El Magazín Cultural

Amos Oz: Dos tintas contra el fanatismo

El escritor de “Una historia de amor y oscuridad” luchó por medio de su obra contra los fanáticos y la guerra que ha imposibilitado un acuerdo de paz entre Israel y Palestina.

Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad
29 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
Amos Oz, quien dedicó parte de su vida a combatir el fundamentalismo con obras como “Judas” y “Una historia de amor y oscuridad”.  / AFP
Amos Oz, quien dedicó parte de su vida a combatir el fundamentalismo con obras como “Judas” y “Una historia de amor y oscuridad”. / AFP
Foto: AFP - MENAHEM KAHANA

“Lucho como un demonio por la vida y la libertad. Por nada más”, dijo Amos Oz explicando en qué consistía su pacifismo. Dijo que nunca hubiese luchado por lugares sagrados o por vistas a los lugares sagrados, pero sí por los principios que para él justificaban sus tardes dedicadas a la pelea por la paz. Según el diario El Confidencial, el escritor israelí tenía dos bolígrafos: uno azul y otro negro, y según el tema a escribir, se decidía por alguno. Nunca los mezclaba. Ni los bolígrafos ni las jornadas. Las mañanas las dedicaba a su obra literaria, y después de una siesta, en las tardes se disponía a escribir artículos contra el gobierno, los fundamentalistas, los extremos, los abusos, la sangre y la guerra.

Oz, nacido en Jerusalén el 9 de mayo de 1939, era descendiente de una familia que huyó de la intolerancia. Sus padres emigraron en 1917 de Odesa a Vilna y después al Mandato Británico de Palestina en 1933. Su familia escapaba de todos los que creían que el mundo les pertenecía y decidieron que para los judíos no había espacio. Lo describió bien recordando en una de sus obras las frases pintadas en las paredes de Europa: “Judío, vete a Palestina”, y nos fuimos a Palestina, y ahora el mundo nos grita: “Judío, sal de Palestina”.

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Las decisiones que el escritor tomó en su adolescencia marcaron el resto de lo que serían su postura política y su enfoque literario. En 1954 entró en el kibutz Hulda, una comuna agraria israelí que gestionaba de forma colectiva la propiedad y el trabajo. La tierra y sus frutos eran comunes, y él, desde esos días, abandonó su apellido de nacimiento, Klausner, para cambiarlo por Oz (“coraje” en hebreo). Lo hizo para despojarse del azar y el legado al que quería condenarlo su padre, un conservador intelectual de clase media que de lejos opinaba de la guerra, las muertes y la decadencia que vivía su país. Oz, quien desde los 12 años tuvo que prepararse para la hostilidad con la que lo arrolló la vida a causa del suicidio de su madre, decidió que sus manos no solo podrían servir para la lectura de las obras de otros, y se dedicó a labrar la tierra.

La proclamación del Estado de Israel en 1948, el estallido de la Guerra del Sinaí en 1956, la Guerra de los Seis Días en la que participó, en 1967, y la del Yom Kippur en 1973, que también contó con su presencia, fueron algunos de los episodios con los que Oz tejió los rasgos de los personajes de sus obras: seres conflictuados por las angustias de una sociedad quebrada, idealistas que les dan sentido a sus vidas con utopías que desde el comienzo se veían irrealizables o seres humanos que se decidieron por las acciones, el riesgo, la lucha y los gritos que retumbaban hacia los extremos que han pretendido gobernar naciones a lo largo de la historia. Construyó las disputas y los actores que representaron sus dolores y sus frustraciones. Ellos batallaron por él y vivieron las historias en las que él narró las lágrimas, humillaciones y los dolores de los que han padecido los absurdos de las fronteras y las canalladas de los poderosos.

Uno de los tintes más importantes de este escrit or es que a pesar de los padecimientos, la esperanza, la luz y el alivio no están ausentes. Como lo registra el periódico El Confidencial, “Oz reprocha a gran parte de la literatura actual su obsceno regodeo en el sufrimiento, la cruel y abusiva ligereza con que espolvorea sal en las heridas”. El israelí no negó la penumbra que la humanidad, sobre todo la fracción del mundo de la que él provenía, tuvo que soportar. No negó el pánico que genera la vulnerabilidad humana y tampoco fue indiferente a la cobardía de los que ostentan el poder y someten, pero siempre se preocupó por incluir la magia y el consuelo que resultan de las llagas que han salido por medio de la acción y la lucha constante. Seguramente las que él mismo tuvo que curarse.

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Entre sus obras más reconocidas se encuentran Quizá en otra parte (1966), Bajo esta luz violenta (1978), Las voces de Israel (1986), Una historia de amor y oscuridad (2002), Contra el fanatismo (2006) y Judas (2014). Escribió 18 libros en hebreo que han sido traducidos a más de treinta idiomas. A Oz también se le conocía como el eterno nominado al Premio Nobel de Literatura y fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias en 2007. Su exploración por los conflictos de la sociedad israelí lo convirtieron en uno de los intelectuales de izquierda más reconocidos de su país y el mundo. Recibía amenazas de muerte, debido a los textos que publicaba criticando a los sectores más conservadores de su país. En 1978 fundó el movimiento Shalom Ajsdhav (Paz ahora). Despreciaba a los fundamentalistas y constantemente advertía sobre la llegada de ellos al poder. Detestaba los extremos y en varias ocasiones hizo pública su percepción negativa sobre los asentamientos israelíes en territorios palestinos. Fue partidario de la existencia de dos Estados: Palestina e Israel y fue miembro del partido socialdemócrata pacifista Meretz.

Amos Oz murió con 79 años. Tuvo una vida sin pausa, no descansó. Envidió la calma europea y se quejó de la energía que invertía discutiendo sobre política, pero no paró. Escribió sobre el peso de vivir entre los éxodos, los rechazos, las guerras y la infelicidad. En una entrevista hecha por el periódico El Tiempo dijo que se había dedicado a las desdichas porque “sobre gente feliz no es necesario escribir. Acerca de un puente bien construido sobre un río, de un lado a otro, sin problemas, sobre el que todos los días cruzan 50.000 personas y 30.000 automóviles, no hay algo que escribir más que ‘¡bravo!’ al arquitecto y los constructores. Solamente el puente que se cae es una historia. Y yo escribo sobre puentes que caen”. A pesar de esto, nunca dejó de lado las posibilidades y creyó en la paz. En la que no se asemeja al amor y se enfoca en el respeto a la existencia del otro. Murió como sus personajes, contrariado por la tristeza, la frustración, la esperanza, el cansancio y la lucha.

 

 

Por Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad

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