La espera en Llanogrande

El sociólogo y escritor empieza un recorrido por las zonas de concentración de las Farc. Hoy, Llanogrande, Antioquia, donde se reunieron el Quinto Frente y el Bloque Iván Ríos.

Alfredo Molano BravoESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
29 de abril de 2017 - 02:58 p. m.
 Por Dabeiba, Antioquia, pasó gran parte de la historia de Colombia y quedaron las cicatrices de la guerra yendo y viniendo del Urabá.   / / Luis Benavides - El Espectador
Por Dabeiba, Antioquia, pasó gran parte de la historia de Colombia y quedaron las cicatrices de la guerra yendo y viniendo del Urabá. / / Luis Benavides - El Espectador

Hace años –ya casi todo fue hace años–, pasaba por Dabeiba rumbo al Urabá cuando en medio de un parque se encendieron a bala la guerrilla y la Policía. Corrí y me refugié en la única casa que tenía la puerta abierta. Allá, en el patio de atrás, caí en la cuenta de que era el convento de las Hermanas Lauritas. Una de ellas repartía tinto sin que se le derramara una gota de un pocillo. La puerta estuvo abierta hasta que se acabó el candeleo y ellas salieron a prestarles auxilio a dos policías que habían sido heridos. La casa no era la misma en la que habitó la madre Laura Montoya, canonizada hace poco y que llegó a Dabeiba a evangelizar naturales, los embera-catíos. En el fondo, ellos le dieron mucho más a ella porque la comunidad que fundó echó a recorrer el país identificada con las luchas de indígenas, colonos pobres, perseguidos, rebeldes. Dabeiba era entonces –hacia el año 1910– una avanzada de la colonización antioqueña hacia el norte y se planeaba la construcción de la tan mentada Carretera al Mar. Tulio Bayer, médico y guerrillero levantado en armas en Vichada en 1962, escribió una novela cuya trama se desarrolla en ese pueblo y tiene el mismo título: Carretera al mar. Para la antioqueñidad, la construcción de esa vía fue una verdadera epopeya, sobre todo porque debió romper el cañón de La Llorona, una gigantesca roca. En esas gargantas, en los años 1990, el Bloque José María Córdoba resistió la embestida de los paramilitares acuartelados en el Nudo del Paramillo, altura que domina la entrada al Urabá.

Llanogrande, el lugar donde está ubicada la Zona Veredal Transitoria de Normalización (ZVTN) donde se han concentrado el Quinto Frente de las Farc y el Bloque Iván Ríos con 227 guerrilleros, queda a unos 20 kilómetros de Dabeiba en la escarpada hoya del alto Riosucio, tributario del Atrato. Es una región donde tradicionalmente se cultiva café, cacao y fríjol, y en los últimos años también maracuyá. El carreteable es una brecha robada a la cordillera y trazada entre precipicio y precipicio. El único sitio plano es en realidad Llanogrande, donde se construye con la morosidad característica de las obras públicas el campamento de concentración de guerrilleros. Desde lejos parece el barrio de un poblado, pero es sólo una cancha de fútbol con dos construcciones y un par de explanadas. A unos 500 metros, dentro de la misma vereda, están los campamentos del Ejército Nacional y la sede local del llamado Mecanismo de Monitoreo y Verificación. La existencia de un puesto militar dentro de la misma vereda donde se concentra la guerrilla es irregular, puesto que según el Acuerdo de La Habana, las instalaciones de la fuerza pública deberían quedar fuera de ella. En fin, se convive y no parece haberse registrado enfrentamientos entre los insurrectos y los regulares.

