“La sociedad no sólo se hace con los ‘purasangres’”: papa Francisco

El papa Francisco culminó su paso por Bogotá y hoy emprende una nueva ruta hacia Villavicencio. Su discurso se enmarcó en torno a la reconciliación y a la inclusión de los olvidados. Sus palabras también estuvieron dirigidas a favor de la paz del país.

Lorena Arboleda Zárate / Germán Gómez Polo
08 de septiembre de 2017 - 05:15 a. m.
 El presidente Juan Manuel Santos sostuvo ayer un encuentro privado con el papa Francisco, a quien le fueron entregados cuatro regalos. / Presidencia
El presidente Juan Manuel Santos sostuvo ayer un encuentro privado con el papa Francisco, a quien le fueron entregados cuatro regalos. / Presidencia
Foto: EFRAIN HERRERA

Cinco minutos antes de la hora prevista inicialmente para su llegada, el papa Francisco ya se encontraba descendiendo de su papamóvil para disponerse a pisar, por primera vez, la residencia presidencial. A las 8:55 de la mañana, el jefe de Estado, Juan Manuel Santos, acompañado de la primera dama, María Clemencia Rodríguez de Santos, recibió al máximo jerarca de la Iglesia católica en su segundo día como visitante insigne en el país. Se trataba de un momento protocolario entre el santo padre y las autoridades políticas y religiosas que, sin embargo, se fue desdibujando con el paso del tiempo. Mientras Francisco se acercaba a la puerta principal del Palacio presidencial, varios testigos espontáneos se lanzaron, literalmente, a sus pies y brazos para recibir la bendición del más importante representante de Dios en la tierra. 

(Vea el especial del papa en Colombia)

Fiel a los valores propios del catolicismo, el papa se detuvo para acoger las súplicas de las personas que, desesperadas, buscaban una bendición y, por qué no, un milagro para buscar la sanación de las más graves enfermedades. Fue el caso de Jaqueline, madre de Santiago, un menor de 15 años que padece de epidermólisis ampollar, conocida también como piel de cristal o piel de mariposa. “Me abrazó y me dio un beso en la frente”, contó Santiago a El Espectador, tras confesarse afortunado al tenerlo tan cerca. “Y sé que nos trae el mensaje de paz, de amor y de estar tranquilos bajo la protección de Dios”, relató.

Es el mismo caso de Paola Quiñones, otra de las madres que se acercaron al máximo jerarca del catolicismo. Ella le pidió por la salud de su hijo Juan Manuel, quien desde que nació sufre de una parálisis cerebral. “Todas las mamás estábamos buscando ese milagro: acercarnos al santo padre para conseguir la bendición y la sanidad”, dice Paola. Y así se cuentan alrededor de una decena de casos similares recogidos por el papa durante el trayecto hacia el atril donde, minutos más tarde, pronunciaría su primer discurso desde su arribo a Colombia. “Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada. En el último año, ciertamente, se ha avanzado de modo particular. Los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos”, dijo el papa Francisco.

Y la paz, cómo no, era el eje central de su visita. Esa había sido su condición para visitar el país: con un Acuerdo Final pactado con la guerrilla más grande del continente, el papa Francisco se aprestaría a visitar Colombia para “enseñar sobre paz”, según sus palabras. Por eso, esta vez autodefinió su discurso como una voz de aliento para avanzar en los pactos políticos que permitirán la inclusión de los grupos que han anunciado su intención de reinsertarse a la vida civil, pero, además, de superar las diferencias que tienen sumido al país en un mar de polarización. “A pesar de los distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, se debe persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro”, dijo Francisco, y advirtió que los avances en torno a la paz de Colombia no deben derivar en un “deseo de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares”, sino, por el contrario, tender puentes de reconciliación.

Bajo esa perspectiva, recordó que una sociedad no se gobierna únicamente con los de “purasangre”, sino también con aquellos que son excluidos y marginados por la propia sociedad. “Todos somos necesarios”, dijo el papa, tras memorar y reflexionar sobre algunas palabras del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, en su libro Cien años de soledad. “Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza. La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz”.

El anfitrión de la visita, el presidente Santos, acogió con regocijo la presencia del sumo pontífice, pidiéndole la bendición de los colombianos ante el reconocimiento tácito de que al papa, en efecto, lo recibió un país dividido. “Nos falta dar ese paso renovador, el más importante de todos: el de la reconciliación. De nada vale silenciar los fusiles si seguimos armados en nuestros corazones”, fueron las palabras del primer mandatario quien, poco tiempo después, sostuvo un encuentro privado con Francisco. Allí le entregó los cuatro regalos con los que se irá el papa el próximo domingo (un rosario, una mochila arhuaca, una escultura en forma de paloma y la representación de una niña de barro). En respuesta, y antes de salir hacia la Plaza de Bolívar, el papa le entregó a Santos una escultura de plata con escenas del Vía Crucis.

Directo a la juventud

En la Plaza de Bolívar lo esperaban desde mucho más temprano. Delegaciones y jóvenes de todo el país caminaban las calles del barrio La Candelaria y alrededor de las 6:30 a.m. iniciaron su ingreso. Francisco llegó en el papamóvil, proveniente de la Casa de Nariño, en medio de la algarabía de unos 22.000 jóvenes congregados en un escenario tan histórico en las peores épocas del conflicto como en los nacientes tiempos de la paz.

Dio una vuelta completa al recinto, muy de cerca a los feligreses, hasta llegar a la puerta de la Catedral Primada de Bogotá para sostener, en su interior, una reunión con las autoridades de la religión católica en el país. Después de una media hora, Francisco se asomó por la ventana central del Palacio Cardenalicio y desde allí les habló directamente a ellos, a los jóvenes. “Para mí siempre es motivo de gozo encontrarme con los jóvenes (…) Tienen una sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de otros, pero también puede suceder que hayan nacido en ambientes donde la muerte, el dolor, la división han calado tan hondo que los hayan dejado medio mareados, como anestesiados: dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos los abofetee y los movilice”, dijo Francisco.

La plaza, de cuando en cuando, rompía en aplausos que apagaban la suave voz del papa. Por eso él esperaba paciente a que la eufórica juventud cesara sus gritos y aplausos para seguir con su discurso dialogado. Y continuó: “También vuestra juventud los hace capaces de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es notable ver cómo no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente por estar atados a rencores”.

Los aplausos lo despidieron cuando dio la espalda al terminar su discurso en una plaza repleta y la lluvia lo recibió al momento de su llegada al parque Simón Bolívar, donde estuvieron unas 700.000 almas para celebrar lo que una gran mayoría puede hacer pocas veces en la vida: una misa con el papa. Durante la homilía, Francisco les dijo a los feligreses que en Colombia había “multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana”.

Pero también que permanecen las tinieblas de la injusticia y la inequidad social, corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos (…) del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas”.

El papa deja su agenda en Bogotá para continuar su visita en Colombia, este viernes, en Villavicencio. En esa ciudad se encontrará con unas 7.000 víctimas y, a la luz de la realidad del país, es el evento más importante al que asistirá el máximo jerarca de la Iglesia católica a repartir su mensaje de reconciliación, de movilización y perdón.

Por Lorena Arboleda Zárate / Germán Gómez Polo

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