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La Ortega que le dijo sí al perdón

Hace once años se desmovilizó el único grupo paramilitar del país conformado en su mayoría por indígenas. El Espectador visitó la zona, en la que los otrora miembros de las Autodefensas Campesinas de Ortega siguen luchando unidos por sus ideales, pero sin armas.

Fabio Posada / Ortega (Cauca)
04 de marzo de 2015 - 01:48 a. m.
En Ortega, en el noroccidente del Cauca, 169 paramilitares se reintegraron con su  comunidad con la ayuda de la Agencia Colombiana para la Reintegración. / Fotos: Fabio Posada
En Ortega, en el noroccidente del Cauca, 169 paramilitares se reintegraron con su comunidad con la ayuda de la Agencia Colombiana para la Reintegración. / Fotos: Fabio Posada

Tal vez usted no tiene ni idea a qué suena la paz. Seguro que si le preguntan con qué imagen asocia la reintegración, su mente se quede en blanco. Son sólo conceptos que los colombianos escuchan a diario desde hace años, pero que sienten lejanos, pues no tienen forma, color o sabor reconocibles.

Pero la paz y la reconciliación son acciones posibles que saben a café, a yogur de mora, suenan a música andina y tienen el color del fique. Al menos eso creen las 800 familias que viven en un pequeño pueblo del Cauca que por más de 30 años padeció la violencia y que fue bautizado Ortega en homenaje a Juan Ortega, el humilde colono que lo fundó hace más de un siglo.

En ese corregimiento encaramado en las montañas de Cajibío, al noroccidente del Cauca, 115 paramilitares se reintegraron con su comunidad, con ayuda de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR).

El largo viaje que emprendieron en diciembre de 2003, cuando negociaron con el Gobierno y decidieron desmovilizarse, incluyó no sólo a los excombatientes sino a la comunidad que se comprometió con los resultados del proceso.

“Cuando la desmovilización, buena parte de la población era analfabeta, una década después ya saben leer, escribir y han desarrollado proyectos productivos exitosos como la producción de un café especial que desde 2007 comercializa Juan Valdez, la creación de la marca Moralife, así como los tejidos en fique”, explica Yanneth Rivera, coordinadora de la ACR en el Cauca.

Aunque hoy reinan la armonía y la tranquilidad, Ortega no siempre fue así. Por eso para entender la importancia de este proceso de reconciliación hay que recordar que se desarrolló en una zona donde operan los frentes Sexto y Octavo, así como la columna móvil Jacobo Arenas de las Farc, y el frente Luis Quintero del Eln, donde la desconfianza y la zozobra eran el pan de cada día para sus pobladores.

Historia violenta

Las personas más viejas de Ortega, ‘los mayores’ como les dicen con respeto y cariño, recuerdan que fue en 1977 cuando “el pueblo se fue al carajo”. De esa manera se refieren a la violenta incursión de las Farc que costó la vida de dos destacados líderes comunales, hecho que impulsó a los habitantes a empuñar las armas.

Ese día las Farc asesinaron a Leonidas Becoche y a Manuel de Jesús Quina, personas reconocidas en el pueblo. Becoche fue un líder político de ideas liberales y Quina era uno de los comerciantes más importantes de la región.

Tras el ataque la gente se sintió indefensa y abandonada, ya que la autoridad más cercana estaba a 12 horas por un camino de herradura. Por eso ni el Estado ni nadie apareció en su auxilio. Así que varios familiares de los asesinados se organizaron junto con algunos vecinos para defenderse.

Cuentan los pocos testigos que permanecen con vida que ante la barbarie con que las Farc asesinaron a Becoche, sus hermanos y primos salieron armados a perseguir a los guerrilleros, pero como no los alcanzaron, juraron que nunca más permitirían que algo así volviera a ocurrir en Ortega.

Un año después, en una madrugada de 1978 y cumpliendo su palabra, las Farc fueron emboscadas por un reducido grupo de campesinos e indígenas de Ortega armados con escopetas y machetes. El saldo fue de dos guerrilleros muertos y la desbandada de 13 más que preparaban otra incursión armada desde una finca en la vecina vereda de La Diana, donde fueron descubiertos por una mujer que alertó a Gilberto Becoche, hermano del político asesinado y quien lideró la celada.