El paso hacia el campamento de las Farc está impedido por una caña de guadua larga y torcida. Al lado, una caseta de guardia con un par de mesas y asientos, donde me invitaron a sentarme después de un ¿toma tintico? –cuando ya el tinto estaba servido–. Los guerrilleros andan sin uniforme y sin armas. Uno de ellos me dijo: “Ya viene a saludarlo el camarada –un título de respeto–, porque ahorita está con el doctor Córdoba y con el Mecanismo. Mientras tanto, un mando medio joven, con pinta de tercer semestre de universidad, me explicó que de la barra no podíamos pasar los visitantes sin autorización, tanto del Mecanismo como de la guerrilla. “Por eso fue que tuvimos problema –me explicó– con la comisión enviada por el gobernador de Antioquia, encabezada por las secretarías de Gobierno y de Derechos Humanos. Querían entrar sin traer la autorización escrita a contar las armas y los guerrilleros y guerrilleras dentro del campamento. Les negamos la entrada”. El hecho sucedió después de que el gobernador de Antioquia, Luis Pérez, había declarado que el Gobierno estaba permitiendo que “el proceso de paz y el posconflicto se conviertan en una guachafita”, sugiriendo que en las ZVTN existía tráfico de mujeres, niños y alcohol. Para la guerrilla, esas declaraciones fueron entendidas como una agresión de un personaje ambivalente que critica la crítica, pero condecora a un cantante conocido por su vulgaridad. El tono de las declaraciones de Pérez tiene un tufillo de reivindicación federalista contra el gobierno central. Pérez es el guion de Vargas Lleras-Uribe.

Desde el retén de entrada se puede mirar todo el campamento. En el centro hay una vieja cancha de fútbol y a su lado una nueva de voleibol. Una tropa ociosa es una tropa viciosa. Además de las propiamente militares tales como guardias, observación, vigilancia y orden, los mandos programan actividades deportivas, educativas, ideológicas, económicas, logísticas y artísticas. La guerrillerada vive en constantes movimiento y atención. La jornada diaria comienza a las 5 a. m. con formación, himnos, gimnasia, distribución de actividades y oficios, nombramiento de mandos, llamados de atención. Y luego, como hormigas, cada unidad cumple lo ordenado. La disciplina no se ha relajado y sigue siendo casi la misma que cuando estaban en guerra, la gran diferencia es que pueden dormir sin el terror a los bombardeos.

En el campamento hay hoy, como se dijo, 220 guerrilleros, la tercera parte son mujeres –nueve de las cuales están embarazas– y 11 niños, hijos de parejas guerrilleras. Hay pocos niños y algunos mayores de 70 años, inclusive el comandante del Bloque Iván Ríos. Vi a algunos guerrilleros con miembros amputados o cicatrices feroces: las heridas de la guerra o de la vida, como dice el poeta.

Al lado izquierdo de la cancha de fútbol están los cambuches, casas improvisadas con paredes y techos de plástico, levantadas sobre suelos de vara al piso. En ellos casi todos tienen sus equipos, enseres personales y una cama con colchoneta. Los baños están aparte, pero ya no son los famosos chontos al aire libre que tanto intimidaban a los recién incorporados. Hay una gran sala de televisión y reuniones –también en plástico– y un puesto de comando.

El V Frente y el Bloque están separados, pero todo el sector está cubierto por lo que llaman los campesinos rastrojo “gecho”. Al lado derecho están las tres nuevas construcciones, hechas en una especie de cartón encementado –llamado dry wall, de hecho, muy frágil–, donde se reúnen los mandos y viven los más viejos y las mujeres embarazadas o con niños. Un poco más lejos hay tres explanadas recién niveladas donde se construyen comedores, salas de reunión y de juego y los 15 bloques, cada uno con seis habitaciones y baños. El día que llegué estaban acabando de instalar la energía, hasta entonces colgada de los cables públicos del caserío cercano.

