Las tensiones de la tropa

La filtración de unas coordenadas al expresidente Álvaro Uribe destapó un debate poco abordado: el nerviosismo que hoy impera en las Fuerzas Militares por los sucesos del proceso de paz que se desarrolla en La Habana.

María del Rosario Arrázola
13 de abril de 2013 - 04:00 p. m.
El presidente Juan  Manuel Santos antes de iniciar la marcha del 9 de abril.  / Presidencia
El presidente Juan Manuel Santos antes de iniciar la marcha del 9 de abril. / Presidencia

A pesar de la enfática declaración del comandante de las Fuerzas Militares, general Alejandro Navas, de que no existe división alguna en la tropa y mucho menos “ruido de sables”, porque las Fuerzas Armadas “por tradición han sido constitucionalistas y hoy rodean al presidente”, no cabe duda de que, si bien prevalece la obediencia, eso no oculta la incertidumbre y el malestar. Son los recelos propios de un proceso de paz a la distancia, cuyos silencios permiten que los rumores y las especulaciones hagan mella en brigadas y batallones.

Una evidencia que salió a flote cuando el expresidente Álvaro Uribe, en un insólito trino en Twitter, reveló las coordenadas exactas donde cesaron las operaciones militares para permitir que los nuevos delegados de las Farc para los diálogos de La Habana pudieran desplazarse a Cuba. Si se tiene en cuenta que, por el sigilo requerido, esa información sólo la manejaba un reducido grupo de oficiales de las Fuerzas Militares, la deducción es lógica: de alguno de ellos provino la filtración y era manifiesto el objetivo de hacerlo a Uribe.

La operación no se frenó, pero en manos del principal opositor del proceso de paz de La Habana su mensaje logró el efecto calculado. El alboroto mediático fue inmediato, se volvieron a calentar los ánimos políticos, hubo rifirrafe entre el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, y la exsenadora Piedad Córdoba; trascendió que en el momento de su viaje a Cuba estaba en marcha un operativo contra el jefe guerrillero Pablo Catatumbo y al interior de las Fuerzas Militares se ordenó una investigación para establecer quién filtró las coordenadas.

El martes 9 de abril, ya con el escándalo a bordo, el presidente Santos abrió la marcha por la paz, y aunque estaba previsto dónde iba a hacerlo, su discurso en el denominado Monumento a los Caídos, situado frente al Ministerio de Defensa, demostró también su afán por hacerles ver a los militares la importancia y al mismo tiempo la inminencia de un acuerdo con las Farc. “La paz es la victoria de cualquier soldado, qué será de nosotros sin el conflicto, qué será de nosotros sin guerra. Si nos reconciliamos tendremos una mejor patria”.

Se vieron rostros adustos, quedos susurros, gestos de aprobación o desconfianza. Y apenas el presidente Santos encabezó la marcha, su ministro de Defensa se despachó ante los periodistas con un comentario explosivo: que la marcha había sido financiada por las Farc. Días atrás, desde La Habana, el jefe guerrillero Iván Márquez había señalado al ministro Juan Carlos Pinzón de actuar como un francotirador contra el proceso de paz. En el fondo, el funcionario sabe que su misión es defender a las Fuerzas Armadas.

Esta sucesión de hechos demuestra que no hay “ruido de sables”, como sostuvo Piedad Córdoba, pero sí comentarios que van y vienen. A sabiendas de que los militares no pueden deliberar públicamente ni participar en política, es decir, que ningún oficial activo se va a exponer a hacer explícitas sus inquietudes, El Espectador indagó lo que se comenta tras bambalinas en algunas brigadas. La conclusión mayoritaria es que hay confianza en el gobierno Santos pero también prevención sobre el rumbo de las negociaciones en Cuba.

“Las Farc saben hoy que operativamente están arrinconadas y que una victoria sobre el Estado es literalmente imposible. En los últimos diez años recibieron golpes tan contundentes que quedaron reducidas a unas cuantas zonas. Por eso existe la preocupación de que revivan políticamente gracias al oxígeno que les está dando el gobierno”, comentó un alto oficial activo, quien agregó, sin embargo, que la presencia del general (r) Jorge Enrique Mora en los diálogos de La Habana es una prenda de garantía en defensa de sus intereses.

“Por razones de Estado, la cúpula militar acató la orden de suspender algunas operaciones, pero la filtración de las coordenadas en Meta y Guaviare al expresidente Uribe demostró que hay un sector que no estuvo de acuerdo y protestó de esa manera. Eso puede ser pasajero pero es gravísimo”, observó otra fuente castrense. El problema es que entre algunos militares quedó la sensación de que Uribe está hablando por ellos y que si no estuviera de por medio el proceso de paz, “el expresidente tendría amigos militares pero no seguidores”.

