El Magazín Cultural

"Pájaros de verano": traficar en tierras ancestrales

La dupla Gallego-Guerra regresa al cine después del éxito de "El abrazo de la serpiente". Esta vez cuenta, en “Pájaros de verano”, la historia de una familia wayúu que, en medio de la bonanza marimbera, derrama la sangre de los suyos en la arena guajira.

Camila Builes / @CamilaLaBuiles
01 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.
 La película fue apoyada por Caracol Televisión.  / Cortesía Mateo Contreras y equipo de “Pájaros de verano”
La película fue apoyada por Caracol Televisión. / Cortesía Mateo Contreras y equipo de “Pájaros de verano”

Mi nombre es Úrsula Pushaina, aunque podría ser otro. En esta historia me llamo Úrsula, pero me parezco más a Mercedes, mi madre. Una guajira bravía que vendía joyas y le decían “Meche la prendera”, jefa de nuestra familia: mística y poderosa. Dura como la arena caliente, que me hablaba en wayuunaiki, como yo le hablo a Zaida, mi hija en esta historia. En Pájaros de verano yo soy la madre, una mujer furiosa que comanda el destino de sus hijos y todos los de su familia, la madre que provee, la madre que es padre y señor. Yo soy Úrsula en esta película llena de gangsters y armas, de marihuana y pistas desérticas donde operan avionetas gringas, con hombres silenciosos como búhos y que esperan mi mirada para continuar.

 

Pájaros de verano, película apoyada por Caracol Televisión y Dago García Producciones, pudo haber sido contada de muchas formas; las más fáciles, como siempre, tenían que ver con las anécdotas masculinas sobre la guerra, una historia que, como la heroína, se metió en las venas de este país y navega allí en silencio como una verdad indiscutible. Todo lo que sabemos de la guerra del narcotráfico en Colombia, lo sabemos por la voz masculina: ese Escobar o Rodríguez Gacha como amos de esta tierra. El cine también fue prisionero de las percepciones y sensaciones de esa única voz y por eso se decía con frecuencia: “Todo el cine colombiano habla de drogas”, “todo el cine colombiano es de narcos”. Casi todas producciones estereotipadas, incapaces de ver más allá del narco y su acento, del narco y su ropa: miopes para ver más allá de las palabras obvias. Las mujeres en estas historias guardaban silencio: o eran putas o eran vírgenes. La dicotomía eterna de nuestro género.

Nadie había preguntado nada sobre las mujeres hasta que llegaron Cristina Gallego y Ciro Guerra hace diez años a La Guajira. Estaban por iniciar las grabaciones de Los viajes del viento (2009) cuando los habitantes de la zona les contaron sobre el mundo de la bonanza marimbera, por allá en los años 70. Esas rutas del narcotráfico que fueron construidas por indios y gringos y que estaban trazadas sobre las tierras ancestrales de los wayúu. “Cada que nos contaban historias de esa época nos surgía la pregunta de cómo era posible que nadie la hubiera contado”, cuenta Gallego, quien se estrena con esta producción como directora.

A pesar de que en la cultura wayúu el papel de las mujeres es determinante: son las que preparan a los niños, las que hablan con los espíritus y pueden interceder por los hombres ante los dioses, siguen relegadas a la cocina. Y ahí fue donde encontraron a la inspiración de esta película. “Después de buscar por mucho tiempo, dimos donde era. Resultó ser una mujer que hace diez años nos sirvió una sopa mientras escuchábamos las anécdotas de sus hombres”, cuenta la directora. Era una mujer que sabía de magia y hablaba con espíritus, una de las primeras traficantes de marihuana en esas tierras, pero que cuya historia había sido oculta por ella misma, porque también las mujeres solo recuerdan las versiones masculinas de sus propias guerras. No relatan su historia, sino la de ellos. Se adaptan al canon. Tan solo en casa, después de confiar en el otro, las mujeres, esa mujer, comienzan a hablar de su guerra, una guerra desconocida para la mayoría.

Pájaros de verano cuenta la historia de Úrsula y su familia: Zaida, su hija y Rafael, su yerno. Del tío de Rafael y de su mejor amigo. De unos gringos que llegaron a La Guajira con los Cuerpos de Paz de John F. Kennedy, y cómo Rafael les vendió unos cuántos kilos de la hierba para poder comprar los chivos que pidió Úrsula para darle a Zaida como esposa.

Cuenta la historia cómo Rafael terminó siendo el intermediario entre los productores, un familiar que tiene hectáreas de la Sierra Nevada llenas de marihuana, y los distribuidores estadounidense. Lo que al principio eran unos cuantos kilos, se convirtió en avionetas repletas de cargamento que llegarían hasta Estados Unidos.

La película está narrada por capítulos, un detalle que la vuelve literaria, casi poética. Y mientras da saltos en el tiempo, se desenvuelve clara, limpia. La sangre de los animales derramada sobre la arena se mezcla con la de los hombres. Rafael, interpretado por José Guillermo Acosta, se vuelve el líder y cerebro de las operaciones. Sin embargo, es Úrsula, Carmiña Martínez, su suegra. quien está en medio de las decisiones: “Si hay familia, hay honor. Si hay honor, hay palabra. Si hay palabra, hay paz”.

La dupla Gallego-Guerra regresa al cine después del éxito de El abrazo de la serpiente y a pesar de que la carga por hacer algo más grande, después de la primera película colombiana nominada a un Óscar parecería imposible de sobrellevar, ambos supieron desde el principio que esta historia era importante. “Claro que teníamos una responsabilidad con esta película, sobre todo después de lo que pasó con El abrazo de la serpiente, pero en el mismo momento en que empezamos a hacerla me di cuenta de que esta historia era grande, más grande. Algo que jamás se había hecho”, cuenta Ciro Guerra.

En esta película hay unas apuestas fieles a las otras historias de ambos cineastas: la historia de un hombre que camina, que se mueve, que busca algo, la apuesta por mantener la película en idioma indígena, la forma de retratar el sufrimiento, y la fotografía, impecable, exquisita, de David Gallego. Sin duda alguna esta película no tiene precedentes, pero sí tiene la rúbrica de estos dos personajes tan importantes en la historia cinematográfica del país.

En medio de las grabaciones, parados sobre la sal y el agua bendita de los wayúu, recuerda Gallego que el clima era turbio, difícil. Uno de los 200 extras que participaron en la producción le susurró que parecía que los dioses no querían que ellos hicieran una película ahí. Hubo un diluvio y torbellinos de arena que sacudían todas las locaciones, lo que los obligó a reescribir una escena: el final.

En la película, los animales aparecen como diásporas. El ave negra rondando los sueños de Rafael, los chivos sacrificados para honor de los dioses, los pájaros que anuncian un nuevo clima: el clima del final, una tormenta.

 

Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles

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