El Magazín Cultural

A favor de aquel lugar (Opinión)

Entre las conversaciones que surgen en las noches de sábados, alguien dijo que era hora de abandonar lo conocido: Hay que huirle a la zona de confort, recuerdo que dijo.

Juliana Londoño
11 de julio de 2019 - 01:59 a. m.
Cortesía
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La zona de confort, me quedé pensando. Qué lugar tan gastado, tan desfigurado. Estar así, tranquilo, como si ya el universo nos lo hubiera entregado todo, me contestó cuando le pregunté a qué se refería. Mi infancia, volví a pensar, fue una infinita zona de confort inconsciente. Mi universidad, también. Cada una de las épocas más felices han sido un eterno retorno a ese espacio que para tantos resulta sombrío.

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A veces, confío más en la intuición que en la ciencia. Este es uno de los casos: confío en el instinto que está en contra de salir insistentemente —casi como un prófugo— de donde me siento a gusto, solo porque una mirada inquisidora me dice que hay que hacerlo. En otras palabras, estoy a favor de quedarme en ella. No ha resultado tan sencillo llegar aquí. He necesitado coraje y un tanto de azar —si se quiere— para declararme en este lugar. Hay que sobrevivir a muchas incomodidades, a muchas desazones, a muchos días insulsos para sentir que todo —lentamente— comienza a acomodarse.

Con el tiempo, pretendo estar en aquel refugio cómodo, satanizado como zona de confort. Y pretendo —ambiciosamente— estar, de manera consciente. Más que huir, quiero irme a una cama —la que ya conozca mis angustias y súplicas— con un abrazo, contando con mis dedos los amigos que elegí y me eligieron de vuelta, sabiendo que el amor es hacer el bien a tiempo, durmiendo en paz con mi almohada y con el mundo, despertándome a darle la cara a una cotidianidad que yo misma forjé.

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Pretendo fiarme de mi intuición. Creer que en el fondo este estado es, en realidad, un lugar de diminutas dichas que, por desgracia, se han vuelto imperceptibles: la piel que ya reconozco, los saludos puntuales en la mañana, la llamada a la misma hora, el cuadro que colgué y no cambio de sitio, las preguntas amorosas e invariables de mis papás, el beso de un cariño ya de tiempo. Lo cotidiano también podría dejar de existir, de estar, aunque creamos todo el tiempo lo contrario. Pretendo, con la esperanza de quien confía, ser consciente de la fortuna que me dan estas minucias. Pretendo volverlas perceptibles, agradecer por ellas, aceptar que he sido feliz varias noches, notar la belleza de lo que pareciese permanente; porque, como dice el poeta, la sustancia de lo efímero es la sustancia de la vida.

Por Juliana Londoño

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