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Elsa Noguera, la alcaldesa que “mueve” a Barranquilla

A simple vista parece una financista consagrada, que tiene perfecto control del presupuesto distrital y sabe exactamente en qué se están gastando la plata los secretarios del despacho.

Alberto Martínez M., Especial para El Espectador
06 de diciembre de 2015 - 02:13 a. m.

A simple vista Elsa Noguera de la Espriella parece una financista consagrada, que tiene perfecto control del presupuesto distrital y sabe exactamente en qué se están gastando la plata los secretarios del despacho. Preguntarle por el tema es como activarle un chip, desde el que va recitando todas las cifras del gobierno, sin obviar unidades o decenas.

De esta manera, la imagen que mejor la definiría podría ser la foto en que el presidente Juan Manuel Santos le entrega el cheque simbólico de 100 millones de dólares, el día que el Banco Interamericano de Desarrollo le confirmó a Barranquilla un crédito puente por ese valor.

El acto, en el que Santos declaró que nunca había dado tanta plata a un mandatario local, fue sin embargo un punto de arribo. La travesía había empezado ocho años atrás, cuando, en su condición de secretaria de Hacienda de la administración de Alejandro Char, recibió un Distrito prácticamente en bancarrota.

Mientras los acreedores acosaban, los proveedores negaban servicios y los ciudadanos evadían impuestos, la administración agonizaba. El presupuesto distrital, de menos de 600 mil millones de pesos, se iba en las deudas de ley 500 y por supuesto la burocracia. La crisis de las finanzas públicas –sabía- eran el final de todo, pero también el principio.

La actual alcaldesa empezó entonces un proceso que en principio perseguía sanear las finanzas de la ciudad pero, más allá, tenía como eje central la recuperación de la confianza de los ciudadanos en la administración pública.

A diciembre de este año, cuando termine de pagar el último de los 440 mil millones de pesos que debía en el 2012, Barranquilla saldrá de la ley de quiebras.

Es el último tramo del viaje, en el que pudo aumentar el presupuesto público a 2,2 billones de pesos anuales, esto es, 3.5 veces, por una razón que en su momento no fue nada sencilla: los barranquilleros volvieron a creer en su gobernante y se metieron la mano al bolsillo.

Así se explica que la inversión privada esté creciendo a tasas del 74% y que Barranquilla sea la ciudad de Colombia que más kilómetros-carril está construyendo de manera simultánea. Como dice la propaganda, Barranquilla se mueve. De haber sido la gerente de una empresa privada, estaría contenta con las cuentas y probablemente también su junta de socios.

Sin embargo, a la financista más famosa de Colombia no la conmueven los números, como todo el mundo creer. En ese sentido debería estar orgullosa –otro ejemplo- de haber logrado, con los recursos de inversión, lo que ningun otro mandatario había hecho: resolver el problema histórico de los arroyos.

Eso sí que era improbable. La ciudad todavía recuerda a un Ministro del Transporte que con ínfulas centralistas sentenció que la única manera de quitarle esas aguas sobrevinientes a Barranquilla, era mudandola de lugar.

En una muestra de ingenio gubernativo, la administración de Elsa Noguera celebra haber metido dos de las corrientes más peligrosas en canales subterráneos de las calles 8 y 79, que recuperaron, para sorpresa y orgullo de sus coinciudadanos, el problema de movilidad que se generaba cada vez que caía un aguacero. Pero los ojos realmente se le iluminan a Elsa cuando recuerda que Barranquilla es hoy una de las dos ciudades de Colombia con menor tasa de desempleo y la que más esfuerzo realiza por derrotar la pobreza después de Medellín.

Por lo mismo, el día de la semana que más disfruta es el sábado, cuando sale con sus secretarios a recorrer las obras, principalmente en las zonas vulnerables de la ciudad, donde construye 10.400 viviendas gratis y 75 parques. Allí están –nos muestra- los centros de salud y los jardines infantiles que convirtieron a la ciudad en modelo nacional de atención a los enfermos y a la primera infancia.

Se trata de superlativos que disfruta como ningún otro barranquillero, bajo una premisa que repite insistentemente por estos días: digan que la mía fue en verdad una gerencia social, que midió la rentabilidad no en función de las cifras alcanzadas sino del bienestar que fueron capaces de irrigar entre los ciudadanos.

 

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Por Alberto Martínez M., Especial para El Espectador

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