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También el sur

Una radiografía de atraso y de violencia que también caracteriza al sur del Cauca. Sólo que allí es más clara la presencia del narcotráfico.

Alfredo Molano Bravo
21 de julio de 2012 - 09:26 p. m.

A mediados de los años 80 estuve en la región de El Tambo, Huisitó, López de Micay, contribuyendo a un estudio de factibilidad sobre la construcción de la hidroeléctrica Arrieros del Micay. Huisitó era una agrupación de cinco casas; había poca coca y un “trabajadero” o laboratorio, como lo llama la Policía. Se oía hablar de la guerrilla con un evasivo “por ahí se han visto pasar”.

En el año 90 realicé una exploración social para el Programa Nacional de Rehabilitación en Argelia y El Plateado. El primero era un pueblo perdido de seis manzanas y El Plateado una plaza rodeada de potreros. El rumor de la existencia de coca, amapola y guerrilla era más consistente que cinco años atrás y ya había evidencias de un mercado local de ilícitos. El Mango y Sinaí eran “paraderos de bestias” en una trocha que no llegaba aún como carretera a El Plateado.

En el año 97 regresé a la región con una misión del Plan Nacional de Desarrollo Alternativo. Argelia era ya cabecera municipal, había discotecas, una cuadra entera de tiendas prósperas y servicio de buses regular y frecuente. La guerrilla se había tomado el pueblo y la carretera llegaba a El Plateado, donde, sin mucho esfuerzo, se veían cultivos de coca. La selva había comenzado a ser derribada.

Hoy el cultivo de la coca y la fabricación de base se extienden en casi toda la vertiente del Pacífico, y en las vegas de los ríos principales: Patía, Micay, Mechengue, Naya. Las guerrillas han recuperado y extendido su poder en un gran territorio que comienza en el Macizo Colombiano y termina en la costa Pacífica, donde los frentes 8, 29 y 60 de las Farc, y las columna Manuel Vázquez Castaño, Milton Hernández, Camilo Cienfuegos y Lucho Quintero del Eln, han golpeado a ‘Los Rastrojos’ y a la Fuerza Pública.

El Tambo está acaballado en el quiebre de aguas entre el río Cauca, al norte, y el río Patía, al sur. Fue una importante mina de oro durante la colonia, que rivalizaba con la de Almaguer en el Macizo Colombiano. Existieron también grandes haciendas de ganado y caña, explotadas con esclavos, lo que hace suponer que en ellas se originaron algunas de las cimarroneras que poblaron el valle del río Patía.

En los años 50 llegaron del Tolima, Caldas y Antioquia campesinos expulsados a colonizar la vertiente del Pacífico. Huisitó fue abierto por campesinos caldenses y desde la década del 80 ha sido una región que vive de la coca y la amapola. El Gobierno ha intentado erradicar los cultivos ilegales con programas de sustitución y de erradicación aérea y manual en varias oportunidades.

La última, el año antepasado, dio origen a una masiva movilización de campesinos cocaleros de Huisitó, Los Andes, Playa Rica, La Calera, La Paz, Finlandia, hacia la cabecera municipal y hacia Popayán. Comenzó el 22 de junio y durante 16 días los campesinos rodearon a un destacamento del Ejército que trató de impedir la marcha hasta el momento de ser enviado el Escuadrón Móvil de la Policía Nacional, y que, según testigos, fue repelido por los manifestantes. Hubo diálogos, compromisos y la movilización continuó hacia Popayán, pero a mitad del camino explotó una bomba en una estación de gasolina a la entrada de la ciudad.

La policía declaró que el artefacto había salido “de las entrañas mismas de los campesinos” y la marcha se detuvo, pero algunos manifestantes lograron llegar hasta Popayán, donde acordaron con el gobierno municipal tres puntos: respetar los Derechos Humanos, iniciar programas productivos y mejorar las vías. Hubo sólo una reunión sobre el primer punto y ningún desarrollo sobre los otros dos. Acción Social declaró que no habría ningún programa mientras hubiera una sola mata de coca.

