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Las batallas de los expresidentes

De un lado César Gaviria y más discretamente Ernesto Samper. Del otro, Álvaro Uribe y Andrés Pastrana. El proceso de paz con las Farc y el plebiscito para su refrendación ha puesto de presente el antagonismo de los exmandatarios colombianos. ¿Deberían ser los “sabios de la tribu” o ser mandados al ostracismo?

Hugo García Segura
01 de agosto de 2016 - 10:29 p. m.
Archivo El Espectador
Archivo El Espectador

Fue Alfonso López Michelsen quien, retomando lo dicho por el exmandatario estadounidense Harry Truman, manifestó que los expresidentes eran como muebles viejos, es decir, buenos apenas para ser conservados en el cuarto de San Alejo. Después, Ernesto Samper fue más allá y aseguró que eran peores que los muebles viejos y que más bien se parecían a los jarrones chinos: “La gente no sabe dónde ponernos en las salas, pero tampoco quiere ponernos en la basura”.

Claro, una cosa son los Estados Unidos y otra Colombia. Allá, cuando los presidentes dejan la Casa Blanca, salen del escenario político nacional, se dedican a dar conferencias por el mundo o a lo mucho los designan de embajadores de cuanto evento sea posible, eso sí, sin inmiscuirse en el mandato de sus sucesores. En cambio, en Colombia, les siguen llamando “presidente” y siguen jugando papeles protagónicos, como aliados u opositores del gobierno de turno.

Es precisamente lo que sucede hoy en el país, en momentos de gran turbulencia política por cuenta del proceso de paz que adelanta en La Habana (Cuba) el gobierno del presidente Juan Manuel Santos con la guerrilla de las Farc, que incluye la realización de un plebiscito como mecanismo de refrendación de lo que eventualmente allí se acuerde.

De un lado, como líder de la estrategia a favor de esa iniciativa, está el expresidente liberal César Gaviria y del otro, pujando por el no, está el expresidente Álvaro Uribe, además senador del Centro Democrático. En este pulso también han entrado a terciar el expresidente conservador Andrés Pastrana, del lado de Uribe, y más discretamente el liberal Ernesto Samper, secretario general de Unasur, quien de vez en cuando da sus opiniones a favor de la paz, a través de entrevistas o las redes sociales.

Cuatro de los cinco expresidentes vivos que siguen vigentes. El otro, Belisario Betancur, de quien se puede decir fue el que abrió el camino para una salida política al conflicto con las Farc, la hecatombe del Palacio de Justicia lo obligó a alejarse de las lides políticas para dedicarse a la cultura. Aun así, en una que otra declaración pública que ha dado en los últimos meses, ha dicho que la consolidación de la paz en Cuba es solo el primer paso para su construcción en el país, sin tomar partido para uno u otro lado.

Las posturas de unos y otros han servido para acentuar la polarización en el país en torno a las negociaciones de La Habana. Y en la actualidad, el tema de la refrendación es el eje del debate. Para Uribe, lo que el gobierno Santos pretende con el plebiscito es “disimular la impunidad a los asesinos de niños y el atropello a la democracia”. A su vez, Pastrana, en declaraciones para Blu Radio, habló de un “golpe de Estado contra el orden constitucional y la legalidad” por parte de Santos y su acuerdo de paz con la guerrilla, “que se pretende rematar con un plebiscito espurio”.

“La publicidad del gobierno es engañosa (...) Lo importante es que no haya una campaña de terrorismo, Santos es el candidato del terror, es el Donald Trump colombiano, quien aterroriza diciendo: si pierdo habrá guerra en Colombia. Mientras tanto las Farc dicen que si pierde el sí, no van a ir a la guerra sino seguirán buscando la paz”, agregó.

Palabras que tuvieron la riposta del jefe de Estado: “El expresidente está en un yate en el Mediterráneo y es muy cómodo decir desde allá que continúe la guerra en Colombia”, señaló. Y advirtió que los “enemigos de la paz” están buscando sabotear el proceso, y por eso inventan que se va a desaparecer el Ejército, o que se están depurando a los tenientes coroneles por hablar mal del proceso. “Les pido una campaña con verdades en la mano y no polarizar el país”.

Gaviria, por su parte, está dedicado a diseñar la estrategia por el sí en el plebiscito, aunque recientemente, ante la versión de que el uribismo iba a vestir camisas negras y portar banderas el pasado 20 de julio, día de la independencia nacional, en señal de luto por el país por la claudicación ante las Farc, salió al frente de batalla: “Las banderas y camisetas negras son del fascismo, hay que recordar que eso era lo que hacía Mussolini en Italia. Eso es enaltecimiento de la guerra, invitar a la gente a la guerra y explotar el nacionalismo (…) lo que hay que enterrar es la guerra y no llenar a la gente de miedos y de odios”, dijo.

Más allá de las interpretaciones y los análisis que se puedan hacer sobre quien tiene la razón en el tema de la paz y el plebiscito, lo cierto es que los expresidentes colombianos siguen hoy más activos que nunca y siguen siendo escuchados, algunos más que otros, despertando amores y odios. En las redes sociales, sus seguidores se enfrascan en discusiones, con insultos de lado y lado que lo único que hacen es empobrecer el debate antes que enriquecerlo. ¿Demasiada viudez de poder?

Pues la exministra liberal Cecilia López, en una columna de 2011, cuando Uribe partió cobijas con Santos, lo definió así: “Aun actúa como si tuviera las riendas del país (...) Resolvió además convertirse en la oposición de Santos, con más rabia que argumentos (…) Hasta su lenguaje corporal ha cambiado porque anda con una cara de piedra infinita, cuando debería estar disfrutando de haber llegado al máximo nivel posible con un buen reconocimiento nacional. Pero esta actitud, lejos de acrecentar su prestigio entre los sectores que siempre lo siguieron, está enervando a todos menos a los cuatro furibistas que no gozan de mucho afecto nacional. Está destruyendo, como expresidente, lo que construyó como presidente. Lástima, para él y para el país”.

La cuestión, dirán algunos, es de cultura política. Quizás un buen diagnóstico es el que hace el periodista José Aldemar Valdés, quien de paso cuestiona el papel de los medios de comunicación: “En nuestros expresidentes la pasión política los conduce a conservar el poder, y de allí que la lucha por el poder perdido y los celos políticos que genera esa lucha es la causal de la desastrosa aparición de ellos con sus inoportunas declaraciones por las redes sociales y la prensa hablada y escrita que, sabiendo el mal que le causan a Colombia, los han convertido en protagonistas de la actualidad como causadores de la noticia”.

Hay quienes consideran que esos expresidentes deberían pasar a ser los sabios de la tribu, aquellos que por su experiencia y trayectoria se puede decir que están por encima del bien y del mal, dando orientaciones en momentos críticos, más que como aliados del gobierno como consejeros. Otros, y son muchos, piensan que lo mejor sería “jubilarlos”, es decir, dejarlos en el ostracismo pues ya tuvieron su oportunidad. Pero no es así y Colombia asiste hoy a un verdadero choque de trenes entre sus expresidentes en el que, suena paradójico, el fracaso de quien hoy reside en la Casa de Nariño (Santos) podría ser el éxito de quienes se le oponen (Uribe y Pastrana).

Y aunque haya quien interponga el amor a la patria, el dolor de patria, los altos intereses de la nación, etcétera, etcétera, todos saben que, en el fondo, lo que se juega en esta batalla tiene que ver con la lucha por el poder en 2018, donde todos, presidente y expresidentes, tienen sus intereses y sus fichas para, efectivamente, seguir vigentes. Así es nuestro marcado presidencialismo.    

Por Hugo García Segura

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