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De William Ospina para el presidente Santos

El reconocido escritor le propone al jefe de Estado formas de mayor inclusión de los colombianos a la hora de un posconflicto.

William Ospina
01 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.

Tenía yo seis años y hacía primero elemental en la escuela de Santa Teresa, Tolima, una aldea de niebla del Líbano, en la ruta del páramo, cuando oímos un estruendo desconocido en el cielo y salimos al patio a ver qué era lo que llegaba.

Un enjambre de helicópteros venía a pacificar la región y todos los niños del pueblo corrimos hasta la llanura donde aterrizaban los helicópteros, esperanzados en que nos iban a dar “una palomita”.

Yo estoy convencido de que la llegada de la paz, ahora, va a ser algo distinto. Hay en las ciudades de Estados Unidos unas caravanas técnicas de primeros auxilios urbanos que circulan por las calles resolviendo los problemas urgentes: un poste caído, una valla rota, un semáforo averiado, para evitar que los problemas sencillos se acumulen y se vuelvan problemas mayores.

Pienso que lo que debe llegar a los pueblos y campos de Colombia son las caravanas de primeros auxilios de la paz ciudadana: médicos, dietistas, agrónomos, ingenieros, arquitectos, deportistas, artistas. Equipos de expertos y de técnicos que lleguen a acompañar y a complementar las iniciativas de la comunidad para la solución fácil y a tiempo de los problemas más urgentes.

Cada uno de los municipios que forman el mapa del posconflicto están llenos de necesidades cuya urgente solución sería la paz: pienso en la región de Gaitania, corregimiento de Planadas, con 12.000 habitantes, entre ellos 1.500 indígenas nasas, que produce hoy un café de altísima calidad y con una estructura de mercadeo excelente, y que a pesar de ser una de las joyas de la Federación de Cafeteros, ha visto complicarse los procesos de mercadeo por problemas de agilidad en los pagos y por enredos de papeleos y de trámites. Gaitania, en el corazón de los sistemas hídricos de Colombia y en las faldas mismas del nevado del Huila, es un santuario de biodiversidad, tiene especies rarísimas como la danta de páramo y tiene un admirable tratado de paz vigente desarrollado por la etnia indígena paez, pero hasta hace muy poco la carretera a Gaitania era un camino de mulas.

Entre Ataco, en el Tolima, y Palmira, en el Valle del Cauca, hay 96 kilómetros en línea recta, pero hoy la distancia que hay que recorrer entre los dos es de 430 kilómetros. Pocas noticias son tan alentadoras como la posibilidad de que se construyan por fin la carretera Ataco-Palmira y la carretera Chaparral-Sevilla, en la verdadera perspectiva de poner a Colombia en el planeta. Y qué importante papel pueden volver a jugar los batallones de ingenieros, que son también mística juvenil aplicada a fines de convivencia.

Siempre he soñado, y cada vez con mayor urgencia, en la necesidad de convertir las viejas estaciones inglesas del ferrocarril y del cable aéreo de Mariquita en un centro cultural de Ciencia y Tecnología para poner a dialogar las regiones del centro del país y a la cordillera con el río, y poner al día nuestro saber sobre el agua y sobre el clima.

En todo el país, desde hace tiempos, la ley, que fue inventada para facilitar las cosas, para resolver problemas y para hacer que la vida fluya, se ha vuelto un nudo de dificultades. Una de las tareas que cumplirá la paz en efectivo debe ser, sin duda, la simplificación de los trámites y el facilitamiento de los procesos para que la vida práctica de la comunidad circule y muchos problemas se resuelvan con sencillez. Porque las cosas que se promete resolver a través de los mecanismos formales tradicionales, a menudo aplazan las soluciones hasta que concluyen en violencia.

Está en manos del ejecutivo, sobre todo tratándose del tema central de la paz, simplificar esos procesos, resolver con sencillez muchos trámites que la formalidad hace insolubles y dejar al criterio de la comunidad tantas cosas que hoy hace imposibles la burocracia y entorpecen enormemente la vida cotidiana.