Más allá de la coyuntura noticiosa y de que haya oficiales que mantienen contacto con el exmandatario y hasta le dan detalles de sus operaciones, la primera preocupación en las unidades militares es la impunidad. “Cuando el propio fiscal sale a decir que los jefes guerrilleros no tienen crímenes de lesa humanidad, que no van a ir a la cárcel y que en cambio podrán participar en política, es obvio que se enciendan las alarmas”, insistió la fuente. No obstante, hay un alivio cuando se afirma que los beneficios también serían para los militares.

“Aquí no va a haber paz si nuestros militares siguen presos o perseguidos mientras Timochenko e Iván Márquez van al Congreso”. Ese es el denominador común en los comentarios de miembros de la Fuerza Pública. Por eso la expectativa está centrada en que el Gobierno mantenga informados a los altos mandos sobre lo que sucede en La Habana, sobre todo en momentos en que tras la aprobación del fuero militar se aguarda que el Congreso defina de una vez por todas si se tramita o no la ley que debe reglamentar la justicia penal militar.

La otra inquietud es lógica. ¿Si se firma la paz es necesario mantener el número de integrantes que hoy tienen las Fuerzas Armadas? Al respecto, en las brigadas y batallones hay especulación de todo tipo. Que el Ejército sería reducido en un 35 por ciento, que el nuevo objetivo de los militares sería la defensa de los recursos estratégicos y la protección de las fronteras, que la Policía quedaría restringida a la seguridad ciudadana y la lucha contra la criminalidad, que habría reducción de presupuesto, desmonte de unidades... los rumores no cesan.

Y crecen en la medida en que también se especula en torno a cuál sería el nuevo rol de los guerrilleros rasos. ¿Erradicadores de cultivos ilícitos? ¿Integrantes de policía comunitaria o guardabosques? ¿Gestores de la eliminación del narcotráfico? “No es fácil para los oficiales pensar, de la noche a la mañana, qué van a hacer quienes han sido sus antagonistas por más de 50 años, y mucho menos cuando inteligencia recauda pruebas de que las Farc apoyan las acciones políticas de quienes promueven las marchas”, puntualizó la fuente.

El Espectador consultó a varios expertos sobre lo que puede estar sucediendo en las Fuerzas Militares, en momentos en que se ha entrado en una fase decisiva en los diálogos de La Habana. En términos generales, el criterio de los analistas apunta a que no hay “ruido de sables”, como se suele denominar a aquellos momentos en que los uniformados empiezan a ambientar la insubordinación entre la tropa, pero sí existen entendibles preocupaciones, pues al fin y al cabo los militares han sido contendientes naturales de las Farc.

El exministro Álvaro Leyva, por ejemplo, consideró que las Fuerzas Armadas son altamente profesionales y saben que están subordinadas al poder civil. Sin embargo, Leyva llamó la atención sobre un aspecto que poco se aborda: “Llevo 29 años animando procesos de paz y puedo decir que la guerra de la información es igual a la de las balas. En otras palabras, hoy puede haber disparidades entre los militares, pero no divisiones. Así como en el Ejército impera el profesionalismo, en la guerrilla hay mando. Lo demás es desinformación”.

En contraste, el catedrático de la Universidad Externado Jairo Libreros resaltó que “lo que se destapa hoy es que muchos militares económica y políticamente estaban muy a gusto con el expresidente Uribe, no sólo porque eran los primeros en la vida social, sino porque tenían libertad para contratar los equipamentos de su guerra. Ahora entraron a hacer parte del organigrama sin ganarles a las Farc”. En criterio de Libreros, episodios como la filtración de las coordenadas prueban que deben aprender mucho sobre democracia y poder civil.

A su vez, el director del centro Libertad y Progreso, Andrés Mejía Vergnaud, opinó que el alboroto de esta semana no es una situación sistemática de las Fuerzas Militares. “Hay sectores o individuos en ellas que están inconformes con el proceso de paz y eso es normal. Creo que el presidente Santos ha tenido un canal para manejar esa molestia: la voz de su ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón, quien parece en contravía del proceso de paz, pero en el fondo lo hace para complacer a los militares y calmar un poco su incertidumbre”.

