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En el huracán asiático

Termina la visita del presidente Juan Manuel Santos a Singapur y China. La inserción transpacífica de Colombia es indispensable, aunque llega con estímulos y riesgos.

Pío García* / Especial para El Espectador
10 de mayo de 2012 - 10:17 p. m.

En el momento que el presidente colombiano descendía en Singapur, en Francia el candidato socialista recuperaba la presidencia de la República. Una coincidencia significativa, ya que éste promete revisar las políticas neoliberales que llevaron a Europa a la postración, mientras el otro busca enrolarse en el club de los ganadores de la experiencia de desregulación económica mundial. Gracias a ella, los países asiáticos aprovechan aún su recurso más abundante (mano de obra barata, educada y disciplinada), generan el dumping laboral, acumulan divisas, inundan el mercado mundial con sus manufacturas y se convierten en la pieza fundamental de los asuntos globales.

La inserción transpacífica de Colombia es indispensable, pero porta estímulos fabulosos para el desarrollo nacional tanto como riesgos monumentales.
“Me están cambiando el disco duro”, expresó el presidente de Santos en su nuevo viaje por Asia. Su sorpresa por el cambio espectacular de la región no deja de ser desconcertante, pues se trata de un observador privilegiado de los acontecimientos al otro lado del gran océano, ya que en 1994, como ministro de comercio, protocolizó el ingreso del país los mecanismos regionales PBEC (Consejo Económico de la Cuenca del Pacífico) y PECC (Consejo de Cooperación Económica del Pacífico). Más adelante, en calidad de ministro de hacienda pudo comprobar que el brazo financiero asiático se convertía en el primer acreedor mundial (China, Japón, Corea y Taiwán, por ejemplo poseen la mitad de la deuda estadounidense) y, finalmente, mientras se desempeñaba como ministro de defensa, la alianza militar entre Rusia y China iniciaba el equilibrio estratégico global.

Sería insensato seguir desperdiciando las oportunidades que Colombia tiene de intercambio con los florecientes mercados asiáticos. Se trata de una proyección tardía, sin ser audaz. Nuestro país va a la zaga de Brasil, Chile, Perú, Argentina, Ecuador y Venezuela, cuyas ventas a China, por ejemplo, son superiores a las nuestras y la captación de inversiones y asistencia técnica es, en el menor de los casos, 10 veces superior. La decisión de profundizar las relaciones con Japón, China, Corea, Singapur y Australia (habría que agregar a Indonesia, Malasia, Vietnam y Tailandia) es loable. No obstante, ciertas consideraciones son pertinentes respecto al posible viraje al Pacífico.

En primer lugar, ha de darse dentro de una proyección que corresponda a la lectura cabal del fenómeno asiático. En las dos últimas décadas, China se hizo superpotencia y está cambiando la política y la distribución del poder mundial. Si bien los intereses de ese país en América Latina son solo comerciales, la agenda ha de enriquecerse en forma progresiva hacia los asuntos políticos y de seguridad (acuerdos birregionales, narcotráfico, redes de prostitución).

Asimismo, el momento chino tiene sus límites, dado el envejecimiento de su sociedad, de modo que la captura industrial por parte de India será inevitable.

Por ello, dicho país ha de ser atendido de manera más solícita. En segundo lugar, la administración de los compromisos adquiridos y el enriquecimiento constante de la agenda requieren ajustes institucionales y recursos humanos idóneos. En este sentido, el gobierno tiene ante sí el reto de aumentar la presencia diplomática y comercial en los países asiáticos y nombrar funcionarios por sus méritos y no con el inveterado pago de favores clientelistas. En tercer lugar, la diversificación de la política exterior ha de ser transparente y democrática. Vicios inamovibles de nuestra diplomacia, además del clientelismo, han sido su centralidad y secretismo.

Por fuera de algunas organizaciones empresariales, ni las organizaciones sindicales, ni las universidades, ni los representantes de las regiones (mucho menos las comunidades indígenas y afrocolombianas) suelen ser convocadas a debatir las posiciones y las decisiones acerca de los asuntos internacionales. Al respecto, la actitud del Congreso Nacional es de un silencio pasmoso. ¿Alguien pudo estar al tanto del pleito con Nicaragua en los últimos años? ¿Ha llegado a la opinión pública alguna información relevante de las propuestas y los votos colombianos en el Consejo de Seguridad durante estos 16 meses de membresía temporal?

Empero, el desafío mayúsculo de Asia hay que buscarlo en la fascinación por su acervo financiero. Desde allí, el motor chino está anegando de capital a numerosas economías emergentes, incluida Colombia. En la práctica se estructuran cuatro clases de países: de industria decreciente, de industria floreciente, de proveedores de las materias primas y los carentes de industria y de recursos básicos.

En la última década, la demanda especial asiática destrozó la producción de Europa y Estados Unidos, sumiéndolos, desde el 2008, en la crisis que no llega a su fin; en cambio, la mayor parte de América Latina, especializada en vender a precios fabulosos su riqueza física, encuentra sus monedas revaluadas mientras su industria fallece y, en consecuencia, sus tasas de pobreza se mantienen fijas. Por lo tanto, el gran desafío para nuestra región es evitar que la burbuja financiera se convierta en la “maldición de los recursos naturales”. Para su política asiática, el ascenso de François Hollande es una lección que Colombia y los latinoamericanos no debe desaprovechar.

*Docente e investigador del CIPE, Universidad Externado
 

Por Pío García* / Especial para El Espectador

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