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Santos, obsesionado por la paz

¿Servirá el Nobel de Paz para amainar la tormenta política por el triunfo del No en el plebiscito y llegar a un consenso... o atizará la polarización?

Redacción Política
08 de octubre de 2016 - 02:00 p. m.
Desde los años 90, el hoy presidente Juan Manuel Santos comenzó a trabajar en busca de acuerdos de paz. / EFE
Desde los años 90, el hoy presidente Juan Manuel Santos comenzó a trabajar en busca de acuerdos de paz. / EFE

“Si el costo de buscar la paz, lo dije desde un principio, lo pago con mi capital político, con mi popularidad, estoy más que dispuesto a pagarlo”. Lo dijo el presidente Juan Manuel Santos el 21 de abril de 2015, durante la inauguración de la Feria del Libro de Bogotá. Por ese entonces, el proceso de negociación con las Farc en La Habana atravesaba momentos de turbulencia. Días antes se había producido un ataque guerrillero en Buenos Aires (Cauca) que dejó once militares muertos y el Gobierno había decidido reanudar los bombardeos a los campamentos subversivos, suspendidos como un gesto de confianza frente a los diálogos en Cuba. (Vea acá el especial A CONSTRUIR LA PAZ)

En algunas de las apariciones públicas se escuchaban abucheos en contra del primer mandatario. “Pueden seguirme por todo el país, pueden venir a sabotear cada acto al que asisto, pero quiero que sepan que no me detendré en la búsqueda de la paz para Colombia”, les respondía Santos una y otra vez. Y la verdad, los costos de sentarse a conversar con las Farc sí que le han pasado factura. La aprobación de su gestión, según la más reciente encuesta de Invamer, es de apenas un 35 % mientras que la desaprobación llega al 59,5 %. 

Aun así, con terquedad e insistencia, convencido de que la paz era el único puerto de destino, logró concretar un Acuerdo Final con las Farc, firmado protocolariamente ante los ojos del mundo el pasado 26 de septiembre. Y cuando todo eran campanas al vuelo, llegó el revés en el plebiscito con que se buscaba refrendar lo pactado en la mesa de negociaciones. Sin embargo, Santos sigue empeñado en sacar adelante el proceso, ahora obligado a escuchar a una oposición, liderada por el expresidente Álvaro Uribe, que poco quiere ceder y que, montada en la ola del triunfo del No en esa refrendación, habla de renegociación y algunos hasta de que los acuerdos ya están muertos.

¿Servirá entonces el Nobel de Paz para amainar la tormenta y llegar a un consenso o, por el contrario, atizará la polarización? El mensaje de la comunidad internacional es contundente: Colombia tiene que persistir en la búsqueda de la paz y así lo ha entendido el presidente. Al fin y al cabo, se trata de una cruzada que comenzó en firme pocos meses después de llegar al poder en 2010, cuando se dieron los primeros contactos con las Farc, aunque en realidad tuvo sus orígenes hacia finales de la década del 90, cuando el escándalo del Proceso 8.000 acosaba al gobierno de Samper y se supo de la propuesta de una constituyente que facilitara una salida política a la crisis, lo cual significaba el retiro del entonces mandatario. (Vea: ¿Y para qué le sirve el Nobel de Paz a Juan Manuel Santos?)

Fue el exministro conservador Álvaro Leyva, hoy asesor de los diálogos de La Habana, el que reveló que la idea había sido ventilada por Santos ante las Farc y ante los grupos paramilitares. El gobierno Samper habló de “conspiración”, entre ellos uno de sus actuales aliados en la paz, Horacio Serpa, entonces ministro de Gobierno. En mayo de 2007, en un escrito para la revista Semana titulado “Historia de mi conspiración”, Juan Manuel Santos reconoció encuentros con Raúl Reyes y Olga Marín, voceros internacionales de las Farc, en Costa Rica; diálogos en la cárcel de Itagüí con Felipe Torres y Francisco Galán, voceros del Eln, y dos reuniones con Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas, en Córdoba.

Según dijo, se trataba era de construir una propuesta para superar la crisis institucional que padecía Colombia y, de paso, avanzar en la búsqueda de la paz, a partir de tres condiciones básicas: mantenimiento del orden constitucional, cese al fuego y de las hostilidades, respaldo internacional, constituyente y establecimiento de una zona de despeje con garantías para entablar diálogos con las guerrillas. “Pero lo que era más importante e histórico: se trataba de un proyecto de paz integral que consultaba a “calzón quitao” los intereses de todos los actores del conflicto: la guerrilla, los paramilitares, el Gobierno y la sociedad civil”, indicó.

Incluso quedó como constancia una carta a Samper en 1997, en la que le habla de la zona de distensión para los grupos guerrilleros, algo que retomó Andrés Pastrana en 1998 cuando implementó el proceso del Caguán. Con este, Santos se convirtió en ministro de Hacienda y tuvo un duro choque con el entonces senador Álvaro Uribe, quien lo acusó de pretender revivir los auxilios parlamentarios. Y hay que decir que cuando Uribe cambió el “articulito” en la Constitución para su reelección en 2006, en un comienzo criticó lo que consideraba era una clara intención de perpetuarse en el poder.

Pero como la política es dinámica y, como bien lo dijo en un debate en 2010 el mismo Santos, “sólo los imbéciles no cambian de opinión”, al poco tiempo hizo un giro radical en su postura y hasta planteó una disidencia liberal para apoyar a Uribe, con el argumento de que oponerse a alguien que tenía el 90 % de popularidad en las encuestas era un “suicidio político”. Fue en esa coyuntura que —junto con Óscar Iván Zuluaga y Luis Guillermo Vélez— estuvo en la creación del Partido de la U, arrastrando a varios líderes liberales.

En marzo de 2006 llegó el premio: Uribe lo nombró ministro de Defensa. La seguridad democrática estaba en todo su esplendor y las Farc comenzaron a sufrir los golpes más contundentes de su historia: vieron caer a su segundo comandante, Raúl Reyes, en la llamada operación Fénix, y a comandantes como el Negro Acacio y Martín Caballero en los Montes de María, entre otros. La ofensiva militar se acompañó de una agresiva campaña publicitaria que incrementó las desmovilizaciones voluntarias. Fue cuando el entonces comandante de las Fuerzas Armadas, Freddy Padilla, habló del “fin del fin de las Farc”.

Su nombre, tantas veces puesto en el sonajero de los presidenciables, cogió por fin fuerza. Al fin y al cabo, siempre se dijo que desde niño se preparó para dirigir a Colombia. En mayo de 2009 renunció al Ministerio y, cuando la Corte Constitucional declaró inexequible el referendo que buscaba abrir la puerta a un tercer mandato de Uribe, Santos destapó sus cartas mostrándose dispuesto a continuar el legado de la seguridad democrática. Promesa que, dicen en el uribismo, traicionó al apostar por la paz con las Farc como salida al conflicto armado que padece Colombia desde hace más de 50 años.

En un perfil que él mismo escribió hace dos años para El Espectador, cuando buscaba la reelección, Juan Manuel Santos se definió como un presidente cercano pero firme, receptivo pero exigente, directo pero cauto. “Ese equilibrio me ha permitido entender mejor la realidad de mi país y tomar decisiones que lo han hecho avanzar”. Equilibrio que ahora más que nunca se requiere, ante la crisis de la derrota del Sí. Se firmó el Acuerdo con las Farc, pero se perdió el plebiscito. La lucha sigue y el compromiso es mayor. Y por sus palabras ayer, conocido el premio, así lo entiende: “A esta causa dedicaré todos mis esfuerzos por el resto de mis días”.

Por Redacción Política

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