El analista Alfredo Rangel discrepa de este comentario y considera que existe una sensación de desconfianza y distanciamiento en la tropa en relación con las políticas del gobierno. Según él, un síntoma claro fue la forma como la tropa saludó con desgano al ministro Pinzón el 9 de abril, día de la marcha. “La política de paz no tiene consenso de la tropa, así la cúpula militar exprese otra cosa. Yo no creo que las cosas lleguen a un ‘ruido de sables’, pero sí se advierte una disminución de los esfuerzos en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico”.

Lo claro por ahora, como lo comentó un oficial activo de las Fuerzas Armadas, es que “la situación no es fácil, pues tragarse tantos sapos sin anestesia es un asunto complicado”. Impera el nerviosismo en diversos sectores, crecen las descalificaciones entre contradictores y afloran comentarios como el de Piedad Córdoba cuando dijo: “Esto es grave, me huele a golpe de Estado, es evidente que hay una división en las Fuerzas Militares y esa alianza con Uribe es peligrosa para el país y para el propio presidente; temo por su vida”.

Según el general Alejandro Navas, lo único real es que hoy las Fuerzas Militares rodean al presidente y a la Constitución Nacional. El dilema es que la historia de los últimos tiempos en Colombia enseña que cuando se enardecen los ánimos políticos por cuenta de la paz y salen a protagonizar los azuzadores, pueden presentarse hechos de gravedad. Las fuerzas extremas existen y, como lo sentenció hace 30 años el exministro Otto Morales Benítez en un momento similar, “existen los enemigos agazapados de la paz”, siempre atentos a frustrar ese anhelo nacional.

De crisis militares y ruidos de sables

Mayo de 1958
El día 2, un grupo de militares liderados por el coronel Hernando Forero intentó tomarse el poder para devolverlo al depuesto general Gustavo Rojas. A pesar de que alcanzaron a estar detenidos cuatro miembros de la Junta Militar, la intentona fracasó y al día siguiente fue electo presidente Alberto Lleras.
Mayo de 1958
El 9, el electo presidente Alberto Lleras pronunció un discurso histórico en el Teatro Patria para fijar directrices claras en las relaciones entre el Ejecutivo y las Fuerzas Militares, que marcó un derrotero en esta compleja materia.
Enero de 1965
El presidente Guillermo León Valencia estaba incómodo con el protagonismo público del ministro de Defensa, Alberto Ruiz Novoa. Después de un homenaje que le rindió al general la Sociedad de Agricultores de Colombia, Valencia decidió pasarlo a retiro.
Abril de 1975
La Operación Anorí, desarrollada en el gobierno de Misael Pastrana, puso al borde de su final al Eln. Cuando cambió el gobierno, Alfonso López prefirió que se buscara la paz con este grupo insurgente. Los generales Álvaro Valencia y Gabriel Puyana manifestaron su desacuerdo y fueron llamados a calificar servicios.
Enero de 1984
El proceso de paz desarrollado por el presidente Belisario Betancur a partir de 1982 encontró oposición entre los militares. La protesta la encabezó el ministro de Defensa, general Fernando Landazábal Reyes. Cuando la situación se volvió insostenible por la crítica permanente del oficial, éste fue retirado del servicio activo.

Junio de 1995
El presidente Ernesto Samper tomó la decisión de adelantar diálogos de paz con las Farc. Para ello ordenó despejar militarmente el municipio de Uribe (Meta). Los militares se opusieron. Un mes después renunció el comisionado de Paz Carlos Holmes Trujillo y nunca se consolidaron las conversaciones de paz.
Julio de 1997
Las relaciones entre el entonces comandante de las Fuerzas Militares, general Hárold Bedoya, y el gobierno Samper siempre fueron críticas. La ruptura se produjo después de un despeje militar ordenado por el gobierno. Bedoya pasó a la política.
Mayo de 1999
En protesta por decisiones tomadas en el proceso de paz, el ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda, renunció a su cargo. 16 generales más hicieron lo mismo. El presidente Andrés Pastrana tuvo que enfrentar la crisis y conciliar con los militares los correctivos al proceso.
Mayo de 2007
Al comprobarse que integrantes de la Dirección de Inteligencia de la Policía grababan de manera ilegal a miembros del gobierno, la oposición y a periodistas, el presidente Álvaro Uribe decidió retirar a la cúpula de la Policía. Once generales fueron retirados y asumió como director el general Óscar Naranjo Trujillo.
Abril de 2013
El expresidente Álvaro Uribe Vélez reveló en un trino en Twitter las coordenadas del sitio donde se suspendieron operaciones militares para permitir la salida de varios guerrilleros a Cuba para participar en el proceso de paz. Ese evento dejó en evidencia el malestar de un sector de los militares con el proceso de paz.

marrazola@elespectador.com

Por María del Rosario Arrázola

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