Polémica en la comunidad emberá por construcción de la carretera Medellín-Quibdó

En la zona del 21, cerca a Quibdó, con cañas de iraca fabrican sus canastos las mujeres de un resguardo indígena, la carretera Medellín-Quibdó tiene parcialmente arrasados los cultivos de iraca.

Jorge Pinzón Salas, especial para El Espectador
11 de enero de 2017 - 04:19 p. m.
Cortesía
Cortesía

El 21 está situado en una montaña húmeda a 45 minutos de Quibdó, la capital del departamento del Chocó. Allí viven 39 familias indígenas de la etnia emberá dobidá, que obtienen su sustento del cultivo de iraca, la planta con la que las mujeres fabrican canastos para uso doméstico y para la venta en Medellín o Bogotá. Los primeros los emplean para cargar objetos personales o alimentos como los huevos de las gallinas de cría. Los segundos son piezas artesanales que comercializan por su cuenta o, en los últimos dos años, con el apoyo de APD (Atención a Población Desplazada), un programa de Artesanías de Colombia.
 
Desde mayo de 2016, los habitantes de la Comunidad 21 se han visto seriamente afectados por cuenta de la construcción de un tramo de la carretera que de Medellín conduce a Quibdó. Debido a que la pavimentación de la vía no se ha llevado a cabo, según ellos, de una manera adecuada, una extensión considerable de cultivos de iraca se echó a perder. 
 
En total han sido afectados alrededor de cuatro kilómetros de sembradíos de iraca, es decir, cerca de 200 matojos de esta planta que cultivan los emberá dobidá a lado y lado de la carretera. De cada matojo (o matorral grande) se extraen entre 90 y 100 cañas, con las cuales se fabrican hasta 50 canastos de entre 30 y 50 centímetros. Pero de un matojo también pueden sacarse palos para 200 paneras o canastos cuadrados de 25 centímetros.
 
“Las pérdidas económicas han sido grandes”, dice Belarmino Tunay, vocero de la comunidad. “Cada panera la vendemos a $40.000, y si de un solo matojo sacamos 200 paneras, por un solo matojo destruido dejamos de vender $8.000.000. Eso multiplíquelo por 200 matojos. Esta es una preocupación grandísima de la comunidad en este momento. Para nosotros el problema es grave”.  
 
La firma Sonacol, responsable de la concesión de esta carretera y, más concretamente, de una serie de mejoras sobre la misma, se comprometió a resarcir, a más tardar el 15 de noviembre pasado, a los 157 indígenas de este territorio fundado por el jaibaná o médico tradicional Custodio Tunay, abuelo de Belarmino. Pero según la última comunicación que ha recibido la Comunidad 21 por parte de funcionarios de Sonacol, todavía no están asegurados los recursos de reparación de los daños ocasionados en los cultivos de iraca. 
 
“No han cumplido lo pactado. Ahora nos dicen que en 2017, pero no sabemos cuándo exactamente”, dice Belarmino, quien a sus 50 años reparte su tiempo entre la docencia en primaria y la gestión de proyectos comunitarios. “Todavía no hay denuncia, pero más adelante podría haber si ellos no aceptan lo que les hemos pedido que nos reconozcan”.  
 
Si bien la iraca es la materia prima que más comercializan y la que les reporta mayor beneficio económico, el trazado de la carretera también ha perjudicado cultivos de borojó, ñame y aguacate, entre otros productos que siembran al borde de esta vía. 
 
Pese a la pérdida masiva de iraca de la que han sido víctimas en los últimos meses, representantes de los artesanos de la Comunidad 21 vendieron 199 de los 200 canastos que, a través del Programa APD (Atención a Población Desplazada) de Artesanías de Colombia, llevaron a Expoartesanías 2016, que tuvo lugar en Bogotá entre el 5 y el 18 de diciembre. 
 
Belarmino Tunay lleva dos años trabajando con este programa. “Gracias a la gente de Artesanías de Colombia estuvimos en Bogotá y vendimos bien nuestras artesanías”, dice, contento de llevarle la buena noticia a su comunidad.  
 
Con el dinero obtenido por la venta de los canastos, las mujeres emberá dobidá compran, entre otros elementos de primera necesidad, páneles solares pequeños para poder trabajar de día y de noche en el oficio artesanal. Algunas viudas pagan la matrícula del colegio de sus hijos en Quibdó.   
Los emberá dobidá son una comunidad que, usualmente, tanto hombres como mujeres, anda semidesnuda, y utiliza todavía flechas para la cacería de guagua, venado, jabalí y conejo silvestre. Los dobidá son los emberá menos occidentalizados. Las mujeres no hablan español. Los hombres lo hablan un poco más pero con mucha dificultad. La vegetación tropical y los palafitos (casas de palos levantadas a metro y medio del suelo) forman parte de su entorno. 
 
En el 21 no hay instalaciones aptas para un colegio. Los niños y adolescentes hacen la primaria y el bachillerato en una casa de familia. Esta comunidad ha sido golpeada por la violencia y el desplazamiento. En el año 2000 hubo una dramática arremetida de los paramilitares, que obligó a sus pobladores a refugiarse en la catedral de Quibdó durante tres meses. “Pero volvimos a nuestro territorio, porque nosotros los indígenas sin tierra no somos nada”, dice Belarminio, que si algo quiere dejarles claro a la Gobernación del Chocó y a la empresa Sonacol, es que de ninguna manera el 21 está en contra de la pavimentación del tramo de la carretera Quibdó-Medellín que pasa por su territorio. Su propósito no es otro que la búsqueda de reparación económica y física: que les hagan entrega de un monto al menos cercano al que han perdido a razón de los cultivos de iraca destruidos por la construcción de la carretera, y que les reparen las parcelas de cultivo de la planta que fueron afectadas.  
 
“Los canastos de iraca los producimos para el sustento de la familia, por eso nos preocupan las pérdidas que hemos tenido por el incumplimiento de la empresa Sonacol”, dice Tunay. 
 
El trabajo con la iraca es fundamental para los dobidá, no solo en la esfera económica, sino también en el ámbito cotidiano. Las mujeres pasan mucho tiempo manipulando la iraca para la elaboración de los canastos, por lo cual la escasez de la planta representa un obstáculo tanto para el desarrollo de una práctica artesanal esencial dentro de su tradición, como para la manutención de sus familias.  

Por Jorge Pinzón Salas, especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar