Publicidad

Liberación para la paz

Publicamos capítulo del más reciente libro a favor de la negociación de paz con la guerrilla del Eln. Fragmento.

Francisco de Roux, S.J.
04 de octubre de 2015 - 02:33 a. m.
En mayo De Roux le escribió una carta a “Gabino”, comandante del Eln. / EFE
En mayo De Roux le escribió una carta a “Gabino”, comandante del Eln. / EFE

En el año 2014, monseñor Darío Monsalve, arzobispo de Cali, y yo estuvimos en las montañas de Colombia prestando el servicio de garantes en la entrega de un ingeniero canadiense secuestrado por el Eln. La operación humanitaria se desarrolló como estaba previsto que se hiciera. El canadiense, un deportista de largas marchas, había caminado más de doscientos kilómetros de trochas en la última semana para llegar al punto de la liberación. Nos contó que lo habían tratado bien. Estaba contento y en perfecto estado de salud, según constató la médica de la Cruz Roja que venía con nosotros, después de examinarlo allí mismo. Lo entregó el comandante Marcos, con quien pudimos conversar ampliamente.

En el momento final, cuando íbamos a abordar el helicóptero con el canadiense, Marcos le dirigió estas palabras, que me impactaron profundamente: “Perdónenos, hermano, pero es que todos estamos atrapados en esta guerra hijueputa”. Unos doce meses después, Marcos, un hombre de gran autoridad entre sus compañeros y ciertamente apreciado por los pobladores, murió en una operación del Ejército que, según entendí, venía haciéndole seguimiento de inteligencia hace algunos años.

Atrapados en la guerra hijueputa: esta es la apreciación dolorosa y la explicación conceptual que con todo respeto y con toda sinceridad tengo hoy sobre los hombres y mujeres valiosas del Eln que se empeñaron, hasta hace poco, en seguir la guerra o dejar para después el camino de la paz. Hoy considero muy importante que se haya dado el paso de la liberación hacia la paz y la salida del atrapadero, en un esfuerzo que, pienso, corresponde a discusiones difíciles entre los mandos de la organización. Porque la prolongación de esta guerra, tan dura para el Eln, es mucho más dura para las comunidades campesinas que son estigmatizadas, cargan con el dolor de sus muertos y están abandonadas a la inseguridad y al desplazamiento como resultado de un conflicto que no es de ellas.

Mientras tanto, los que por razón de haber andado las selvas de Colombia conocemos a hombres y mujeres del Eln y sabemos de la calidad de personas que hay en la dirección de la organización, apreciamos que empiecen a moverse para hacerse presentes, como ciudadanos, en los lugares donde hoy se dan las grandes discusiones sobre el futuro del país: la cumbre agraria, las mesas de concertación de los movimientos sociales, los debates en los medios de comunicación, en el Congreso, con una minoría decidida; y las movilizaciones contra la minería depredadora, a favor de los derechos de los maestros, por la salud, contra la corrupción.

El Ejército de Liberación Nacional tiene la razón cuando advierte que no fue suya la responsabilidad de iniciar la guerra. Que la injusticia contra el pueblo llevó a sus integrantes a tomar las armas. Yo le creo. Y estoy convencido de que se alzó en insurgencia convencido de que era lo mejor que podía hacer por Colombia. Aunque personalmente pienso, desde siempre, que la lucha por la justicia y la liberación entre nosotros tenía que tomar el camino de las movilizaciones de no violencia activa y eficaz que emprendieron y llevaron hasta el final, con grandes logros, hombres como Gandhi y Martin Luther King.

Pero el hecho es que la guerra no logró los cometidos esperados por la insurgencia. Más aún, y sin negar su intención de justicia social y soberanía, la guerra no sólo se hizo contraproducente, productora de lo contrario de lo que buscaba, y por eso perjudicial para el pueblo, sino que se tornó injusta; porque la guerrilla sabe hoy que no puede alcanzar el poder para garantizar un camino de participación popular que lleve a la justicia social, a la protección del ambiente y a la liberación y, a pesar de saber esto, ha continuado la confrontación armada, hoy degradada y cruzada de paramilitarismo, bacrim y tecnologías agresivas y tremendamente eficaces; guerra incontrolable que produce la victimización dramática que el pueblo no quiere y que sobrepasa ya los 7 millones de personas golpeadas directamente. Por otra parte, en Colombia sabemos que es tremendamente injusto que este país invierta cada año más de diez mil millones de dólares en Ejército y Policía, dedicando a la guerra los recursos que se necesitan para soberanía alimentaria, escuelas, vivienda, salud y vías.