Fue Gilberto quien ese mismo año convocó a una asamblea general, en donde según testimonios conocidos por la Fiscalía 40 de Justicia y Paz, participaron alrededor de 600 personas de diferentes veredas, a quienes este líder convenció para que se organizaran y armaran con el argumento de que la guerrilla los iba a “liquidar”.

La propuesta de Becoche fue aceptada y entonces seleccionaron 60 hombres para conformar al grupo que, con el paso de los años, tomaría el nombre de Autodefensas Campesinas de Ortega.

Esa historia de sangre reposa en los expedientes de Justicia y Paz desde julio de 2012, cuando Jairo Guachetá, uno de los 169 integrantes de este grupo de autodefensas, quien se desmovilizó en 2003, la contó muerto del susto durante su primera versión libre ante la Fiscalía 40 de esa unidad especial.

La agrupación se caracterizó por estar compuesta de campesinos e indígenas que, a diferencia de la mayoría de grupos paramilitares en Colombia, se dedicó a defender su territorio y no buscó confrontación con los grupos subversivos por fuera de esa frontera. Tampoco conquistaron nuevos sectores ni reclutaron a nadie a la fuerza.

En apariencia, la filosofía del grupo armado funcionó durante 22 años, en ese tiempo sólo hay memoria de cinco o seis escaramuzas importantes en donde ‘Los indios de Ortega’, como fueron bautizados por sus rivales, repelieron los ataques de las Farc y el Eln.

Prueba de que sólo era una medida extrema a la que accedían cuando se percataban de un posible ataque de las guerrillas, es que las armas y los uniformes que se ponían en los esporádicos combates permanecían guardados durante varios años.

“Las usamos una vez en 1982 contra el Eln, en un combate que duró ocho horas; pasaron seis años y otra vez nos dimos plomo con las Farc, pero el resto del tiempo las manteníamos escondidas y nos dedicábamos a trabajar la tierra”, declaró Guachetá a Justicia y Paz.

El grupo trató de seguir fiel a su principio, tanto así que sólo Gilberto Becoche murió asesinado por las Farc, mientras que los demás miembros fundadores murieron de viejos, situación que pocos grupos armados en el país pueden contar. Sin embargo, no salieron ilesos de la barbarie.

Venganza

El 7 de octubre de 2000 Diva Sánchez, una mujer de 32 años que hizo parte del grupo paramilitar de Ortega, enfrentó a la muerte con arrojo. Los guerrilleros que intentaban someter al pueblo la amenazaron con lanzar una bomba a la casa donde se refugiaba mientras pasaba el ataque.

“Arrinconé a toda mi familia más los 11 niños de las casas vecinas que habían llegado y me negué a salir. Les dije que mejor me mataran dando la cara y les pedí un fusil para darnos plomo. Tenía 18 años, pero el valor lo saqué de la tristeza que viví años antes cuando tuve que enterrar a mi abuelo de 75 años, al que torturaron y asesinaron por robarle un ganado”, recuerda entre lágrimas.

Esa noche de octubre de 2000, según datos de la Policía Judicial, el grupo armado de Ortega perdió el control de su territorio. Las Farc y el Eln lanzaron una ofensiva de gran magnitud para tomarse la población.

Sostuvieron combates durante casi una semana y el grupo de autodefensa sufrió la baja de diez de sus hombres. Los guerrilleros alcanzaron a entrar al pueblo y mataron a cuatro personas más, a quienes acribillaron en sus casas; también quemaron viviendas, entre ellas la de Jaime Quina, familiar del comerciante asesinado en 1978.

Como resultado del ataque, se desplazaron 96 familias y los que se quedaron clamaron venganza. Pidieron ayuda al bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia, que desde mayo de ese año hacían presencia al norte de Cauca.

Los combatientes de los hermanos Castaño entrenaron militarmente a 40 hombres, entre campesinos e indígenas, durante un mes. La instrucción se realizó en la finca La Mosquitera, donde tuvieron adiestramiento en emboscadas, construcción de trincheras, manejo y limpieza de armas, entre otras tácticas de asalto.