Mientras tanto, en las zonas continúan los enfrentamientos armados del Eln con el Ejército, que han originado el desplazamiento de campesinos de las veredas de Gavilanes, Sabaletas y Guayabal. Según el personero, hay campos minados en los filos de las lomas —en ocasiones anunciados por las guerrillas—, robo de gallinas, seducción de muchachas y morterazos disparados por la Fuerza Pública, que caen cerca de las escuelas de Playa Rica y Cerro Negro.

Al sur del Tambo está Balboa, llamado el Balcón sobre el Patía, situado sobre el flanco oriental de la Cordillera Occidental. Fue poblado a comienzos del siglo XX por gentes del Macizo Colombiano y el norte de Nariño, que vivieron durante muchos años de la explotación de las resinas de los arbustos de laurel usadas para la fabricación de cirios. Después se cultivó el café, la yuca y el pancoger tradicional. Es aún una región muy campesina y muy religiosa, al punto que en la plaza principal no hay sino el busto de un antiguo cura párroco.

Por la actitud de la población y de la Policía se teme un hostigamiento por parte de las Farc, acción que consiste en disparar desde las cercanías bombas de metralla —los famosos y destructores tatucos—, impulsadas desde cilindros de gas propano. El Ejército ha desplazado a ‘Los Rastrojos’ de la zona de Pureto, donde tenían su base de operaciones, y se han retirado hacia el municipio de Leyva, en Nariño. En la vereda Cristales, las Farc mataron a 19 ‘rastrojos’ a principios del año pasado.

Es posible la existencia allí de un cementerio clandestino que nadie se atreve a denunciar. Sin embargo, se dice que ‘Los Rastrojos’ están reapareciendo por La Montaña y Cerro Blandito. El personero agrega que ello es facilitado por la reacción de la comunidad a la obligación que impone la guerrilla de hacer mingas para el mejoramiento de una trocha entre Balboa y Argelia con miras a sacar por ella en motocicleta la base de coca.

Argelia es hoy un pueblo que ha crecido y se ha desarrollado mediante una sabia combinación de cultivos legales —café, cacao, caña— y coca. Más aún, en algunos sectores se entremezclan surcos de café con surcos de coca, y sembrados de cacao con sembrados de coca. Desde que se pasa el quiebre de aguas entre el Patía y el Micay en la Cordillera Occidental, la coca es un cultivo a ojos vistas. El Gobierno ha tratado de erradicarla a las buenas y a las malas y el resultado es el mismo: su expansión. Hoy hay tanta coca que ya no se esconde detrás de las lomas y se han adoptado nuevas variedades —la rosada y el injerto— que, digamos, son resistentes a la erradicación: crecen rápidamente, tienen más follaje, producen hasta cinco cosechas de hoja al año y el contenido de alcaloide por arroba es mucho mayor.

Es cierto que requieren más abonos y fungicidas, pero también que los campesinos han aumentado la productividad de la cosecha al sembrar en surcos regulares, que hacen posible mayor velocidad en el “raspe de la hoja”. Quizás por la relativa escasez de mano de obra de confianza para sacar la base, o por la cantidad de hoja a procesar, muchos cultivadores han optado por vender hoja a las procesadoras de base, de seguro integradas verticalmente a los cristalizaderos.

El resultado visible es el desarrollo de la edificación en el pueblo y, claro está, la construcción vertical de vivienda y de negocios. La sede de la Alcaldía tiene cinco pisos; la iglesia ha sido remodelada y la plaza principal reconstruida. Hay bares, discotecas, cafés internet, panaderías, bizcocherías, misceláneas, tiendas de ropa “de marca china” y numerosas droguerías. Hay paraderos de mototaxis en las que uno puede ir a todas partes en pocos minutos. Hay líneas regulares de bus y colectivo hacia El Plateado, Balboa y Popayán.

