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Yacopí cree en la reconciliación y se prepara para el posconflicto

Uno de los municipios más golpeados por la guerra reconstruye sus lazos comunitarios gracias al trabajo agrícola y proyectos de restitución.

Susana Noguera Montoya
28 de agosto de 2015 - 03:05 a. m.

Paola Linares entró a su cuenta de Facebook y encontró una impactante solicitud de amistad. Se la había enviado Luis Eduardo Cifuentes, alias el Águila, excomandante del bloque Cundinamarca de las autodefensas. Y era impactante por una razón: este sujeto fue quien ordenó el 23 de marzo de 2001 la muerte de su esposo, Néstor Cifuentes, y el responsable de que su vida cambiara al tener que huir, viuda y embarazada, de su hogar en Yacopí.

Hoy, 14 años después del crimen y de su desplazamiento, Paola siente que la vida le dio una nueva oportunidad. Pudo regresar a su pueblo para recuperar lo que el conflicto le había quitado. Y aunque dice que jamás olvidará la muerte de su primer esposo, reconoce que tiene la capacidad de perdonar. Fue esa capacidad la que le sirvió para aceptar la solicitud de amistad que le envió Cifuentes a través de la red social.

Su nueva vida es lo más cercano a una paradoja. Su segundo esposo, Hermes Vasallo, fue paramilitar y trabajó con su victimario. Relata que lo conoció justo después de regresar a su pueblo. “El día que llegué a la casa de mis padres fueron a buscarme tres paramilitares. Los atendí con miedo. Entre ellos estaba Hermes. Llegaron para decirme que estaba a salvo y que no me harían nada”, recuerda.

Los días de esta pareja hoy transcurren tranquilos en medio de su pequeño cultivo de cacao, que sembraron para reemplazar cultivos ilícitos. Historias como la de Paola Linares hoy son comunes en Yacopí, uno de los primeros municipios de Cundinamarca que se preparan para el posconflicto. Allí conviven y trabajan tanto víctimas como victimarios (excombatientes de las Auc y de las Farc) en una tarea común: reconstruir los lazos que rompió la guerra.

Azotados por la violencia

Que Yacopí sea uno de los primeros en prepararse para el posconflicto es especial. Este municipio de la provincia de Río Negro, ubicado en medio de imponentes montañas que parecen azules con la neblina de la madrugada, ha sufrido todas las clases de violencia que ha soportado el país.

Primero fue la violencia durante la Guerra de los Mil Días. El municipio fue destruido en dos ocasiones y reconstruido en 1953. Por su cercanía a las minas de Quípama (Boyacá), soportó la violencia esmeraldera y años después la guerra entre carteles del narcotráfico, cuando la zona era dominada por Gonzalo Rodríguez Gacha. En 1995 llegó la violencia paramilitar de la mano del bloque Cundinamarca de las autodefensas. Muchos pobladores no tuvieron otra opción que huir del fuego cruzado entre las Auc y el frente 22 de las Farc, que se encontraba en la región.

Convivencia

Después de décadas de dolor, el panorama parece cambiar. Y aunque reconstruir los lazos es difícil, en Yacopí ya dieron los primeros pasos. Actualmente se hacen reuniones y eventos en el municipio en las que todos participan como iguales. Los campeonatos de microfútbol, las reuniones psicosociales y los actos simbólicos de perdón se desarrollan de tal forma que poco a poco se va desvaneciendo la clasificación de víctimas y victimarios. “Me tocó convivir con las Auc. Antes de ser actores armados eran mis vecinos, mis compañeros de colegio, primos o amigos. Ahora que no están armados intentamos recordar cómo éramos antes de toda la violencia”, dice Paola Linares.

Otra pobladora que se ha beneficiado del perdón de sus vecinos es Zoraida Mahecha, esposa de Absalón Zamudio, alias Buena Suerte, otro de los jefes paramilitares que operaron en la zona. Desde su finca, a media hora del casco urbano del municipio, dice que se siente mucho más tranquila ahora que es parte de la comunidad sin ser señalada por los crímenes de su esposo, a quien le atribuyen al menos 150 desplazamientos forzados.

