El Magazín Cultural

Daniela Abad: “La escritura en el cine es una hipótesis”

Con “Smiling Lombana”, un documental sobre el creador del monumento a los zapatos viejos de Cartagena, Abad vuelve a rescatar a un personaje para sacarlo del olvido y prolongarlo en el tiempo.

FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
05 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.
Daniela Abad Lombana estudió dos semestres de medicina y después se dedicó al cine.  /  David Estrada / Archivo FNPI
Daniela Abad Lombana estudió dos semestres de medicina y después se dedicó al cine. / David Estrada / Archivo FNPI

Su historia podría comenzar a relatarse desde una de aquellas viejas cámaras que reproducían películas en blanco y negro, grabadas en fotogramas que iban girando en inmensos carretes que sonaban y que de tanto sonar hacían parte de la historia de los filmes. Entonces aparecía ella, Daniela Abad Lombana, con menos de diez años, los ojos muy abiertos y un gesto de trascendencia, mirando una película de Hitchcock, sumergiéndose en el título, Psicosis, y en Norman Bates, por ejemplo, que era todo lo que le importaba en el mundo en aquel instante, el único ser vivo sobre el planeta, cuyos pasos, miradas y palabras serían para ella el primer paso, la primera mirada, la palabra original.

Pasarían los años. Aquellas primeras miradas serían el comienzo de su camino. “La primera vez es el primer sentimiento al que uno se apega”, diría. De aquellas primeras imágenes, y de Hitchcock, surgirían luego otras imágenes, siempre relacionadas, por acción o por omisión, y más tarde, sus propias imágenes y la convicción de que el cine pretendía “prolongar el tiempo”. Ella quería prolongar la vida, “prolongar la sensibilidad, mantenerse sensible siempre para lograr sensibilizar a alguien”, y por eso mismo quería contar historias, rescatar a los personajes que se iban olvidando, darles un lugar en el presente y el futuro por sus luchas y sus obras, por sus conceptos, más allá de la moral y los sentimientos. De alguna manera, resucitarlos.

Indagaba, mientras afinaba aquella primera mirada y le daba unos nuevos colores que luego cambiaba. Preguntaba por sus antepasados, que eran, de una u otra manera, su origen, y se llenaba de respuestas que la llevaban a cientos de dudas. Estudió dos semestres de medicina y luego cine. Mientras estudiaba, que era buscar, hallar, seguía con Hitchcock muy en el fondo de su cabeza, y con otros directores que fue descubriendo en la Universidad de Barcelona, en la Medellín de sus ancestros, en la Turín donde nació y en sus múltiples viajes. “La sensibilidad no es sólo de tripas, es también de razón”, pensaba, y escudriñaba entre los cachivaches de su familia en busca de datos, de huellas que le explicaran de dónde y de quiénes venía.

Luego siguió en su búsqueda, con más ahínco, desbordada de pasión. Cada foto, cada frase, cada carta, cada imagen, eran un tesoro, la vida, pues había decidido hacer su primer documental sobre su abuelo paterno, Héctor Abad Gómez, al lado de Miguel Salazar, un productor al que había conocido en sus caminos. Cuando se estrenó Carta a una sombra explicó hasta la saciedad que “la idea no fue ni mía ni de Salazar, sino de unos holandeses. El traductor al holandés de El olvido que seremos tenía un amigo documentalista y le dijo a mi papá (Héctor Abad Faciolince) que estaba interesado en hacer un documental. Él le respondió que sí, pero con la condición de que hubiera alguien de acá, colombiano”.

Abad Faciolince conoció entonces a Miguel Salazar, vio su trabajo y le propuso el proyecto. Después hablaron con Daniela Abad. La esperaron un tiempo a que terminara sus estudios y comenzaron a trabajar. Pasados varios meses, y luego de los estrenos, las entrevistas, las exhibiciones, el estar haciendo empezó a atormentarla. Decidió comenzar otro trabajo, sacar del olvido a otro abuelo, el materno, Tito Lombana, un hombre que había sido escultor y que luego había cambiado de vida una y mil veces. “Es un documental sobre un escultor muy desconocido en Colombia, que sólo fue conocido por ser quien hizo el monumento de los zapatos viejos de Cartagena en 1956”, explicaría ella.

Lombana dejó el arte. Amó, olvidó, desamó. Abad lo persiguió en los testimonios de sus familiares, en las cosas que dejó, en los lugares que habitó. Desentrañó su historia, sus razones. Lo comprendió un poco, y comprendiéndolo, entendió parte de las contradicciones humanas. De las suyas, incluso. “Esta película es una especie de reflexión sobre ciertas decisiones morales”. Fue sincera, más allá de lo que pudieran decir en su entorno. “Me seduce la sinceridad en el cine”. Y fue conversadora, “el cine es una conversación”. Y fue maleable, “la historia real a veces te supera, supera tus guiones, por eso la escritura en una película apenas puede ser una hipótesis”.

Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

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