La policía reside en un búnker construido en la mitad de la plaza central y ha suprimido la circulación de vehículos en las calles adyacentes. No son muy regulares sus patrullajes, pues desde las lomas, francotiradores de las guerrillas han abatido a un par de agentes, y los hostigamientos con tatucos son frecuentes. El miedo de la población reaparece en las noches; de día la actividad económica es frenética. No es gratuito el temor. El año pasado hubo hostigamiento al puesto de policía con tatucos y metralla que impactaron la iglesia, la sede del comité de cafeteros y el Banco Agrario. Descargas de fusilería se oyen casi todos los días en el pueblo.

La Policía no sale a patrullar en el pueblo, y mucho menos fuera de él; tampoco se mueven los funcionarios del municipio —salvo el personero—, por amenazas constantes de la guerrilla, que tiene, como en toda la zona, una fuerte y activa presencia desde que las Farc hicieron un “acuerdo estratégico y táctico” con el Eln para recuperar el territorio. El Partido Liberal y el Movimiento Popular Campesino han sido vetados por los insurgentes, así como todo aquel que no acepte pedir el retiro de la Fuerza Pública y rechazar la erradicación de la coca.

A principios de 2010 ‘Los Rastrojos’, ante la arremetida de las Farc, se tuvieron que replegar de El Mango, Sinaí y La Belleza hacia Las Perlas y La Ceiba. La gente afirma que muchos paramilitares son drogadictos y sicarios contratados, a los que, además, se les paga permitiéndoles apoderarse de bienes de los campesinos, como un auténtico botín de guerra. Sus campamentos, aducen, son protegidos por el Ejército Nacional y sus desplazamientos acompañados a prudente distancia. Por estas razones hubo un sector de la vereda Las Perlas que buscó refugio en la cabecera municipal en febrero de 2011.

La mano de ‘Los Rastrojos’ en Cauca

El principal combustible del conflicto en el Cauca es el negocio ilegal del narcotráfico, que encuentra por las rutas de salida al Pacífico el principal puerto de envío de drogas. El Cauca, además, se ha convertido en el punto por el cual se recibe armamento para nutrir los combates en los cuales las Farc no son los únicos protagonistas.

‘Los Rastrojos’, el que una vez fue el ejército privado del narcotraficante del norte del Valle Wílber Varela, alias Jabón, es hoy una de las bandas criminales que más trasnocha a la Fuerza Pública. A través de alianzas con otros carteles y con los mismos grupos guerrilleros, ésta ha sabido apropiarse de rutas y prosperar en el ilícito negocio del comercio de alucinógenos.

‘Los Rastrojos’, además, han desarrollado sistemas de control social al estilo de los paramilitares. Les ordenan a las mujeres cómo comportarse, a la gente hasta qué hora estar en la calle y, lo peor, realizan ‘limpiezas sociales’ contra personas que consideran no cumplen sus estándares.

Intentando atajar la droga en el Pacífico

Las autoridades, especialmente la Armada Nacional, tienen claro que cada año los carteles de la droga intentan sacar toneladas por el Pacífico. Por esa razón están allí instaladas bases como la de Buenaventura o de Tumaco, mientras uniformados navales patrullan día y noche el océano y los diferentes ríos de Chocó, Valle, Cauca y Nariño. Los cargamentos que allí se incautan suelen ser bastante grandes, como en aguas chocoanas donde se decomisó uno de 2,6 toneladas de clorhidrato de cocaína el pasado 4 de junio.

También se sabe, sin embargo, que por cada tonelada decomisada por lo menos otra logra llegar al exterior. Además, en muchos pueblos que colindan con el mar, para los jóvenes se ha convertido en una ‘opción laboral’ recoger paquetes de droga que se tiran al mar y continuar así con la cadena de comercialización. Sin contar con las miles de familias que dependen del narcotráfico para sobrevivir.

Mañana, segunda parte de esta crónica

Por Alfredo Molano Bravo

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