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Rubén Blades: “Parte de las cosas que he hecho, las hice porque creía que iba a morir joven”

El documental “Yo no me llamo Rubén Blades”, apoyado por Caracol Televisión y producido por Abner Benaim, Gema Juárez y Cristina Gallego, es un retrato íntimo y cercano a la vida y obra del cantante panameño.

Laura Camila Arévalo Domínguez
09 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.
Por primera vez el artista panameño abre las puertas de su hogar, en Nueva York, para hacer una retrospectiva sincera de su carrera. / Cortesía producción “Yo no me llamo Rubén Blades”.
Por primera vez el artista panameño abre las puertas de su hogar, en Nueva York, para hacer una retrospectiva sincera de su carrera. / Cortesía producción “Yo no me llamo Rubén Blades”.

La muerte. Rubén Blades esperaba joven a la única verdad, certeza y seguridad. Tal vez por eso puede explicarse su insistencia por encontrar el sentido de la vida. Ese inevitable hecho lo acompañaba en su cabeza. “Crecí con esa idea de la fatalidad”, decía. En uno de sus discos más vanguardistas, Maestra vida, el protagonista, que era él, decía: “La muerte es el mensajero que con la última hora llega, y el tiempo no se detiene ni por amor ni dinero”. Tenía cuatro años cuando se le pasó por el frente y le reveló que la vida caducaría. Se le apareció en compañía de su abuela, quien sin rodeos le contó que era mentira que de este mundo la gente no se iría como él pensaba. Que no era cierto que aquí estaríamos eternamente. De la mortalidad, Blades no sabía nada.

- ¿Qué quiere decir eso de muerte?

- Es cuando dejamos de existir.

- ¿Tú te vas a morir, abuela?

- Sí, y tú también.

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El Día de los Mártires el tema volvió a parársele al frente. En Panamá, el 9 de enero de 1964, aproximadamente 200 estudiantes del Instituto Nacional se dirigieron hacia la Zona del Canal para manifestarse por la soberanía de su país e izar la bandera, hecho que el ejército norteamericano y los estudiantes estadounidenses, quienes ocupaban el lugar gracias a los tratados Hay-Buneau Varilla, firmados en 1903, no recibieron con agrado. Ese día se inició una disputa por la autonomía del país en el que nació Blades, que en el 64 completaba 60 años de haberse independizado de Colombia, pero que aún no podía concebirse como nación libre. Murieron 21 jóvenes y 500 personas resultaron heridas. El 9 de enero la mente del cantante se revolcó. Se paseó del asombro a la negación, y no tardó mucho en llegar a la indignación, sensación con la que se le cayó la percepción que tenía de los “buenos vecinos” y héroes de Norteamérica. Se convirtió en un ser crítico y decidió ser parte de los hechos que pudiesen cambiar presentes y trabajar por mejores futuros. Desde ese momento nacieron Pedro Navaja, Carmelo da Silva, Ligia Helena, Pablo Pueblo y hasta la República de Hispania. Todos los personajes de la literatura bailable que narró el día a día que asqueó o maravilló a Blades.

Yo no me llamo Rubén Blades, documental dirigido por Abner Benaim, en el que Sting, Paul Simon, Gilberto Santa Rosa, Tito Puente, Andy Montañez, Ismael Miranda, Eddie Montalvo, Ralph Irizarry, Larry Harlow y Residente dan sus versiones del cantante, es una consecuencia de esa obsesión de Blades por el aprovechamiento del tiempo. El proyecto, propuesto por Benaim, quien como amigo íntimo del cantante le dijo que creía que las historias que él le compartía se estaban desperdiciando en una conversación que solo los incluía a los dos, terminó convirtiéndose en una de las formas con las que el cantante contaría la historia más importante. La suya.

Letras que cuentan y cantan las vidas de la ciudad de Nueva York. Las que narran cómo una pareja plástica le dice a su hijo de cinco años “no juegues con niños de color extraño”, las que recuerdan que “se ven las caras, pero nunca el corazón” o las que, por medio de Pablo Pueblo, retratan a Latinoamérica esperando por la tierra prometida. Las de los que resisten. Las letras de Blades narran la vida. La de miles de Ligias Helenas que se deciden por el amor y desechan el deber ser, o las de los camaleones tóxicos que de envidia se retuercen. Las canciones de Blades revolucionaron y siguen revolucionando la historia de la música.