Antes del proceso de paz con los paramilitares se sentía aislada del pueblo, no podía dormir en su casa por miedo a que la mataran o a alguno de sus cinco hijos en venganza contra su marido. Cada vez que el Ejército llegaba a buscar al jefe paramilitar, allanaban su casa y la interrogaban. Esos hechos fueron traumáticos y no quiere que sus hijos ni sus nietos vivan lo mismo. “Prefiero tener paz a tener plata. Para mis hijos es importante, ya que ahora pueden salir a jugar sin miedo. Agradezco que mi hija menor de siete años no tuvo que vivir toda esa violencia. Dios quiera que nunca se repita”, dice Zoraida mientras alimenta las 90 gallinas que le dio el Gobierno como parte del programa La Gallina Feliz, proyecto agrícola para madres cabeza de familia.

De la mano del campo, la comunidad piensa que sólo ellos mismos pueden garantizar la no repetición de los hechos victimizantes. Tuvieron la determinación de que todos deben ir hacia el mismo lado para asegurarse de que la violencia no se repita. Y para lograrlo están convencidos de que es necesario que el municipio inicie un proceso de transformación.

Esa transformación se empieza a notar en la reconstrucción de la plaza de mercado del pueblo, el mejoramiento de las calles que rodean el parque principal y la construcción de las escuelas destruidas en medio de los ataques guerrilleros. La inversión social y económica es clave para lograr que las víctimas de la violencia se sientan respaldadas, pero también es vital que los programas de ayuda psicológica postraumática sean efectivos. “Aquí podemos hacer todas las inversiones en infraestructura, pero el tema real es de tejido humano”, dice Wilson González, alcalde de Yacopí.

Oportunidades

Es en este punto que la convivencia ciudadana y la agricultura se vuelven inseparables. No puede haber una convivencia armónica sin una activa producción agrícola. Este ha sido el secreto del éxito de Yacopí en materia de paz y reconciliación. Los proyectos agrícolas sostenibles juegan un papel importante para contrarrestar uno de los principales problemas del municipio: el desempleo.

Ferney Álvarez, personero de Yacopí, recuerda que esa fue la razón por la cual los negocios ilegales encontraron mano de obra en el lugar. Los jóvenes llegaban a pedirles trabajo a los jefes paramilitares porque no había nada más que hacer. Lo que se busca es que esto no vuelva a ocurrir. Aunque el municipio cuenta con una población de casi 17.000 habitantes, sólo el 18% son jóvenes entre los 21 y los 25 años. Esto ocurre porque la mayoría se gradúa del colegio y va a buscar empleo a las grandes ciudades. Para evitar esa deserción, el municipio quiere ser una potencia agrícola. Cuando el campo se vuelva rentable, se volverá más atractivo para las nuevas generaciones.

“La esperanza de Yacopí son los proyectos productivos del campo. La gente siembra cacao y dice ‘esta es mi pensión’, porque sabe que esos árboles dan frutos por 40 años”, dice Hermes, esposo de Paola. Lo mismo piensa Zoraida, quien espera tener 500 gallinas dentro de cinco años, aliarse con otros productores de huevo para lograr exportar y así proveer un mejor futuro para sus hijos.

Las iniciativas autosostenibles han sido bien recibidas por la comunidad, que ve en ellas una nueva oportunidad de suplir sus necesidades por la vía legal. El programa Familias Guardabosques, para la erradicación de cultivos ilícitos, ha invertido casi $10.000 millones en el municipio, recursos que han beneficiado a 1.500 familias. La Federación Nacional de Cacaoteros (Fedecacao) también ha priorizado a las personas víctimas de la violencia para trabajar en los cultivos. El programa La Gallina Feliz ha beneficiado a 137 personas de 34 familias.

Es cierto que regenerar los tejidos sociales de un pueblo que lleva más de un siglo de violencia toma tiempo. Pero municipios como Yacopí empezaron el proceso. “Para mí este es otro mundo. Un mundo en el que todos somos iguales y no vivimos pensando quién es más peligroso o a quién hay que tenerle más miedo. Es el mundo que quiero para mis hijos”, concluye Zoraida.

Por Susana Noguera Montoya

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