Trámites, mecanismos de justicia, dificultades económicas de los campesinos, créditos, carreteras, actividades civiles de la ciudadanía, oficinas que ayuden a desconcentrar los procesos, alternativas prácticas para un sistema de salud colapsado, todas esas soluciones de primeros auxilios democráticos no sólo ayudarían a incorporar los municipios a la normalidad, sino que les mostrarían a los ciudadanos el rostro no visto de la paz.

Algo nuevo y desconocido tiene que empezar a ocurrir en las comunidades y en los territorios. Y esas soluciones no pueden ser pasajeras: tienen que llegar para quedarse. No sólo para cumplir el viejo sueño de los cuerpos de paz, que tan buenos resultados tuvo en nuestro diálogo con el mundo, sino para convertir en agentes de paz a todos los ciudadanos.

Así como la industria, cuando lanza un producto nuevo, suele ofrecerles a los consumidores una degustación, también los ciudadanos necesitan saber a qué sabe la paz, para entusiasmarse con ella. Y el sabor de la paz es soluciones fáciles y sencillas a los problemas prácticos; simplificar la vida, empezar a crear un nuevo clima de confianza en regiones tan largamente castigadas por el dolor y por la incertidumbre.

Siempre he creído que la gente se enfermaría menos si viviera con menos angustia, si tuviera un pequeño ingreso asegurado, si no tuviera el temor del desamparo. La paz va a reducir la presión en las salas de urgencias de los hospitales, va a poner más sonrisas en los despachos, va a tener maestros más dedicados, conductores más pacientes, jóvenes menos agresivos.

Pero sin duda lo más importante de todo es un programa de juventudes. Con un grupo de jóvenes venido de la marginalidad, con los que hemos estado elaborando el proyecto Colombia en el planeta, hemos coincidido en que, siendo los jóvenes quienes principalmente cargan el peso de la guerra, es principalmente de los jóvenes de quienes vendrá el espíritu de la reconciliación.

Como los artistas, los jóvenes necesitan un ingreso básico, un ingreso mínimo, para poder dedicar su vitalidad, su energía, su creatividad y su enorme abnegación a la causa de construir un país reconciliado y normal.

El ingreso social para jóvenes no es un sistema de asistencialismo, es un sistema de apoyo a urgentes tareas de solidaridad, de liderazgo, de acompañamiento social, de emprendimiento, de elaboración de la memoria colectiva, de protección del entorno natural, de expediciones de reconocimiento del territorio, viajes a pie que enseñen a amar el país como los que recomendaba Fernando González hace 80 años, aventuras de protección de la fauna y la flora amenazadas, de estudio de la diversidad y de diálogo con las ciencias, ejercicios de recreación, diálogos entre sectores en conflicto, fiestas serenas de la reconciliación.

Ese puede ser el verdadero protagonismo de la comunidad en la construcción de la paz, una caravana de soluciones que recorra el país generando un clima de cordialidad y de afecto, y en el que el acompañamiento internacional, con jóvenes generosos de todas partes, nos ayudará a airear un medio social demasiado encerrado en sus tensiones y sus carencias.

Colombia necesita una red de aldeas conectadas con el mundo, que sirva de transición entre el conflicto y la paz, y de enlace entre el presente y el futuro.

Jóvenes con ingreso social, comunidades con acompañamiento planetario, y hacerle ver a la ciudadanía la cara desconocida de la paz, la confianza y la reconciliación, son propuestas urgentes para apoyar con hechos el gran esfuerzo de la negociación, superar los obstáculos formalistas y tecnocráticos, y cocinar una paz al alcance del ciudadano, una paz que convoque, que enamore y que ponga en nuestros labios el sabor del futuro.

 

*“De La Habana a la paz” recoge buena parte de lo que William Ospina ha escrito sobre los procesos de paz desde los tiempos del Caguán, incluyendo columnas en El Espectador. Evento de lanzamiento hoy a las 6:00 p.m. en el auditorio José Asunción Silva de Corferias.

 

Por William Ospina

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