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Yo estuve en... La sesión en la que se acusó a Jorge Pretelt

El representante a la Cámara, Germán Navas Talero, relató cómo se vivió al interior del Salón Elíptico de la Cámara de Representantes la histórica reunión en que congresistas pidieron el llamamiento a juicio del magistrado de la Corte Constitucional.

Germán navas Talero
27 de diciembre de 2015 - 04:05 p. m.

Tal vez los lectores recuerden el pasaje aquel de la Biblia donde nos traman con el cuento de que la diversidad de idiomas obedece a un castigo de Dios para sancionar la soberbia de los hombres que intentaban construir un Empire State, cuando no había ascensores, con el fin de llegar hasta el cielo. Como también recordarán el cuento de Peñalosa de que estamos 2.600 metros más cerca de las estrellas. No obstante no ha aclarado si son las de Millos, Santa Fe o Nacional.

Para lograr el objetivo de su reprimenda el Dios de la Biblia le dio a cada uno una lengua distinta, por lo que ellos cuando pedían cemento entendían lo lamento. Si otro pedía un palustre su vecino entendía que hay que darle lustre, al que pidió la carretilla le dijeron que no hablara tanto (por aquello de la carreta). Otro pidió una piedra y se la sacaron, al que pedía palo para el andamio le dieron garrote, el que dijo tener hambre le dieron pastillas para el calambre, palabras más palabras menos estaban más enredados que la administración de Petro, razón por la cual nunca se construyó la torre de Babel, como pasará con el metro de Peñalosa.

Yo estuve en la torre de Babel, perdón, en el Salón Elíptico del Capitolio el día en que la Cámara de Representantes confirmó el llamamiento a juicio de un magistrado de la Corte Constitucional, no la celestial. Algo semejante acontecía ese día en la citada Cámara, los lenguajes eran distintos, unos por el sí otros por el no, unos opinaban, otros se callaban. Y yo estaba allí. Cada quien tenía su concepto, pero no sabían cómo llegar a la meta pues tienen profesiones y lenguajes disímiles, lo cual dificulta, como en la torre bíblica, obtener un resultado.

Sin embargo, por primera vez lograron ponerse de acuerdo en algo: que el problema se solucionaba votando un sí o un no a la propuesta que el ponente sometía a su consideración. Algunos como ratoncitos asustados trataban de eludir su responsabilidad ausentándose del recinto. Advertidos de que así como en el caso de Babel el Dios los castigaría si no tomaban partido, aquí sería el Código Penal el encargado de la reprimenda y no precisamente confundiéndoles la lengua, sino con la posibilidad de tomar un descanso en las mazmorras, mal llamadas cárceles, o en el menor de los casos con la pena de desvestirse, perdón, perder la investidura.

La razón imperó, lo cual no es fácil en quienes nos dedicamos a la política, y después de varias horas de escuchar impedimentos y recusaciones, un número suficiente, casi el doble de los que votaron por el no, terminaron diciendo que sí, es decir darle trámite a la petición de los acusetas, perdón de la Comisión de Acusaciones, que pedía que fuera el Senado quien en últimas aclarara si era del caso enviar el proceso a la Corte Suprema de Justicia que, insisto, no es la corte celestial.

El país se extrañó: era la primera vez que 164 representantes eran capaces de cumplir con su obligación a pesar de la diversidad de lenguajes, profesiones y orígenes de sus componentes.

Reconozco que fue duro el trabajo por lo que ya he dicho. El estrés hizo mella en quienes en una u otra forma querían cumplir con su deber. Alguien en tono irónico comentaba que al fin nos habían hecho trabajar.

Ahora el camello, me refiero al trabajo no al del pesebre, va para el Senado, que no es donde cenan como algunos creen, sino una corporación que hace lo mismo que la Cámara pero que sirve para enfriar lo que en la otra se calienta. Allí tampoco saben qué es lo que tienen que hacer, el país espera que por el camino aprendan y cumplan. Allí los abogados de prensa, los que sólo litigan en letras de molde, tendrán que, con argumentos, y no con paja, conseguir la absolución o la condena por parte de quienes tienen que fallar. Cuando digo fallar no es que no vayan a trabajar ese día, sino que tienen que pronunciar una sentencia, como lo ordena la ley que ellos mismos se inventaron.

Lo cierto es que por primera vez en la historia hicieron lo que tenían que hacer.

 

*Representante a la cámara

Por Germán navas Talero

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