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Las melodías del conflicto

El Espectador buscó a siete víctimas de la guerra que son cantautores y componen sobre la memoria, para que el sufrimiento y el dolor no se repitan.

María Camila Rincón Ortega
20 de abril de 2014 - 02:00 a. m.
Centro de Memoria del Conflicto
Centro de Memoria del Conflicto

“Tu suelo es una oración y es un canto de la vida”, entonó Lucho Bermúdez sobre Colombia, su tierra querida, hace poco más de cuatro décadas. Este verso es sólo un ejemplo de todas las canciones dedicadas a esta patria, siempre tan herida y tan contradictoria: ha sido la cuna de grandes compositores y músicos mientras en sus selvas alberga una violencia enconada que convierte a sus habitantes en sobrevivientes.

Son precisamente ellos los que le siguen cantando a su tierra, ahora motivados por la intención de que su dolor y sus víctimas no perezcan, nuevamente, en el silencio y el olvido. El Espectador conversó con siete compositores que cantan sobre una guerra de la que no pidieron ser parte, pero en la que se inspiran para hacer memoria histórica sobre esta barbarie y contribuir a que cese y no se repita.

“Me gusta componer para la memoria porque se tiene que contar la violencia que estuvo mucho tiempo en el olvido. Es bonito que se sepa que acá vivió gente que sufrió y que sufre”, cuenta Miguel Cruz, un jornalero que pertenece a la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC), en Santander, y que compuso Una historia verdadera, en la que canta que en la vereda Las Arcas “el campesino soñaba muy tranquilo trabajar, sin saber que allá en sus campos algo pudiera pasar. Las torturas y disparos a la pobre humanidad, hombres, mujeres y niños con dureza y sin piedad, todos sufrían en silencio sin saber qué iría a pasar”. Unos versos que preceden la confesión del dolor que lleva a cuestas por la desaparición de su padre en 1995: “Una mañana de enero apenas amaneció, mi viejo salió del rancho y jamás nunca volvió”.

Miguel explica que hizo esta canción para “que los que conocieron a mi padre recuerden que no era un delincuente, sino todo lo contrario, un buen servidor” y apura la conversación para contar que este pedacito de su obra está en el disco Los cantos del Carare”, una iniciativa del Plan de Reparación Colectiva de la ATCC, que lidera el Centro de Memoria Histórica y que fue lanzado la semana pasada. Una experiencia que disfrutó y le reafirmó “la necesidad de narrar lo que ha acontecido en esta región y de salir a otras partes del país que también han sufrido y que lo que ha pasado allá se sepa”. Una posición que Braulio Mosquera, también miembro de la ATCC y partícipe del disco, comparte porque “tenemos la responsabilidad de contarle al mundo esta situación y señalar los hechos que se interponen hacia el desarrollo social de los pueblos, porque acá no podemos seguir aguantando que los armados sigan callando las voces que se atreven a cantar, de los hombres que piensan y proponen”.

Braulio enfatiza esta idea engrosando la voz con la que entona El adiós a la violencia, “una canción que escribí, porque a estas alturas tenemos que reconocer que la situación de violencia sigue aun cuando las estrategias del conflicto cambiaron. Acá hablan de un posconflicto cuando las cosas siguen calientes. ¿Cuál posconflicto en medio de las balas?”. Y él se responde a sí mismo revelando que sueña con que “algún día todos podamos decir que hemos aportado al comienzo de la paz de Colombia y que vivimos en un país que respeta la vida. Mi contribución es la música”. Un sueño que Noel Palacios, “el negrito del swin” como el mismo se denomina, también tiene, pero que forja desde hace nueve años en Bogotá. Llegó de Bojayá (Chocó), como un sobreviviente — no le gusta que le llamen víctima— a luchar con su música contra la indiferencia.

“Pasa la masacre de Bojayá y empiezo a escribir canciones sobre la violencia, para que las demás personas tomen conciencia y no esperen a que les pase a ellas, o a un familiar; mi aporte es que se difunda todo el dolor y tratar de que no siga pasando, antes de que en mi pueblo corriera la sangre yo era muy indiferente y cuando somos indiferentes somos cómplices”, explica Noel. Y como un acto reflejo empieza a cantar su composición La paz: “Llegó la hora de parar, miren cuánto daño le causan a la humanidad, la guerra es un negocio y lastimosamente la fuente de empleo más grande del mundo y mientras muchas personas mueren otras se llenan los bolsillos de dinero”.

