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En la memoria de mi pueblo

En San Basilio de Palenque se llevó a cabo la premiación del cuarto concurso de tradición oral Historias en Yo Mayor. Aquí, la historia de sus cinco finalistas.

Karen Viviana Rodríguez Rojas
23 de marzo de 2015 - 02:30 a. m.
Premiación de la categoría “Herencia de mi pueblo” del concurso Historias en Yo Mayor. / Fundación Fahrenheit 451
Premiación de la categoría “Herencia de mi pueblo” del concurso Historias en Yo Mayor. / Fundación Fahrenheit 451

Al llegar a la plaza central de San Basilio de Palenque, alrededor de las dos de la tarde, se observa que las personas que viven cerca analizan curiosamente a los visitantes. Mientras se posa el polvo de sus calles destapadas, levantado por las motos, se ve a más de quince niños jugando que hacen una pausa para mirarnos y sonreír. El temor que causa un lugar desconocido rápidamente se desvanece cuando uno de sus pobladores se acerca a indicarnos dónde nos hospedaremos.

A medida que uno se va compenetrando con la realidad de su gente, un pueblo que vive de la agricultura y la ganadería, observa algunas casas que conservan la estructura hecha con palma y algunas huertas en las que cultivan plátano y crían cerdos.

Cuando llegamos a la Casa de la Cultura nos damos cuenta de que allí reposa la memoria de un pueblo que ha luchado por rescatar, conservar y preservar sus tradiciones africanas, pero, más allá, vemos que es el punto de encuentro de distintas generaciones, en donde la risa de los más pequeños se combina con la sabiduría de los mayores.

Los mismos niños que se crían en medio del sonido de los tambores, alimentados con arroz, plátano, pescado, carne y jugos como el de tomate de árbol, crecen jugando a ser los futbolistas del mañana o las cantantes, reinas y profesoras que serán reconocidas por su talento. Sus juegos siempre serán el reflejo de sus sueños, porque han escuchado que algunos de sus amigos o familiares han logrado que su pueblo progrese.

La Casa de la Cultura es un hogar que siempre te recibe con las puertas abiertas, en donde dejas de ser un desconocido para convertirte en parte de la gran familia de palenqueros que la habitan diariamente.

En la que sería su sala, el salón en el que se realizan las reuniones del consejo comunitario, se encuentran los finalistas del concurso de cuento y narración oral Historias en Yo Mayor, cinco personas que en su memoria guardan parte de los momentos de dolor, pobreza y desplazamiento, así como historias graciosas, mágicas y creativas con las que dejan a más de uno con la boca abierta.

El primero de ellos es el gran maestro de San Basilio de Palenque, Rafael Cassiani Cassiani, autor de un centenar de sones palenqueros y quien guarda en su memoria las composiciones que aprendió a los ocho años de su tío, el compositor y creador del Sexteto Habanero de Palenque. Sólo después de verlo y escucharlo cantar canciones como Dámelo, mamita se comprende el significado que ésta tiene. La nostalgia lo invade, se le aguan los ojos y termina diciendo: “Mi tío me la enseñó”.

Es por el amor a la música y a su tierra que el maestro Cassiani sabe que a sus 80 años o, como dice él, a sus dos veces 40, el mayor regalo que podría dejar a sus bisnietos y tataranietos es enseñarles el valor de la lengua palenquera y los sonidos que salen de este pueblo de origen cimarrón. Y aunque físicamente se le nota el paso de los años, su memoria sigue intacta. Incluso recuerda sus giras por América y Europa en orden cronológico.

En esta misma cuna nació una de las mujeres más importantes para el pueblo palenquero: Concepción Hernández, Seño, la encargada de despedir con rezos a los que fallecen. A los 70 años recuerda muy bien la primera vez que estuvo en un velorio: tenía como nueve años, y fue a los 14 que aprendió a vestir muertos. Sin embargo, dice, a los treinta empezó a rezar a todos los que morían en el pueblo.

Además de cantar lumbalú, la música con la que despiden a los muertos, Concepción cuenta que cuando era joven e iba a lavar al arroyo también le gustaba cantar rancheras y vallenatos. Sentada en su mecedora, reflexionando, dice que nunca ha pensado en dejar su oficio, que la plata para ella nunca ha sido realmente importante y que quiere que los jóvenes se sigan interesando en aprender su oficio.

Mientras todos se preparan para la premiación de sus historias, llegan a la Casa de la Cultura dos visitantes provenientes de San Onofre, Sucre: Manuel Esteban Anaya y José Meléndez, y de la vereda Macayepo en San Jacinto, región de Montes de María, Francisco Márquez.

A primera vista, quien más se destaca entre ellos es el “hombre chikunguña”, Manuel Esteban Anaya. El apodo se debe a que le compuso una canción al mosquito que transmite el virus. Su alegría se complementa perfectamente con su guitarra y, sin ser músico profesional, logra sorprender con sus composiciones y sonidos. Además reconoce que su interés por la música surgió cuando empezó a entrar en años.

Siendo el más joven del grupo, se divierte tanto con lo que hace que busca que los demás se rían de sus ocurrencias. Se considera una persona muy feliz y cuenta que en algún momento lo llamaban a contar chistes en los velorios. Tal vez el único momento en el que está serio es cuando habla de su esposa, porque es la única mujer de la que se ha enamorado, y aunque ya no esté ha sido parte de su inspiración para componer.

A su lado se encuentra José Meléndez, un hombre que aprendió a ver con el corazón y a escuchar con atención. Según cuenta, perdió la vista por una enfermedad que no se podía curar.

Así como para muchos de nosotros, para José Meléndez también es su primera vez en Palenque. Se ve muy emocionado y curioso, porque no sabe lo que le espera, pero cuando le dicen que contará los ritos fúnebres que les hacían a los niños y adultos, historia con la que participó, para él no existen limitaciones. Se pone de pie y se mueve libremente mientras va recordando y relatando todo.

Francisco Márquez es un hombre que, aunque le pasen los años, no deja su coquetería y picardía. Cuenta cómo en su juventud aprendió a contar décimas para poder conquistar a las muchachas que le gustaban, y hace cinco años empezó a componerlas él mismo en el monte. Desde entonces las ha guardado en su memoria.

Sin embargo, otro de los temas de inspiración de Francisco ha sido el desplazamiento que sufrió hace quince años en Macayepo. Aunque vivió un tiempo con una de sus hijas, su ímpetu y valentía por recuperar lo que es suyo lo hicieron volver cuatro años después a la tierra que le había dado todo. Construyó de nuevo su casa y desde entonces se ha dedicado a cultivar ñame, yuca y otros productos agrícolas en el monte.

Es importante resaltar el trabajo detrás de estas formas de expresión. Antonia Cassiani es una de las gestoras culturales más importantes que tiene ahora San Basilio de Palenque. Una administradora en salud que vela por la seguridad de las personas de la tercera edad y junto con su grupo de trabajo busca hacer de su pueblo el centro de memoria quizás más importante de Colombia.

Por Karen Viviana Rodríguez Rojas

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