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La olvidada lengua indígena que volvió a existir

El antropólogo Juan Camilo Niño rescató, en un diccionario de 732 páginas, el dialecto de los ettes, una comunidad del norte colombiano en riesgo de desaparecer.

Lisbeth Fog
17 de diciembre de 2015 - 03:58 a. m.

Son 12 las lenguas que el Mincultura considera en situación crítica de extinción. Entre ellas está la chimila, mejor llamada “ette” por el antropólogo Juan Camilo Niño, porque luego de más de 12 años de visitar por largas temporadas a los cerca de 1.500 indígenas de esta comunidad, en las sabanas de San Ángel, al suroccidente de la Sierra Nevada de Santa Marta, ya habla con ellos en ette, conoce sus familias, sus costumbres, sus hábitos alimentarios y la manera como se entretienen.

Su nuevo aporte a la antropología del país es que ahora presenta un documento de 732 páginas con casi 5.000 lemas o palabras en lengua ette, y más de 15.000 significados. Es un trabajo que empezó hace unos 150 años por intelectuales como Jorge Isaacs, autor de María, que Niño logró terminar en sus estudios de maestría en la U. de los Andes y de doctorado en antropología social y etnología en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.

Y aunque Ette taarakakka está “lejos de ser un diccionario completo”, dice su autor, “es un primer paso para asegurar el futuro de la lengua”, lo que significa crear las condiciones necesarias para que la comunidad pueda hablarla, cuente con un territorio y con las facilidades de una educación que la perpetúe: “Es asegurar la vida de los hablantes”.

El trabajo no ha sido fácil porque, a diferencia de muchas de las 65 lenguas que se hablan en Colombia, la ette hasta ahora empieza a establecer su alfabeto. “La gente que la habla no sabe escribirla porque nunca lo hicieron”, explica. La lengua se ha mantenido en secreto y por eso, cuando el investigador llegó por primera vez a los resguardos donde habitan desde la década de los años ochenta, había un poco de resistencia a conversar con él.

Eso, en cierto modo, se explica porque de ser un grupo importante, los ettes fueron derrotados militarmente por los españoles; se escondieron en la selva, que fue después colonizada por ganaderos y petroleras, y resolvieron entonces mimetizarse entre la población campesina y trabajar como jornaleros. Así dejaron de hablarla. A eso se añade que la fonología no se parece al español y, cuando se empieza a profundizar en su estructura, encuentra que no se define por elementos como verbos, sustantivos o frases. “En esta lengua ese léxico no existe: no podía preguntar cómo se conjuga una palabra”, dice.

La obra, que en su introducción narra ampliamente la historia y la vida actual de la gente nueva -ette takke- y verdadera -ette ennaka-, y profundiza hasta en los más mínimos detalles en el uso de las vocales y las consonantes, presenta el diccionario ette-español y español-ette con muchas k y w, con ilustraciones de las palabras más significativas, así como un diccionario con mil registros de animales y plantas.

La paciencia del antropólogo

El origen del diccionario son los cuadernos de apuntes de Niño, siempre a la mano para anotar palabras y datos precisos que de otra manera olvidaría. Luego, a la luz de una linterna o bien madrugado, sistematizaba y ordenaba para ir armando el rompecabezas de la lengua ette. Al principio vivió con una familia, que le ayudó a construir su propia casa de techo de palma y piso de tierra.

“Fue una especie de estudio bastante agradable”, cuenta, en el que tenía recipientes con medicamentos, linternas, cargadores solares, libros, ropa y sus libretas. Ni cocina ni baño. Con la casa vecina tenía un trato para su alimentación y con la selva un trato para su aseo.

De 5 de la mañana a 5 de la tarde aprovechaba para hacer todo porque había sol. “Unos días me dedicaba a trabajar lengua y me sentaba a conversar con alguien; otros hacía censos de población, viajaba por todos los resguardos recogiendo información sobre las unidades domésticas; otros entraba a la selva a tomar muestras botánicas para conocer su forma de ver la naturaleza; otros simplemente descansaba en una hamaca”.

También los ayudó a recoger maíz o agua, y aprendió a preparar chicha, mientras conversaba con las mujeres encargadas de producirla. O simplemente paseaba con ellos. “Siempre anotaba en mi cuaderno cualquier palabra nuevaque oyera y Aunque pude dar con el significado de la mayoría, aún hoy hay palabras que no he comprendido bien y, por lo tanto, no están en la obra”.

