“Yo no quería que Carlos Vives viniera”: víctima de masacre de El Salado

Ladis Redondo Torres vive con su esposo y cuatro hijos en El Salado, en los Montes de María, donde los “paras” mataron a su madre y a su hermano hace 15 años.

Diana Carolina Durán Núñez
28 de junio de 2015 - 09:00 p. m.
Ladis Redondo, víctima de la masacre de El Salado.
Ladis Redondo, víctima de la masacre de El Salado.

Ella, que cuenta por qué se opuso al concierto que dio Carlos Vives allá, recibirá los restos de su familia el próximo fin de semana, en una ceremonia oficial de la Fiscalía.

“Mira, no sé si tú lo has sentío alguna vez, pero cuando va a acontecer algo malo en el aire se siente. Bueno, tú no has tenido esa sensación, pero nosotros en El Salado un día la vivimos. Hasta la misma naturaleza siente como que hay algo pesado en el ambiente. Los que practican yoga, no sé de yoga, dicen que es la mala energía. Creo que había muy mala energía alrededor de El Salado y eso era lo que nos hacía tener miedo y huir: ellos venían. Y entonces fue cuando entraron estos hombres armados. Mi hermano sí lo presenció. Él lo vio todo.

Me salvé porque estaba escondida en una finca, pero los tiros se escuchaban, claro, yo estaba cerquitica. Y quería venirme cuando me enteré, porque me preocupaba mi hermanito. En la huida, unas personas pasaron por la finca donde yo estaba y me miraban raro, como ocultándome algo, hasta que alguien me empezó a contar a quién habían matado. Me miró y dijo: mataron al profe y a la seño Rosmi. A mi hermano y a mi mamá. Ahí dije: ¡yo me voy pal Salado! Mi hermanito menor había quedado vivo y yo pensaba en él… era un niño menor de edad y estaba solo. Era un niño. Un niño. Tenía 15 años. Yo, 21.

Durante dos días mi hermanito se dedicó a cuidar sus cuerpos. Sacó el comedor de mi casa, los alzó… Toda esa cancha que tú ves estaba llena de muertos. Toda. Los paramilitares demoraron dos días aquí después de que mataron, celebrando, dejando que se pudrieran. Y nosotros todos por allá en los montes esperando a que ellos salieran para volver, y que entrara de pronto la Cruz Roja o el Ejército que nos defendiera, pero se decía que todo el camino estaba minado y que por eso nadie podía venir a ayudarnos. Por lo menos mi hermano murió de un tiro en la fosa craneana, se la destruyeron y quizá fue una muerte inmediata”.

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“Sacaron a Luchito (Luis Pablo Redondo), a él le dijeron: ‘Tú eres el presidente de la Acción Comunal, guerrillero hijueputa’, le hicieron una ráfaga. Le partieron toda la cabeza, se le reventaron los sesos, un paraco los cogió, los mostró y se los metió nuevamente. ‘Ya vieron, para que aprendan, no se metan más con la guerrilla’”: testimonios recogidos por el Centro de Memoria Histórica.

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“Veníamos de un desplazamiento en el 97, estábamos como volviendo a empezar. Pero el Gobierno sacó la Fuerza Pública del territorio y eso hizo que las guerrillas se posesionaran. Es un lugar estratégico, ¿ya? Que a media hora de aquí podemos estar en Córdoba, a 45 minutos podemos estar en Sucre. Esos grupos armados lo cogían como pasadizo para hacer fechorías, y nosotros quedábamos en la mitad. Luego fuimos objetivos militares de los ‘paras’. Nos acusaban de ser colaboradores de la guerrilla, pero realmente fue por nuestras riquezas. El Salado está sobre un gran acuífero, tenemos petróleo, gas, las tierras son aptas para la ganadería. Esa es la verdad. Por eso fue que nos masacraron.

En diciembre del 99 un helicóptero lanzó panfletos que decían: Disfruten las últimas fiestas de Navidad, coman y celebren, que el próximo año se van a morir, a morir. El ambiente ya se sentía pesado, ya los paramilitares entraban, ya hacían reuniones dentro del pueblo. Decían que un día iban a entrar a matar a la gente y ese día llegó. Por esa época nosotros no dormíamos dentro de El Salado. A la 1 o 2 de la tarde ya todo el mundo había hecho sus oficios, la comida, y arrancábamos pal monte a dormir, en la periferia. Después de los panfletos quién iba a querer dormir acá.