Cuando terminó la instrucción militar, H.H., comandante del bloque Calima, decidió que un grupo de sus matones, bajo el mando de alias Chilapo, acompañara de regreso a ‘Los Héroes de Ortega’, como los rebautizaron, porque debían pasar por zonas de influencia de la columna móvil Jacobo Arenas de las Farc y de las compañías Lucho Quintero y José Antonio Sucre del Eln.

Chilapo y su tropa tenían la orden de asesinar a quienes dos mandos del grupo de Ortega, alias Albeiro y Lizardo, señalaran como guerrilleros, colaboradores o simpatizantes de la subversión. Juntos realizaron un recorrido de muerte por veredas y corregimientos de ese municipio del Cauca.

Estos hombres hicieron un listado de ejecuciones y fueron los guías en la región. Durante los últimos siete días de noviembre de 2000, los paramilitares y ‘Los Héroes de Ortega’ aterrorizaron, asesinaron, secuestraron, desplazaron, humillaron y despojaron de sus pertenencias a los habitantes de El Dinde, El Carmelo, La Pedregosa y La Laguna.

Desviados de su plan original y con la mancha de la ilegalidad a cuestas, los paramilitares de Ortega comenzaron a ser rechazados por la misma comunidad que juraron defender. Luego de un proceso de concientización dentro del grupo, el primero que vinculó indígenas en el país, por unanimidad se decidieron desmovilizar en diciembre de 2003.

El día que entregaron las armas su comandante, Rubinder Becoche, declaró: “Sabemos que el camino de la guerra no nos lleva sino a la destrucción, a matarnos entre campesinos, y no es justo que sigamos dejando niños huérfanos, por eso vamos a dejar las armas y a buscar otro destino posible”.

Diva Sánchez, por su parte, comenta que decidieron entregar el control al Estado porque “era una guerra que no nos correspondía, nos tocó asumirla, pero ya no más, quisimos una vida más tranquila”.

Se demoraron seis meses en entregar las armas. Las imágenes muestran que ese día estaban tensos, desconfiados ante la presencia de tantas personalidades que jamás visitan su pueblo. Pero superaron esas sensaciones que, según los psicólogos de la ACR, son normales y comenzaron a transitar por las tres etapas de la reintegración.

Un pueblo nuevo

Nilcon Flores estuvo presente el día en que los paramilitares de Ortega entregaron sus armas. Los pudo ver y aunque ahora, debido a un accidente mientras jornaleaba en una finca, ya no puede, dice que siente la diferencia.

“Aquí no había nada, era un pueblo muerto. Ahora sí ha crecido, hay colegio. Ya no veo, pero uno siente el cambio de ahora. Se siente una Ortega nueva. La gente anda tranquila”, cuenta este joven.

Jefferson Pechene, uno de los dueños de la única tienda que hay en Ortega que cuenta con electricidad y tiene nevera para enfriar las bebidas, así como un televisor con pantalla plana que desde hace tres años entretiene a toda la zona, asegura que la reintegración les abrió las puertas del comercio.

“Antes no se conseguía nada por aquí. Recibí estudio, terminé mi bachillerato. Gracias a Dios nosotros no somos lo mismo de antes” señala. Mientras ensilla la ‘mulita’ que compró hace 15 días, a la que no le tiene nombre, pero sí mucha confianza porque lo lleva y regresa por caminos agrestes, Úlber Guachetá dice ser feliz.

“Antes vivíamos en medio de la violencia. Ahora somos personas reintegradas, creo que somos un ejemplo de paz porque tenemos capacidad para solucionar problemas”, agrega.

Para celebrar que el 98% de la comunidad se reintegró, Ortega fue escenario de una jornada en que se ratificó su compromiso con la paz y con el campo el 18 de diciembre. Mediante un acto simbólico en el que cada habitante plasmó en un grano de café y sobre un tejido de fique su mensaje de lo que significó desmovilizarse, reintegrarse y mantenerse unidos como comunidad y arraigados a su tierra. Con la esperanza de jamás olvidarlo y de difundirlo a otros colombianos que también quieran vivirlo.

Por Fabio Posada / Ortega (Cauca)

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