El Magazín Cultural

La revolución afro de Carolina Contreras

Pasó de escribir un blog a reivindicar un espacio para el pelo de las mujeres negras. Ha convertido la decisión de exhibir su aspecto afro natural en un acto revolucionario.

SORAYDA PEGUERO ISAAC
07 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.
En septiembre de 2014, Carolina Contreras fundó Miss Rizos Salón, un espacio dedicado exclusivamente al cuidado del pelo afro.  /  La Che
En septiembre de 2014, Carolina Contreras fundó Miss Rizos Salón, un espacio dedicado exclusivamente al cuidado del pelo afro. / La Che

Para Carolina Contreras, su pelo es un símbolo de rebeldía: “Yo no voy a sentarme a esperar que las revistas decidan poner a mujeres negras con el pelo afro en sus portadas, ni voy a esperar que mujeres negras con pelo afro sean protagonistas de telenovelas. No tengo tiempo para estar esperando que la sociedad decida cambiar. Prefiero ser parte del cambio”.

Después de haber dictado charlas ante grandes audiencias y pequeños grupos comunitarios, en escuelas, universidades y centros cívicos de diferentes países. Después de contarle su historia a Radio Ambulante, Telemundo, The New York Times, Cosmopolitan, Univisión y así, hasta sumar una cantidad de entrevistas que no es capaz de precisar, Carolina Contreras sigue sin entender cómo ha llegado hasta aquí.

—¿Entonces esto va a salir publicado en Colombia?

—Así es.

—Yo estuve en Colombia en 2015. Recuerdo que estaba dando una charla en Cartagena y se me acercó una mujer llamada Rossy. Me dijo que viajó desde el Chocó para conocerme, que yo la había inspirado a fundar su propia empresa de aceite de coco. Fue tan emocionante que me puse a llorar ahí mismo.

Carolina Contreras terminó de estudiar lenguas modernas en la universidad Ursinus de Pennsylvania y regresó a su natal República Dominicana, de donde había partido a los cuatro años con su familia, rumbo a Boston. Estaba en su país, haciendo turismo interno con un grupo de ecologistas, cuando alguien se le acercó para decirle que no era lógico que se tumbara a tomar el sol en la playa, a menos que quisiera ponerse más negra de lo que ya era. Empezaron a discutir sobre identidad y racismo. “Yo no sé de qué identidad hablas, si tú te desrizas el cabello”, le dijo una profesora a Carolina Contreras. Aquellas palabras la impactaron como una bala. Pensó que la profesora tenía razón, aunque alisar su pelo cada dos meses no había sido idea suya. Cuando tenía siete años, su mamá decidió que ya era hora de dominar ese cabello “feo y difícil de peinar” con una buena crema alisadora.

Sentada tras la mesa de su oficina, con un vestido gris y una cascada de largas trenzas reptando por su espalda, Carolina Contreras dice que, hasta que tuvo 22 años, ir a la playa o caminar bajo una lluvia tenue eran experiencias con consecuencias tormentosas para ella. “Si me dejaba caer una gota de agua mi pelo se ponía horrible. Al pelo alisado no le gusta la humedad. Tenía que ir al salón, aguantar las quemaduras de los secadores y pasar mil horas ahí”.

Un día después de escuchar las palabras de la profesora, Carolina Contreras fue a un salón de belleza y pidió que le hicieran un corte. Para empezar, se despojó de ocho pulgadas de pelo, pero pensó que podía atreverse con un poco más. Unas semanas más tarde regresó a la peluquería decidida a cortar todo su cabello.

—Me corté el pelo a lo macho. Bien cortito. Mentiría si te digo que me sentí liberada y bella instantáneamente. Fue muy duro –suspira–. Tenía sentimientos de inseguridad, de que había renunciado a mi parte femenina, no me sentía bien. Pero trabajé con esos sentimientos y con esas dudas, día tras día, hasta que vi que mi imagen en el espejo empezó a gustarme. Un año después, en 2011, empecé a escribir en Miss Rizos, mi blog. Había intentado dejarme el pelo natural tantas veces que fui acumulando información que podía compartir con otras mujeres.

—¿Cuántas veces lo intentaste?

—Como seis veces, antes de volver a Santo Domingo. Me daba miedo no saber manejarlo. Yo me sentía orgullosa de mi color de piel. Pero estaba aferrada al cabello lacio. Era lo que había aprendido.

Mientras probaba diferentes tipos de tratamientos capilares –mezclas de aceites naturales, lácteos y frutas–, su madre, disgustada con el cambio, la amenazaba con alisarle el cabello cuando estuviera dormida. Su pelo crecía como una mata de algodón teñido, frondoso, ingrávido. La gente la abordaba en la calle para hacerle preguntas: “¿Cómo haces para peinarte?”. “¿Qué productos usas?” El pelo afro natural no era una elección popular en República Dominicana. Aunque más del 80 % de sus habitantes son afrodescendientes, lo habitual es que las niñas inauguren su adolescencia laceándose el cabello.

—En la calle me voceaban: “Bruja, ¡se te olvidó el peine!”. “¿Y qué fue, entraste los dedos en un enchufe y te electrocutaste?”. “¡Qué fea!”. “¡Pareces una escoba!”. “¿No tienes dinero pa’l salón?”.