Una guerra que José Ancízar presenció cuando le destruía el tejido social a La Sonora (Valle) y masacraba la estrecha relación de su comunidad: “Éramos como familia, muy unidos. Hoy ya ni salimos porque no tenemos la seguridad de que vamos a regresar a casa”. En una de sus canciones, cuenta que la masacre “fue un 1° de abril, lo tengo en cuenta, porque estos hechos dolorosos no se olvidan, quiero decirles que esto fue en el 90, desde ese entonces pedimos a los gobiernos que por favor aparezca la verdad”. Por eso cree que “mientras estén los actores armados en el territorio va a haber repetición. Ahora todo el mundo quiere la paz, pero para nosotros es difícil querer la paz, porque mientras haya hambre en Colombia y no exista igualdad para la gente vulnerable es muy difícil”.

Un panorama que conoce porque es gestor de paz y ha recorrido el territorio colombiano “haciendo memoria”, actividad que adora porque al conocer “las historias de dolor” puede seguir componiendo: “Yo creo que es importante que no se queden en el olvido, que las víctimas donde estén sepan que nosotros los recordamos y que vamos a hacer todo para que no queden en la impunidad”. Roque Gullo, un compositor vallenato, también presenció cómo la violencia desmoronó a su pueblo, Caracolicito (Cesar), el mismo que aparece en la canción de Escalona El testamento: “Paso por Valencia, cojo la sabana, Caracolicito y luego Fundación”.

Roque cuenta que “lo que empezó como un enfrentamiento terminó acabando poblaciones enteras y afectando a mucha gente”. Una situación que narra en su canción Tristeza campesina, que entona “se acabó la paz y el amor, la desesperanza domina, sólo existe pena y dolor, mi Colombia está conmovida, qué tristeza siento yo de tener que partir de mi tierrita, qué dolor tan inmenso si abandono el sostén de mi familia, en la lucha del hombre contra el hombre, en busca del poder y del dinero, se acabaron los corazones nobles, hay nostalgia y dolor en nuestro pueblo”. Una composición que nació cuando vio a una campesina bajar de los cerros desconsolada porque debía desplazarse. Esta escena lo conmovió “en medio de esta indolencia que vivimos, donde la gente perdió la sensibilidad humana, porque lo importante de la música es la intención que le ponemos al dolor de los otros”.

Y es que los cerros del Cesar parecen ser la fuente de inspiración de sus cantautores, pues la primera vez que José Luis Peralta retornó al corregimiento de Hiracal, luego de que esta tierra se convirtiera en un corredor del frente 59 de las Farc y el bloque Norte de las autodefensas, fue un cerro el que lo hizo llorar al compás de la canción que estaba por crear: “Este es el cerro, bendito cerro, este es el cerro de Hiracal, este fue el cerro que en otros tiempos llamó la musa y me hizo cantar, pero ya el cerro este mismo cerro, me hizo acordar de mis amigos viejos que ya están muertos y me hizo llorar (...) También tenemos de testigo al cerro que vio la sangre y desolación porque en total fueron 80 muertos, hubo tortura y desaparición y un mar de sangre se aportó a este conflicto de mi patria, y el Estado nos ignoró y consintió en nuestra desgracia”. Una melodía que en 2000 parecía sellar el fin de un desplazamiento que, sin embargo, a José Luis le tocó repetir en dos ocasiones más, pero que no le quitó la esperanza de “que no exista guerrilla, paramilitares ni bacrim, que podamos trabajar con libertad como lo hacíamos antes, que uno siembre y pueda coger el fruto, volver nuevamente y ser lo que éramos: gente de campo”.

Una petición que se une a la de Élver Luis Palmezano, coordinador de víctimas en San Diego (Cesar), desde su canción Proceso de paz, en la que reclama “que vamos a vivir con amor y fraternidad, que bajen los fusiles, no queremos más la guerra, pedimos por la paz de toda Colombia entera. ¿Cuántos tenemos que morir sacrificados en Colombia?”. Un mensaje que considera importante transmitir porque “después de tanto sufrimiento las víctimas queremos paz, pero duradera”. Además, Élver reconoce que una de las cosas que más ama de la música es su poder de difusión y amplio alcance, “uno no necesita saber leer para entender lo que dicen las canciones”.

Sin embargo, el país sufre una sordera que ignora todas las súplicas de las víctimas. Los sobrevivientes que se han levantado del dolor y han construido un porvenir, pese a las secuelas que les dejó la guerra, hoy están amenazados: por ser líderes, componer o decir verdades incómodas. El conflicto tiene una melodía que se compone de la tristeza de cada uno, pero queda la duda de si algún día cesará el eterno sonido de las balas.

 

 

 

mrincon@elespectador.com

@MaCamilaRincon

Por María Camila Rincón Ortega

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