A ojo de buen cubero, dicen los comandantes, se ve imposible que las obras que faltan se terminen antes del 30 de abril, fecha acordada por las partes. Se ha dicho que ese retraso busca reducir el tiempo de participación electoral del nuevo partido. Los comandantes superiores del campamento creen que el incumplimiento es la característica histórica de toda acción que emprende el Estado. Para la muestra un botón: la concentración de efectivos de la insurgencia en Llanogrande. Con el Gobierno se acordaron los puntos de encuentro a los que llegarían las guerrillas para ser transportadas a la ZVTN. Para llegar a ese punto, los diversos comandos tuvieron que desplazarse a pie o por río varios días. Por ejemplo, el Bloque Iván Ríos estaba en los ríos Salaquí y Truandó y el punto donde llegarían los carros del Gobierno está a cinco días. Isaías, uno de los comandantes históricos del Urabá, me explicaba: “Nuestras movilizaciones se preparan con mucha atención, cualquier falla puede ser fatal. Se estudia el terreno, los caminos y los pasos, los ríos y quebradas, los caseríos y poblaciones, y sobre esa información preparamos el viaje y entonces reducimos así sorpresas e inconvenientes (ese “entonces” era un término usado por Manuel Marulanda como llamado de atención y a la vez como resumen). Para Isaías, la marcha organizada por el Gobierno fue una evidencia desmoralizadora de lo que puede venir. A las 9 a. m. los guerrilleros habían levantado los cambuches, preparado los equipos y –afortunadamente– desayunado. “Pasaron las 9, las 10, las 11, las 12 –como en la canción de Sabina– y sólo a las 2 llegaron los carros… La guerrilla había enviado mucho antes el número de personas, su peso total, el de las armas y el de los equipos y hasta el de los jotos. Todo pesado”. A las 7 p. m., juagados por un aguacero, llegaron a Llanogrande y les tocó cargar todo hasta la cancha de fútbol, que era una laguna. Allí tuvieron que armar los cambuches y hacer de comer, porque el Gobierno nada tenía preparado. Fabián Ramírez, uno de los comandantes de los golpes de El Billar y Las Delicias, había llegado un par de días antes, cortado las varas para los cambuches y comprado frazadas para el frío, porque Llanogrande tiene un “fresco clima cafetero”. Los guerrilleros llegaron el 30 de enero, fecha acordada, y encontraron tan solo unos rollos de manguera, unos tanques para hacer los pozos sépticos y pare de contar. Naturalmente ellos están acostumbrados a todas las inclemencias y dificultades, pero una cosa es afrontarlas en la guerra y otra sufrirlas por incompetencia del Gobierno. La ONU tampoco estaba preparada para recibir a 200 personas que no eran ni refugiados de guerra ni damnificados por desastres naturales, que es lo que la organización sabe hacer. No hay ni siquiera una carpa que funcione como enfermería. No vi los contenedores para guardar las armas, que podrían estar aún encaletadas.

La responsabilidad fue compartida entre el llamado sector institucional y los contratistas. Hay serios indicios de que no hubo una planeación juiciosa, técnica y apoyada por las Farc. La programación fue de escritorio y hecha para llenar los formatos exigidos por la Contraloría, pero no para cumplir lo acordado con los rebeldes. Fueron diseños enlatados, sacados de la internet, y por eso se presentó la incongruencia con la guerrilla, que no venía a entregarse, que no había sido derrotada, sino que estaba en tránsito hacia la vida civil.

Lo que Ariel, comandante del curtido V Frente, reclama no es comodidad, sino respeto a la dignidad de los combatientes. “No pueden seguir considerándonos infraciudadanos”. Claro que a la hora de señalar culpables, sólo puede uno decir: Se trata de la maraña santanderista, sin contar con los proverbiales “enemigos agazapados de la paz”.

La guerrillerada –como la llamaba Jacobo Arenas– tiene cierta nostalgia de su vida guerrera, porque las dificultades y los miedos la habían hecho una gran familia. Siguen siéndolo, pero ya no están armados. En este campamento sólo vi un hombre enfierrado. El miedo no ha desaparecido cuando recuerdan las zonas que dejaron y donde todavía tienen seguidores, porque es un hecho que los paramilitares están ocupando las regiones donde los combatieron, que quedaron al garete. Saben que el paramilitarismo avanza incontenible y que, por ahora, la tesis del monopolio de las armas, la justicia y los tributos parece ser meras palabras que se lleva el viento. En los últimos seis meses la Defensoría del Pueblo ha emitido 23 alertas dirigidas al Gobierno y a las Fuerzas Armadas sobre movimientos de las autodenominadas Autodefensas Gaitanistas. Y nada, siguen avanzando hacia el sur desde Urabá, precisamente hacia la Serranía de Abibe, donde, en un bolsillo, está Llanogrande. Están recuperando los territorios perdidos por la ley de la gravedad política. En las zonas dejadas por la guerrilla se han intensificado los cultivos de coca, la extorsión a los transportadores y la colaboración de las empresas madereras y bananeras. El testaferrato está de nuevo a la orden del día apañando parcelas campesinas e invadiendo territorios negros. “Cuando nosotros en la guerra levantábamos la cabeza, nos caían con sus aviones y sus bombas a los 20 minutos: ahora los paramilitares se campean inclusive frente a las autoridades”. “En La Resbalosa, los paras hicieron pilón con cabezas de niños”. Y, sin embargo, las Farc parecen firmemente decididas a honrar su palabra empeñada en el Acuerdo del Teatro Colón. Su objetivo vital es prepararse para no dejar que la fuerza política obtenida con las armas en el monte se volatilice en la plaza pública.

