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Párenle bolas al deporte

Si con $272.000 millones destinados al deporte Colombia descrestó en el Giro de Italia, la Liga de Diamante o Brasil 2014, ¿cuántas cosas se harían con proyectos más elaborados y articulados con el sistema educativo? ¿Cuántos Nairos, Rigos, James y Falcaos andarán en busca de una oportunidad para demostrar su talento?

Élber Gutiérrez Roa
26 de julio de 2014 - 04:11 a. m.
Descalzos, así es como entrenan los niños futbolistas del Chocó, los mismos que sueñan con jugar en Europa.  / Cristian Garavito
Descalzos, así es como entrenan los niños futbolistas del Chocó, los mismos que sueñan con jugar en Europa. / Cristian Garavito
Foto: CRISTIAN GARAVITO/EL ESPECTADOR - CRISTIAN GARAVITO

Dos semanas después de concluido el Mundial de Fútbol de Brasil 2014 y aún con el pecho henchido de la emoción por los resultados de los deportistas colombianos, ya va siendo hora de aterrizar para darle una mirada a lo que el país está haciendo bien y aquello en lo que necesariamente debe mejorar si quiere seguir cosechando éxitos como los del equipo de Pékerman. O como los de Nairo Quintana y Rigoberto Urán en las carreteras de Europa. O como los de Caterine Ibargüen en la Liga de Diamante.

La materia prima para el éxito deportivo, está demostrado, es más que común en el país. Siempre ha estado ahí. Se hizo evidente, por ejemplo, cuando aparecieron los triunfos de Cochise Rodríguez en épocas frentenacionalistas. O cuando, en los años 80, las hazañas europeas de un puñado de campesinos comandados por Lucho Herrera y Fabio Parra eran las únicas que le robaban las fotografías de las portadas de los periódicos a la barbarie que el narcotráfico sembraba en estas tierras. (Ver gráfico 1) 

Pocas cosas en este mundo afianzan identidad nacional, elevan la autoestima, motivan al trabajo en grupo, generan solidaridad y propician una vida sana en las proporciones en las que lo hace el deporte. Tan noble es, y tan poderosa su fuerza integracionista, que en no pocos casos, regímenes de distintas latitudes han intentado usarlo para promover todo tipo de ideologías. Desde el nazismo alemán, pasando por el comunismo soviético. Un poco más cerca, la dictadura militar argentina se valió, por ejemplo, de la pasión por el fútbol para intentar camuflar la que entonces ya era una inminente derrota en la guerra de las Malvinas. Y mucho más cerca, aún, existía la extraña coincidencia de que cada vez que ocurría una tragedia, a los gobiernos colombianos se les ocurría usar los partidos de fútbol como cortina.

No, el deporte no es para camuflar las desventuras nuestras de cada día. ¡Ni más faltaba! Es para cuidar la salud de las personas (uno de los objetivos que tanto pregonan los políticos) y, ya en la esfera profesional, es además un poderoso instrumento de reputación de los estados, una forma digna de ganarse la vida, una fábrica de esperanzas en medio de los problemas.

Cuánta geografía hemos aprendido por cuenta del deporte. Así como Guaitarilla, Patascoy o Bojayá alcanzaron reconocimiento nacional como consecuencia de la violencia, el deporte le enseñó al país dónde quedan Cucaita, Ramiriquí o Tutunendo. Turbo y Tumaco son sinónimos de fútbol. San Onofre, tan asediado por paramilitares, narcotraficantes y políticos corruptos, es una de las mayores despensas de campeones de boxeo que tiene el país: Rodolfo Blanco, Chicanero Mendoza y hasta el medallista olímpico Jorge Eliécer Julio Rocha, para no alargar los ejemplos. ¿Cuántos más tendría si por sus calles no se hubiesen enseñoreado el poder de las mafias y los gobernantes deshonestos, algunos de ellos aún presos, otros prófugos de la justicia. Si en vez de hacer fiesta con las regalías, hubiesen construido un coliseo o un gimnasio de primer nivel para entrenar a los pugilistas.

El ciclismo volvió a dar el campanazo. En esos humildes pueblos hacia los que pocos vuelven a mirar. En el olvidado Nariño, en esa Boyacá de elevados índices de desnutrición, en el violentado Urrao y el desconocido Ciudad Bolívar antioqueño se están formando los corredores que hoy asombran al mundo deportivo. La empresa privada ha encontrado a algunos, pero no se sabe cuántos más se perderán por falta de apoyo.

Como la del fútbol, que acaba de darle al país la mayor de las alegrías gracias al quinto lugar en el Mundial de Brasil (con goleador, premio al juego limpio y la mejor anotación del torneo incluidos), la cosecha de ciclistas promete ser generosa en triunfos y van a faltar —hace mucho faltan— andamiajes institucionales para aprovecharla. Héctor Urrego, uno de los periodistas que más saben de ciclismo en el país, se hacía la pregunta en su transmisión del Giro de Italia, a través de Antena 2: “¿Cuál es el rol que el Estado colombiano le quiere dar al deporte y dónde están las estrategias para fomentarlo?”. Aunque hacía énfasis específico en el ciclismo, el interrogante es válido para la demás disciplinas.

Ojalá y el buen momento de los deportistas dé para mucho más que para una abundante venta de bicicletas y camisetas del Real Madrid. Porque sí, un imparable de Édgar Rentería en 1997 puso a los padres de familia del país —incluso a los de Bogotá— a incluir bates y guantes de béisbol en los regalos navideños, pero ahí no debe acabar la ayuda a los deportistas. De sobra se conoce que en EE.UU. y Europa, a los que tanto se quiere parecer el país, los deportistas son ampliamente consentidos por los sistemas educativos y en particular por las universidades. (Ver gráfico 2). 

Los aplausos son más que merecidos, pero no sirven para formar a los campeones, para motivarlos a que prediquen sus conocimientos, a que ayuden a buscar nuevos talentos o a que aprendan a administrar lo que les dejen sus días de gloria. Así evitaremos los también conocidos casos de campeones que terminaron en el ostracismo, repudiados por la sociedad que sacaba pecho con sus triunfos o incluso en malos negocios. Hay que educar al deportista tanto para su profesión como para la vida. (Ver gráfico 3). 

Colombia ha incrementado su presupuesto para este sector, es cierto. De $ 132.200 millones en 2010 se pasó a $272.000 millones en 2014. Pero hay que pensar en grande si lo que se quiere es propiciar las condiciones para que florezcan deportistas de élite. Porque una revisión de las cifras sobre cuántos deportistas en verdad recibieron apoyo estatal podría traer muchas sorpresas. De hecho, frente a los $190 billones del presupuesto nacional, el de la actividad deportiva ya no resulta tan grande, incluso si se tiene en cuenta que las demás políticas sociales indirectamente terminan apoyando esta actividad.

 

egutierrez@elespectador.com

@elbergutierrezr

Por Élber Gutiérrez Roa

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