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"Nada recompensa este dolor"

A sus 75 años el director de la banda Marco Fidel Suárez, que tocó en la plaza de toros La Macarena momentos antes de que estallara la bomba, aún sufre por las secuelas del atentado al que sobrevivió y que causó la muerte de su esposa y dos colegas.

Danilo Jiménez
30 de noviembre de 2013 - 09:00 p. m.
 Danilo Jiménez sostiene la foto en la que aparecen su hija, Paula Jiménez, y su esposa, Gabriela Jiménez, víctima mortal de la bomba que explotó en La Macarena.  / Luis Benavides - El Espectado
Danilo Jiménez sostiene la foto en la que aparecen su hija, Paula Jiménez, y su esposa, Gabriela Jiménez, víctima mortal de la bomba que explotó en La Macarena. / Luis Benavides - El Espectado

“Todos los músicos de Antioquia terminamos pescando en el narcotráfico, porque Pablo Escobar y su gente nos conocía a la mayoría. Un día llamaba a una orquesta, luego a otra, a un grupo, a un dueto, y hasta donde tengo conocimiento se portaba muy amable, pagaba bien. Una tarde cualquiera sonó el teléfono de mi casa y al otro lado de la línea escuché la voz de Escobar solicitando mis servicios como músico para un evento que iba a realizar.

Lo que más recuerdo era el derroche en todo: la comida, la bebida, las mujeres, los muebles, los caballos. En una oportunidad hablé con él unos pocos minutos, cuando me pidió prolongar una hora más el toque en el compromiso en el que estábamos.

Nuestra suerte cambió el sábado 16 de febrero de 1991. Salí de mi casa después del almuerzo a la 1:30 p.m. directo a la plaza de toros La Macarena. A las afueras la banda tocaba para animar a la gente y a las 3:00 p.m. entramos y nos ubicamos en nuestro lugar como de costumbre. Comenzamos entonando el himno antioqueño y luego el nacional. A las seis terminó la corrida y la gente empezó a salir. Mi esposa estaba cerca de la puerta y fui hacia el puente con algunos músicos para esperar la llegada del transporte que nos conduciría hacia un estadero en Las Palmas donde se había planeado el remate.

De repente escuché un estallido muy fuerte y todo se oscureció. Me desvanecí, perdí la conciencia y luego de varios días volví en mí. Ya estaba en mi casa. Según el diagnóstico, sufrí un trauma craneoencefálico con pérdida de masa encefálica, incapacidad de producir o comprender el lenguaje, dificultades para hacer cálculos matemáticos, limitaciones para escribir y descoordinación total en movimientos físicos con pérdida temporal de la memoria.

Mi esposa perdió el ojo derecho, el lado izquierdo de su cuerpo se paralizó y quedó en sillas de ruedas. Durante ese primer año la operaron dos veces y tuvo varias infecciones debido a las heridas causadas por las esquirlas. Finalmente, después de muchas terapias y una lucha incansable por recuperarse, entró en una depresión severa y murió.

Esta tragedia afectó profundamente a mis hijos. Les tocó madurar antes de tiempo. Todo ese año se la pasaron del hospital a la casa y viceversa, se aislaron de la sociedad y adquirieron responsabilidades de adultos.

Tras la bomba, dos de los trompetistas de la banda murieron. Uno de ellos era Bertulfo Rincón, oriundo de San Luis, Antioquia, una persona amable, sonriente, colaboradora y honrada. Recuerdo que sus ojos eran pequeños. Mi otro compañero, Absalón Alzate, también falleció. Vivía en Girardota, estaba casado y tenía cuatro hijos. Su esposa murió a causa de una depresión por su ausencia. Era un músico talentoso, responsable y de buen humor.

Hoy tengo bastantes limitaciones. No soy el mismo, no tengo las facultades de una persona de mi edad, me desoriento con facilidad, sufro de depresiones y por momentos se me dificulta firmar y sumar. Mi capacidad auditiva es mínima y se me olvida lo que estoy conversando. Es bastante penoso salir con un cuaderno bajo el brazo para ir a clase y aprender a hacer planas y vocales.

Pablo Escobar dejó resentimiento, dolor, injusticia, hogares destruidos y la incomprensión de quienes no logramos entender por qué una sola persona pudo contra todo un gobierno. Aún me pregunto por qué el Estado no hizo nada por esas víctimas y sus familias. Muchos casos quedaron en la impunidad.

Honrar a aquellos que murieron ese día no tiene ninguna importancia, porque a la mayoría los olvidaron. Mi demanda de reparación aún está en proceso. Ha sido una espera larga y quizás algún día me reparen. Sin embargo, nada recompensa la pérdida de una madre, de una esposa, de un ser querido, absolutamente nada”.

Por Danilo Jiménez

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