La gran mayoría de la energía de los excombatientes se invierte en prepararse para la vida civil y la actividad política sin dejarse desgranar, es decir, como movimiento político. Saben de sobra que una de las más grandes dificultades es poder comunicarse con un país que, en cierta medida, desconocían y que ha sido atrapado por el consumismo. Necesitan capacitar equipos en uso de medios de comunicación –prensa, radio, televisión–, en plataformas informativas y redes sociales.

Estando en el retén se me acercó un grupo de jóvenes con chalecos de periodistas, micrófonos y cámaras de video, uniformados con la sigla de Nueva Colombia-Noticias. Me hicieron una entrevista al aire y luego nos pusimos a conversar. Han conseguido equipos modernos y periodistas profesionales para aprender el oficio. “Es muy distinto dar órdenes que convencer”. Son ingenuos pero honrados al confesar que no saben y que están aprendiendo un nuevo lenguaje. Han comenzado a cambiarlo, inclusive conceptualmente. Ya no hablan de jalar a las masas, sino de encontrar eco en la gente. Los términos vanguardia y masa parecen estar siendo archivados junto a expresiones más espesas como dictadura del proletariado y socialización de los medios de producción. Por ahora están más interesados en la defensa de los derechos ciudadanos que en la toma del poder; más en la actividad política que en la mera participación electoral. Pero también desvela a la guerrilla de qué van a vivir.

Primero que todo, están a la espera de la cedulación, no sólo para votar, sino para acceder a los servicios básicos de salud, educación y capacitación laboral. Algunos irán a Cuba o a Noruega a estudiar medicina o acuicultura; otros buscarán acabar bachillerato o comenzar la primaria, y muchos, acceder a una parcela para volver al campo. La bandera histórica de las Farc ha sido la tierra. Pero su objetivo no es volverse empleados, obreros o peones en empresas públicas o privadas. La idea central es organizar un fuerte sector de economía solidaria sobre la base de cooperativas de producción, comercialización, vigilancia, transporte. Ahora mismo han fundado cooperativas para el desminado humanitario, la seguridad de sus excombatientes y erradicación y sustitución de coca y marihuana. Y –¡cómo no!– impulsan la creación de Reservas Campesinas, contempladas en la Ley 160 de 1994, a las que la derecha ha colgado el Inri de Repúblicas Independientes. A estas formas solidarias de trabajo apunta ahora una muy novedosa: Las Ciudadelas. Se ha comenzado a palabrear la prolongación de las ZVTN, pero sobre la base de un tiempo definido y la dejación total de las armas, declara el Gobierno. La guerrilla, por su lado, quiere transformar la normalización de las zonas veredales en polos de desarrollo regional y, claro está, punto de partida seguro de su actividad política. La propuesta a negociar levantará de nuevo el fantasma de las Repúblicas Independientes. El rechazo se funda en el miedo que se tiene a la consolidación de un movimiento político de oposición que se pueda convertir en una alternativa de poder y que no permita desgranar la mazorca. En este tema, me parece, se centrará el debate en los próximos meses como antesala a la fundación del partido político salido de los acuerdos de La Habana. Las declaraciones de Santrich han comenzado ya a levantar ampollas.

 

Por Alfredo Molano BravoESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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