Fue la voz del panameño la que elevó y eleva el valor de la vida en las calles, las desgracias familiares, los problemas cotidianos y las preguntas esenciales. Por esas letras fue que Abner Benaim suspiró y perseveró hasta verlas contadas en un documental. “La semilla de la idea es que le dije a Rubén: hay que hacer un documental sobre tus letras y el impacto que han tenido”, dice el director, quien después de años de amistad con Blades aún asegura que no ha descubierto todo. Se robó un poco de su relación y lo contó en el filme, pero está convencido de que la caja de sorpresas solo se abrió por un borde muy angosto. Entre el director de cine y el cantante de salsa hay una relación estrecha que le permitió a Benaim hacer las preguntas incómodas desde un lugar de confianza. La Fania, su hijo, las mujeres, la política, su pasado, su presente y futuro.

En la pasada edición del Festival South by Southwest, en Austin (EE. UU.), Blades y Benaim acordaron encontrarse en el hotel del cantante. Benaim llegó antes, así que cuando calculó que Blades ya había llegado, lo llamó.

- ¡Rubén!, ¿dónde estás?

- Hola, Abner, estoy caminando.

- ¿Pero te pasó a buscar el carro del Festival al aeropuerto?

- Sí, pero el camarógrafo de la Televisión Nacional de Panamá que vino conmigo no se orientaba muy bien y no quería que se quedara solo, así que lo llevé a su hotel. Le dije al señor del carro que se fuera y yo me estoy regresando caminado, pero ahora soy yo el desubicado.

Y así trascurre la cotidianidad del humano que escribió Yo soy el cantante. No dimensiona su incidencia, ni tiene muy clara su influencia, así que no sufre de las nocivas presunciones que alejan a los artistas de su público. Tiene 70 años, 50 de ser famoso y no le preocupa ser reconocido como altruista o rico solidario. “Él no sabía que iba hablar de eso aquí en Colombia y si me escuchara diría, ¡cabezón, cállate!”, cuenta Benaim.

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Ni un rosario de adulaciones ni un esfuerzo por encontrar penumbras. Yo no me llamo Rubén Blades es un retrato de un hombre que entendió que conquistó un lugar en la historia gracias a su obra. Que se ha esforzado por su creación y la conexión que eso ha generado con su público. Ni la fama ni el éxito han logrado que Blades desvíe la mirada de las narraciones que reflejan a una sociedad que está enferma y ha asumido con valentía sus dolencias.

Uno de los rasgos más importantes que refleja el documental es la importancia de los primeros años de Blades en su obra. A su abuela le debe la revelación de la muerte, pero también la búsqueda y conciencia de qué haría con la vida en este planeta golpeado pero firme. Ella fue quien le dijo que se podía vivir con la economía limitada, que ese estado cambiaba en cualquier momento, pero que a su cerebro tenía que nutrirlo. Que podía ser pobre, pero no bruto. Le inculcó la lectura y le reforzó la confianza. Para Blades, Panamá y su familia fueron la base para su presente. De ahí nació el amor por sus raíces y su inquietud por contribuir a su progreso.

Siempre dijo que se sentía afortunado por haber conocido a Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Celia Cruz. Tiene la certeza de que ellos eran los maestros. Cada que vez que Benaim lo escucha hablar de eso le dice: “Y yo tengo la fortuna de conocerte a ti”. Blades hechiza y su atracción se hace contundente cuando sin buscarlas, recibe las miradas. Un artista que entendió la verdadera utilidad de la atención y utilizó su reconocimiento para llevar a la gente a que además de sudar sus canciones en la pista, se sentara y reflexionara. Sus letras conmovieron a los que, como Pablo Pueblo, son “hijos del grito y la calle, de la miseria y del hambre, del callejón y la pena”.

 

 

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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