Lo de mi mamá sí fue con torturas terribles y lamento que mi hermanito lo haya visto. Ya habíamos perdido a mi papi cuando él estaba pequeñito, le dio un cáncer facial y se gastó casi toda su fortuna en el tratamiento, las quimioterapias, en ese tiempo no había salud. Nosotros tuvimos hasta 700 vacas, mi familia fue próspera, pero ahora sólo tenemos dos fincas que están en abandono total. Mi familia tampoco ha sido indemnizada, a pesar de que la Unidad de Víctimas se comprometió a darnos prioridad. El Salado era un pueblo alegre, de mucho comercio, pero ahora está muy mal, y acá todavía falta mucho por avanzar”.

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“Después, cuando cogieron a la madre comunitaria, la difunta Rosmira, la cogieron con una cabuya de guindar tabaco, la amarraron por aquí (señalan el cuello), entonces se la jalaban al uno, se la pasaban al otro, y la jalaban como jalar una vaca, eso lo hicieron ahí en toda la calle donde está la señora que vive al lado de la iglesia, ahí la mataron a ella, primero la ahorcaron y luego le dispararon”: testimonios recogidos por el Centro de Memoria Histórica.

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“Enterramos a mi mamá con un vestido fucsia de botones negros. Era muy elegante, muy femenina. Mi hermano tenía un jean azul claro, botas negras y una camisa de listas. Pero me sorprendió cuando la Fiscalía me dijo que en la fosa de mi mamá habían encontrado una falda y una blusa. Esa no es la ropa con la que la enterré, les dije. Y, además, ¡tenía ropa interior de hombre! Yo no entiendo si hubo mal manejo, si hubo desorden; uno se pone a imaginar cosas y termina pensando lo peor. O de pronto ese cuerpo que me dicen que es de ella en realidad es de un hombre, no lo sé.

En 2012, cuando la Fundación Semana inauguró la nueva Casa de la Cultura, yo le envié una carta a la directora, Claudia García, pidiéndole que por favor no hicieran el concierto con Carlos Vives al lado de la cancha: ahí se había cometido la masacre. La doctora Claudia me respondió que no había otro lugar para hacerlo. La idea de escuchar gaitas y tambores en el lugar donde los paramilitares tocaron gaitas y tambores mientras mataban a mi familia, a mis amigos, a mis vecinos... era demasiado difícil para nosotros.

En el concierto intenté entregarle una copia de la carta a Carlos Vives, me la recibió un guardaespalda y yo vi cuando él (Vives) se la echó en un bolsillo. No sé si la leyó”.

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Carlos Vives responde
 
“Querida Ladis: Jamás recibí tu carta. Si hubiera llegado a mis manos, por supuesto la hubiera leído y hubiera sido imposible haberla olvidado. Siempre conocí algunos aspectos de lo sucedido, nunca se me ocurrió comparar la música que produjo tanto dolor, tanta ignominia con el espíritu que nos motivaba para cantar en El Salado, en el mismo lugar donde ocurrieron los hechos o un poco al lado no importaba, ante la fuerza del amor con que fuimos a cantar a El Salado. Allí, donde ellos estuvieron y se quedaron en nuestros corazones y creímos sembrar junto con toda la gente aquella tarde aunque fuera un poco de amor que ayudara en algo a aliviar esa pena que hoy todos los colombianos estamos dispuestos a sanar.
 
Lamento profundamente que nuestra música  (no por coincidencia, es la música de sus ancestros), te haya hecho recordar esos momentos dolorosos e inhumanos. El espíritu de nuestra música que es la música de ustedes nada tiene que ver con la ambición, el odio, y la venganza, precisamente esos fueron los demonios que quisimos que se fueran definitivamente aquella tarde. Para mí era claro que el público a quien yo cantaba no estaba en cuerpo presente. Y quiero que sepas también que compartir con ustedes esos días cambió para siempre mi vida y la de mi familia. Espero verlos pronto, todavía tenemos mucho por hacer”.
 

Por Diana Carolina Durán Núñez

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