El Eln puede decir que, ante las operaciones salvajes del paramilitarismo, la guerrilla fue la gran defensora del pueblo. Pero también sabe que las fuerzas paramilitares que se desataron la desbordaron totalmente y convirtieron en un infierno los pueblos y campos donde había convivido la insurgencia. Más aún, el Eln sabe que en no pocos lugares tuvo que huir de los territorios y refugiarse en la montaña ante el impacto criminal devastador de las fuerzas de las Auc, del bloque Central Bolívar y de otros aparatos que tuvieron el apoyo de las Fuerzas Armadas del Estado. La gente en San Blas y Monterrey recuerda que la guerrilla se fue y dejó a las poblaciones en manos de la justicia paramilitar cuando el bloque Central Bolívar entró con gran despliegue militar apoyado por el Ejército. La gente de las comunas de Barrancabermeja conoce la forma en que muchos militantes del FURY, Frente Urbano de Resistencia Yariguíes, huyeron unos, fueron asesinados otros y se pasaron bastantes al paramilitarismo, dejando a la población abandonada y estigmatizada a finales del año 2002.

La militancia del Eln puede argumentar que los que han hecho mal en esta guerra son los paramilitares apoyados por el Ejército y que finalmente los culpables son el Estado colombiano y todos sus aliados económicos y políticos, nacionales e internacionales. Conozco en la piel el salvajismo de la violencia paramilitar en cientos de masacres, torturas, mutilaciones, ataques a pueblos enteros, terror y dominación. Conocí de complicidades y alianzas entre paramilitarismo y Fuerzas Armadas y aparatos del Estado, entre 1996 y 2005, en el Magdalena Medio. La realidad es inmensamente compleja, pero parte importante de la verdad es que el paramilitarismo creció como forma de seguridad de las grandes propiedades, amparado por el establecimiento, para responder a la guerra irregular en la que se alzó la guerrilla y para hacer directamente el trabajo sucio que no podía hacer la institucionalidad. Por otra parte, es bien conocido que barones importantes de la mafia de narcotráfico compraron franquicias de paramilitarismo, como ocurrió con el bloque Central Bolívar, para aparecer ante el país como aparatos de seguridad contra la insurgencia y llegar así finalmente a Ralito a negociar con el Estado.

Lo importante que quiero señalar es que, por noble que haya sido la forma de lucha del Eln y por bárbara que haya sido la acción paramilitar, ambas realidades están interconectadas como parte de un mismo conflicto degradado.

* * *

¿Por qué un libro en pro de diálogos con el Eln?

Este libro es fruto de una reflexión colectiva alimentada en varios encuentros. La idea se lanzó en 2015 con el apoyo de Camilo Castellanos y del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, en Bogotá, sitio donde nos reunimos periódicamente para analizar los avatares del diálogo entre el Gobierno Nacional y el Eln; allí debatimos aún algunas de las ponencias incluidas.

La dinámica contó con el apoyo de un espacio singular y de gran utilidad: el Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres Restrepo, conformado por detenidos del Eln en la cárcel de Bellavista, en Medellín. Allí hemos tenido una permanente crítica y constructiva interlocución, gracias al director de ese centro, Manuel Flórez, convencido de apoyar la búsqueda de la paz.

Una vez logramos darles cuerpo a las diferentes ponencias, en medio de un absoluto respeto por la posición política de cada autora o autor, encontramos el apoyo financiero de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia, de la Organización de Estados Americanos, la MAPP-OEA.

Víctor de Currea-Lugo, editor del libro

Por Francisco de Roux, S.J.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar