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En Colombia llega el tiempo de relatar la convivencia y la paz

Ricardo Rivas, vicepresidente de la Unión Sudamericana de Corresponsales, habla de la perspectiva argentina del proceso de paz en nuestro país.

Ricardo Rivas, especial para El Espectador*
01 de septiembre de 2016 - 07:03 p. m.
Archivo / El 23 de septiembre el presidente Santos y Timochenko se estrecharon las manos.
Archivo / El 23 de septiembre el presidente Santos y Timochenko se estrecharon las manos.

Desde el pasado 24 de agosto el Gobierno de Colombia y las Farc aseguran que ha comenzado la paz. Ese día, acordaron en La Habana, Cuba, que dejarán de lado las armas para privilegiar el diálogo y el desarme. 
 
Con la firma de los documentos que garantizan el inicio del proceso para la pacificación se pone fin a 52 años de guerra. 
 
Sólo fueron necesarios poco más de nueve meses de diálogo, de discusiones, de mirarse cara a cara, de intercambio de ideas, de conversaciones –formales e informales- a partir del 6 de noviembre de 2015 para alcanzar aquel objetivo. Semanas antes, las partes involucradas –en el conflicto y en la búsqueda de soluciones- acordaron el “alto el fuego y el cese de las hostilidades”.  
 
Desde entonces, una buena parte de la dirigencia colombiana se sumerge en un áspero debate de cara al plebiscito del venidero 2 de octubre con el que el presidente Juan Manuel Santos consultará a los colombianos y colombianas para saber si apoyan o no los acuerdos alcanzados en La Habana para poder seguir adelante.
 
Desde esa perspectiva, el debate interno no se hace esperar. En procura de llevar agua para sus molinos, diversos actores políticos han comenzado a expresarse a favor el “Sí” o del “No” (a la aprobación de los acuerdos) y tras de sí procuran encolumnar a la ciudadanía con múltiples argumentos.
 
Colombia y la sociedad colombiana se encuentran en estado de observación permanente por parte del sistema de medios global. Es razonable que así ocurra. 
 
Todo proceso en procura de la Paz –así, con mayúscula, como lo amerita cualquier esfuerzo para preservar la vida y asumirla como valor supremo- demanda tiempo y sólidas acciones colectivas al tiempo que concita la atención de todos y todas que seguirán la gestión de los encargados de la pacificación a través de los medios con sus múltiples estilos y soportes desde las más variadas líneas editoriales e ideológicas. 
El rol de los medios –del sector infocomunicacional en todas sus variantes- consecuentemente, es sustancial en el desarrollo del proceso iniciado. No es ni será suficiente interpelar a la sociedad desde lo políticamente correcto o la denostación pública de la violencia y/o de las acciones pasadas o presentes de los unos y los otros.
 
“En su entramado de dilemas extremos, las noticias que salen de Colombia son del continente porque hablan de cómo termina la última guerra de la guerra fría”, sostiene el periodista y escritor colombiano Jorge Cardona Alzate, quien no trepida en agregar que la que finaliza es “apenas una de las violencias que pasa su página.”    
 
Por cierto, el Proceso de Paz en Colombia no es sólo colombiano. Es de la América Latina en su conjunto porque, pese la existencia real de la guerra, de la violencia extrema en ese país desde hace ya 52 años, no son pocos los actores públicos regionales que durante décadas insisten en expresar, destacar y categorizar a Sudamérica como un territorio de paz y sin conflictos bélicos.
 
Falso. Los que suscriben ese discurso –que no son pocos, por cierto- volitivamente o no decidieron ponerse de espaldas a la región, cerrar sus ojos e ignorar la historia, el presente, la guerra, los muertos, las angustias, las tristezas, a los niños y las niñas combatientes a los que, además, les fueron robadas sus infancias al igual que sus derechos a jugar y a ser felices. Incomprensible.
 
Sucesivas generaciones de colombianos y colombianas son parte de una historia violenta que arrasa con las esperanzas sociales desde 1899 hasta los días que corren aunque la Guerra de los 1.000 días, por cierto, en sus orígenes y causas es totalmente diferente de la que comienza a finalizar por estas horas.
 
Sólo pueden encontrarse similitudes entre los efectos de los dos conflictos en los luctuosos saldos de muertos que sembraron de huérfanos y huérfanas, de familias deshechas, de amputados, de viudas y viudos esa tierra paradisíaca.
 
Sin dudas, el posconflicto –como etapa de tránsito entre la guerra y la paz- será complejo y prolongado. El desafío será dejar atrás 52 años de violencias. Con memoria, verdad y justicia. Pero es necesario destacar que hay y habrá muchas cicatrices en carne viva que harán mucho más complejo recorrer el camino hacia la paz.
 
Las heridas que producen miles de muertos, de desplazados, de familias deshechas, hay quienes aseguran que no cierran ni cerrarán nunca. 
“La historia nos pesa por dentro (en Colombia) como un piano de cola viejo y maltratado”, fue la respuesta que recibí de Cardona Alzate en un intercambio epistolar en el que abordamos la guerra, sus efectos y consecuencias. Coincidimos, por entonces, en que –tal vez-el primer paso sea el de alcanzar la convivencia. Acostumbrarse a vivir-con.
 
En ese contexto histórico y social, si aceptamos que como lo insinuara Sigmund Freud –palabra más palabra menos- “los medios son en tanto somos”, en el posconflicto será preciso enhebrar un nuevo discurso mediático porque son muchas las generaciones de colombianos y colombianas que reciclan relatos del horror y, cambiar esa tendencia, será parte sustancial en el después de la guerra.
 
Afortunadamente, no son pocas las organizaciones de máxima seriedad académica y profesional que en Colombia desarrollan y profundizan, desde largo tiempo, los estudios reflexivos para el abordaje de la etapa que se inicia.
 
Inmediatamente después de rubricar los documentos que formalizan el acuerdo de las partes, Iván Márquez, representante de las Farc en la mesa de negociaciones, sostuvo: “Hemos ganado la más hermosa de todas las batallas, la de la paz”. 
 
A su tiempo, el negociador gubernamental, Humberto de la Calle, sostuvo que “la guerra ha terminado”, explicó que “la mejor forma de ganarle a la guerra fue sentándonos para hablar de paz” pero advirtió que, después del hito alcanzado, “no debemos limitarnos a celebrar el silencio de los fusiles, (porque) se abren caminos para acabar la violencia”. Nada será sencillo. 
 
Esa violencia, luego de cinco décadas, es también una variante de las prácticas sociales por encima de cualquier otra alternativa ya que se impuso por la fuerza extrema. Dejó marcas.
 
La inexistencia de la guerra de ninguna manera supone la paz que se debe alcanzar a partir de un proceso reflexivo y colectivo de construcción social que se desarrolle con dedicación, esmero, firmeza y apunte -como lo propone el Premio Nobel de la Paz 1980, Adolfo Pérez Esquivel- al “desarme de las consciencias armadas” para que “vuelva a los pueblos protagonistas de sus propios destinos”.
 
Periodistas, comunicadores, trabajadores y colaboradores de medios, al igual que los ciudadanos en red, tendrán por delante el enorme desafío de atreverse a relatar la convivencia primero y la paz después para ser coprotagonistas de la historia que viene en Colombia.
 
Una parte sustancial de la paz que se procura construir deberá atravesar el ecosistema mediático y sus dificultades con la clara idea de abordar los hechos noticiables que se presenten desde la idea y la convicción de que otra Colombia es posible. 
 

Por Ricardo Rivas, especial para El Espectador*

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