme un café con él, pero por mí mismo y por mi salud mental, busqué la forma de perdonarlo y de seguir adelante para no quedar amarrado a un mal momento.

C.O.T.- Entonces, estará de acuerdo en que es mejor no tener memoria de lo sucedido.

D.K.- Sí. Me ayudó mucho emocionalmente no recordar nada.

C.O.T.- ¿Qué cambió en el entorno familiar a raíz de este suceso?

D.K.- Al principio, a mis papás les daba mucho miedo que mis hermanas o yo saliéramos. Era algo que no podían controlar. Volver a la normalidad de nuestra vida social fue difícil. Pero, del otro lado, nos unimos más porque, como le decía, uno se da cuenta de que todo se puede acabar en cualquier momento.

C.O.T.- ¿Hoy por hoy teme conducir?

D.K.- No. Mis papás me vigilaron mucho al comienzo y cuando volví a manejar estaban pendientes de mí. Pero nunca me sentí traumatizado por eso. Al fin y al cabo el accidente no ocurrió mientras yo estaba manejando.

C.O.T.- Imagino que ya regresó a los bares o a las fiestas y reuniones con sus amigos.

D.K.- Sí. Salgo con mis amigos y no le cogí pánico al trago ni a que se lo tomen mis amigos. Al principio ellos no se sentían capaces de pedir uno en mi presencia. Pero no veo nada malo en consumirlo. El problema es manejar en estado de embriaguez. Alguna vez me dijeron que la gente no era consciente cuando estaba borracha y se subía al carro. Pero cuando uno se toma el primer trago y tiene las llaves en el bolsillo, sabe lo que puede hacer. Lo malo no es divertirse, sino ser irresponsable.

C.O.T.- ¿Usted consume bebidas alcohólicas?

D.K.- Sí. No es frecuente que lo haga, pero sí me tomo un trago.

C.O.T.- Consume una copa, pero ¿a veces se le van unas de más?

D.K.- Sí, también me doy mis buenas fiestas. No lo voy a negar.

C.O.T.- ¿Cuando usted sale y toma licor cómo regresa a su casa?

D.K.- Tengo presente que debo ir y regresar en taxi, en el carro de algún amigo o en el de alguien que tenga un conductor. Casi siempre me recogen y me vuelven a traer, y un par de veces he usado el servicio de los ‘ángeles’ que uno contrata antes de entrar a un bar.

C.O.T.- ¿Algún amigo suyo ha querido manejar después de haberse embriagado?

D.K.- No, nunca los he visto. Creo que mis amigos sí entendieron el mensaje.

C.O.T.- ¿Qué pasó con las campañas de prevención que apoyaba?

D.K.- Sentí la necesidad de agradecerle a tanta gente que estuvo pendiente de mí y por eso accedí a participar en una campaña contra la mezcla de alcohol y conducción de vehículos. Cuando hubo cambio de alcaldía tratamos de continuar la campaña, pero la actual nos dijo que no le interesaba.

C.O.T.- Pues, fíjese que la campaña se suspendió y aunque no se puede decir que por eso volvieron las muertes causadas por borrachos, esto es lo que ha sucedido. ¿Qué siente frente a casos como el suyo?

D.K.- Que la única forma de evitar esos accidentes es que se impongan sanciones más fuertes. En Colombia, si cogen a alguien manejando con alcohol, no le pasa casi nada y la gente termina por creer que no hizo nada grave. La única forma de que disminuyan esas situaciones es imponiendo penas muy duras. Un castigo de cuatro años para alguien que le quitó la vida a una persona y le causó graves lesiones a otros, no es mucho.

C.O.T.- Cuando usted ve o lee que ha ocurrido algo parecido a lo que le sucedió a usted, ¿cuál es su reacción?

D.K.- Me siento decepcionado y triste, porque me doy cuenta de que la gente juega con su vida y la de los demás y no toma conciencia. Repito, no creo que salgan con la intención de hacer daño, pero causan el accidente. Es triste que tengan que quitarle la vida a otro para entenderlo; que tengan que tocar fondo para preguntarse “¿qué fue lo que hice?”.

Por Cecilia Orozco Tascón

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