Esta cotidianidad le abrió nuevos horizontes. Ahora ve al país con otro lente, porque lo puso en contacto con realidades que no imaginaba que existieran, aunque tenía a su disposición la gran biblioteca de su abuelo y escuchó de él historias sobre la geografía del país, que había recorrido siendo general de la República.

Los ettes “no le prestan atención a lo material y eso me cambió la vida”, dice este antropólogo que no usa celular. “Quedó una gran amistad con muchos. Espero que en los próximos años pueda darles más a ellos de lo que ellos me dieron a mí”.

Mitos y leyendas ettes

Sólo usó grabadora cuando sabía que le contarían historias largas; fue descubriendo que esos ancianos y sabedores utilizaban un lenguaje más sofisticado cuando se sentaban a contar sobre sus mitos. “Se ha negado sistemáticamente que los ettes tuvieran mitos y me sorprendió que tuvieran tantas historias. Son cuentos sencillos con significados muy profundos”, dice Niño.

Lo que pasa es que su manera de ver el mundo es diferente: por ejemplo, la creación no existe para ellos, sino más bien el concepto de transformación: el mundo siempre ha existido, pero está en permanente transformación.

“Ellos creen que el mundo se destruye y se recrea cada cierto tiempo. Piensan que son un pueblo muy joven y sus abuelos fueron los primeros habitantes de la población de hoy”, explica.

En cuanto a su relación con la naturaleza, los ettes creen que los seres humanos se transforman en animales, y en ese sentido las historias de cacería hablan sobre su respeto a ellos, “porque cuando cazan y se comen el animal hay miedo de cometer canibalismo”.

En otras historias que Niño llama las grandes sagas de aventuras, son aquellas en las que jóvenes ettes viajan al cosmos y cuentan historias de sus visitas a la casa de las estrellas, del sol, de las pléyades, o atraviesan un cielo habitado por gallinazos.

El reconocimiento

Si bien los ettes son poco conocidos, el trabajo de Niño no es el primero. En su publicación Estudio sobre las tribus indígenas del Magdalena, Jorge Isaacs anexó su trabajo Muestra de lenguaje de la tribu chimila, que escribió mientras recorría la región norte del país en un bote, que llamó Cáscara de Nuez, cuando se le encomendó realizar misiones geográficas a principios de 1880. El padre Rafael Celedón y los antropólogos Gerardo Reichel-Dolmatoff y María Trillos Amaya también aportaron para descifrar la lengua ette.

Su profesor y hoy colega Carl Langebaek lo define como “un destacado investigador sobre una amplia diversidad de temas indígenas”. Y agrega: “Un valor especial del trabajo de Juan Camilo es que recupera la tradición etnográfica y etnológica en cierta medida abandonada, ayudando a recuperar tradiciones y patrimonio de gran importancia”.

Mientras a Jorge Isaacs lo trataron de darwinista y judío por su publicación, de acuerdo con el antropólogo e historiador José Eduardo Rueda Enciso, a Juan Camilo Niño el Ministerio de Cultura lo premió con el Reconocimiento al Fortalecimiento de las Lenguas Indígenas en Riesgo de Colombia, por su aporte e interés en la diversidad lingüística del país y en la preservación de aquellas lenguas en riesgo. “El valor de todo este trabajo es evidente”, dice Niño, “si se tiene presente que la lengua ette corre el peligro de desaparecer y, con ella, una manera sumamente original y compleja e interesante de concebir y habitar el mundo”.

Los ettes están ansiosos por empezar a trabajar en sus escuelas con Ette taarakakka, especialmente el grupo de trabajo que conformó Niño integrado por tres ancianos y un joven profesor: Rafael Mendinueta Duutitu’, de 60 años, hábil en ette y español; Luisa Granados Diiñato, de 70, célebre por sus facultades oratorias; Samuel Granados Kraanti, de 60 y comprometido con el fomento de la lengua, y Narciso Puello, un hombre joven, hábil en la escritura del ette y director del área de lengua materna en la institución educativa del resguardo.

El reto lo tiene claro: “Tenemos que hacer una gran biblioteca no solamente de diccionarios, sino de gramáticas, de compilación de mitologías de todas las lenguas indígenas. Si no nos apuramos habrá consecuencias en un futuro”, remata Niño. “Si (las lenguas) no se escriben, no perduran”.

Por Lisbeth Fog

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