***

Emilia Valencia, presidenta de Amafrocol (Asociación de Mujeres Afrocolombianas) y coordinadora de Tejiendo Esperanzas –encuentro anual de peinadoras de pelo afro–, nos escribe desde Cali: “Es sumamente importante promover el autorreconocimiento, la valoración y aceptación de la estética negra frente a los modelos eurocentristas de belleza, que consideran feo todo cuanto no corresponda a los cánones impuestos por la hegemonía caucásica. Esta reivindicación contribuye a despojar a mucha gente negra, especialmente a nuestras niñas y niños, del complejo de inferioridad que han sufrido durante mucho tiempo debido a su fenotipo, procedencia, dialecto, etc. Además, se están evitando los problemas de salud como alopecias, migrañas, miomatosis... causados por las agresiones físicas y autoflagelaciones a las cuales nos sometimos muchas mujeres negras durante años al utilizar químicos, planchas, peines calientes y otros elementos de tortura para alisar nuestros cabellos. El trabajo de Carolina es loable. Es una mujer joven que se resiste a dejarse influenciar por los modelos estéticos imperantes y que se ha convertido en un referente para las nuevas generaciones”.

En septiembre de 2014, Carolina Contreras fundó Miss Rizos Salón, un espacio dedicado exclusivamente al cuidado del pelo afro. Su blog congregaba una comunidad virtual que crecía vertiginosamente en Estados Unidos y varios países de Europa y Latinoamérica. Al tiempo que contaba su historia y ofrecía consejos a través de internet, impartía talleres sobre autoestima, identidad y belleza. En un período de dos años, más de 1.500 niñas asistieron a los talleres que empezó financiando con sus propios recursos.

—Incursioné en el proyecto del salón para poder sostener las actividades sociales. Fue un acto de rebeldía, de querer cambiar las cosas desde la raíz. En los talleres hablamos sobre cómo se crean los conceptos de belleza. Les hacemos ver a las niñas que esa idea de pelo bueno y pelo malo es una herencia del colonialismo. Tratamos de enseñarles a desterrar esas creencias. Hablamos de la diversidad de la belleza y de la importancia de que se sientan orgullosas de ellas mismas. Yo no quiero condenar a nadie porque quiera alisar su pelo, ni tratar de convencer a todo el mundo de su negritud. Para mí lo más importante es la libertad de poder elegir, que tú puedas llevar tu pelo como tú quieras y que nadie te señale por tu decisión.

La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977) es una ferviente defensora del pelo afro natural. Adichie es autora de tres novelas, un libro de cuentos y dos ensayos sobre feminismo que la han convertido en un referente de la literatura contemporánea. Según un artículo publicado por The New York Times, a cada estudiante estadounidense entre los 14 y 22 años se le ha asignado la lectura de uno de sus libros. En su tercera novela, Americanah (Random House, 2014), la autora aborda los prejuicios que pesan sobre el pelo de las mujeres negras. Cuando la protagonista de la novela –una nigeriana llamada Ifemelu que vive en Estados Unidos– se prepara para una entrevista de trabajo, una mujer la aconseja: “Quítate las trenzas y alísate el pelo. Nadie habla de esos detalles, pero cuentan. Queremos que consigas ese empleo”. Adichie ha dicho que Barack Obama no hubiera ganado las elecciones presidenciales si Michelle Obama llevara su pelo natural: “La gente la hubiera visto como una especie de militante neo-Pantera Negra (…) A las mujeres negras de todo el mundo, no sólo de los Estados Unidos, les dicen que su pelo natural es poco profesional y desordenado”.

A menudo, Carolina Contreras escucha testimonios de mujeres y jóvenes estudiantes que han sido discriminadas en sus lugares de trabajo y centros de estudio por exhibir su pelo natural.

—Recientemente vino al salón una joven de 16 años que pidió una corona de trenzas porque su profesora se oponía a que tomara un examen con su pelo afro. En República Dominicana hay leyes que protegen a los ciudadanos contra ese tipo de atropellos, pero necesitamos un cambio de conciencia. Crecemos con la idea de que el cabello afro no es formal ni bonito. No nos gusta ser como somos porque históricamente se nos ha considerado muy mal.

Unos meses después de nuestra conversación en Santo Domingo, vuelvo a encontrarme con Carolina Contreras en Barcelona. Ha visitado cuatro ciudades europeas para hablar con sus seguidores sobre identidad y cuidados para el pelo. Barcelona y Madrid serán las últimas paradas de su gira. Es una soleada tarde de septiembre. En el centro comunitario Casal de Barrio Pou de la Figuera, en una sala de 60 metros cuadrados, toda inundada de luz, hay 24 mujeres sentadas alrededor de una larga mesa. Algunas llevan camisetas con el lema que Carolina Contreras ha popularizado: “Yo amo mi pajón”, una manera de mostrarse orgullosas de su pelo. Dice Massiel Valdez, dominicana que lleva más de 20 años viviendo en Barcelona, que el trabajo de Carolina Contreras es inspirador y poderoso: “Ella logra sembrar esperanza allá donde pisa. Sus consignas son sencillas pero significan mucho”.

Pasadas las presentaciones, Carolina Contreras interrumpe el murmullo.

—¡Chicas! Vamos a aprovechar el tiempo al máximo. Antes que nada, les voy a contar cómo empezó todo esto.

Por SORAYDA PEGUERO ISAAC

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