El Magazín Cultural

La educación, una conquista de la libertad

Esta película, dirigida por el australiano Peter Weir en 1989 y protagonizada por Robin Williams, cuestiona la educación tradicional y abre otras alternativas de aprendizaje.

Yorley Ruiz M.
26 de septiembre de 2017 - 05:42 p. m.
El fallecido actor Robin Williams encarnó al profesor John Keating. / AFP
El fallecido actor Robin Williams encarnó al profesor John Keating. / AFP

 

El profesor John Keating no es como los demás formadores de la Academia Walton. Es irreverente, cercano y misterioso, tiene siempre la palabra precisa. Para él la verdad es cuestionable y la poesía no es medible.

En una escuela donde la educación tradicional es predominante, como la llamaría Freire, “educación bancaria”, los estudiantes no tienen más futuro que escuchar, escribir, memorizar y callar. El docente tiene la razón, no hay espacio para la pregunta, y la creatividad, ¿qué cosa es esa?

Con la llegada de Keating, la pregunta se asoma.

El camino ya está señalado, no hay otro, los estudiantes de Walton deben ir a las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos, cursar las profesiones más rentables y, más tarde, alcanzar un buen estrato social. Todo, si pasan los exámenes y se aprenden hasta la ecuación casi matemática de la poesía postulada por Evans Pritchard. ¿Es este camino “recto”, de fin seguro y posibilidades claras lo que estos estudiantes quieren? ¿Se lo habían preguntado hasta entonces? El interrogante estaba vetado.

“¡Carpe Diem!” (Vivir el momento), suele decir el profesor Keating.

 

“Créanlo o no todos los que estamos en esta sala dejaremos de respirar, nos enfriaremos y moriremos (…) Aprovechad el momento, chicos, haced que vuestra vida sea extraordinaria”, les repite a sus estudiantes, después de confrontarlos con la foto de unos exalumnos de muchos años atrás del instituto.

Keating tal vez no tiene la respuesta, pero tiene el espacio de clase y un ‘púlpito’ para despertar en ellos la inquietud y exhortarlos a ser libres pensadores, a que degusten el lenguaje e imaginen su propio camino.

“No leemos y escribimos poesía porque es bonita, leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho y la ingeniería son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida, pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor, son las cosas que nos mantienen vivos”.

Así, con un panorama inspirador, comienza la película dirigida por el australiano Peter Weir en 1989 y protagonizada por Robin Williams.

Algunos de los estudiantes descubren, por un libro, que su profesor misterioso tenía en su juventud un grupo llamado “El club de poetas muertos”, en el cual escribía y leía.

Al inicio del texto decía: “Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia / quería vivir a fondo / y extraer todo el meollo a la vida / dejar de lado todo lo que no fuera la vida / para no descubrir, / en el momento de la muerte, / que no había vivido”.

Este hallazgo fue decisivo para los inquietos estudiantes, pues desde entonces, huyendo por las noches hacia el bosque cercano, replicaron la olvidada experiencia donde daban vía libre a sus pensamientos y abrazaban su juventud.

Entre ellos estaba Neil Perry (Robert Sean Leonard), quien deseaba ser actor a pesar de que su padre se empecinara en que estudiara medicina.

Perry no renunció a su sueño, asistía a escondidas a varios ensayos donde preparaba el papel principal de una obra de teatro de Shakespeare. Llegado el día de la presentación, su padre lo descubrió.

Esa misma noche, el joven toma una decisión que fragmenta toda la narración. A los pocos días, el inspirador profesor Keating es expulsado de la institución.

En el momento de su partida, los alumnos le expresan su gratitud.

La educación bancaria de esa institución, que no buscaba incentivar la pregunta sino memorizar las respuestas, les siguió enseñando a unos jóvenes que descubrieron otra forma de habitar el mundo y de conquistar su propia libertad: “Las palabras e ideas pueden cambiar el mundo”.

 

Por Yorley Ruiz M.

 

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