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Yo estuve en los diálogos de La Habana

Volví a Cuba 16 años después. Cuando llegué por primera vez en 1999 se vivían amargas horas de guerra sucia en Colombia y mi papá llevaba un año exiliado en España.

Alfredo Molano Jimeno
28 de diciembre de 2014 - 03:26 p. m.

La obsesión de los paramilitares por matarlo terminó poniendo en juego la tranquilidad de la familia y con mi hermano mayor Marcelo, apenas adolescentes, tuvimos que salir del país y Cuba nos dio refugio. Con 15 y 17 años, un día de septiembre, cuando el otoño se vuelve asfixiante y se forman los huracanes, llegamos a La Habana.

Salimos obligados de Colombia aunque también curiosos por conocer otras tierras. Un par de jóvenes ante un mundo desconocido que pronto nos enseñó disciplina, sentido de igualdad, noción de país en paz, donde no había que andar con las manos empuñadas ni los sentidos alerta. Cuando regresamos a Colombia un año después, con muchos recuerdos a bordo, Cuba era parte de nuestras vidas. A mi papá le esperaban ocho dolorosos años más de exilio forzoso por amenaza paramilitar.

Estas remembranzas volvieron a mi vida a mediados de 2014, cuando El Espectador me dio la oportunidad de reencontrarme con La Habana como periodista, para conocer de cerca el proceso de paz que adelantan el gobierno Santos y las FARC. Desde que supe que viajaba tuve nervios. Por regresar a Cuba y revivir en ella momentos de cambio y de dolor, y también por el honroso deber de narrar el proceso de paz. De entrada sometido a una rigurosa reserva de información, como principio rector.

Lo primero que percibí cuando pisé La Habana fueron sus calles con olor a tabaco, como un aroma suspendido en el tiempo. Di algunas vueltas tratando de reconocer a Cuba con ojos de adulto y decidí alojarme en el Hotel Palco, ubicado en Miramar, no solo porque está cerca de las casas de El Laguito, el complejo donde pernoctan los delegados del Gobierno y de las Farc, sino también porque es equidistante del Palacio de Convenciones, donde sesiona la mesa de diálogo.

La primera sorpresa fue constatar la dinámica periodística que rige el proceso de paz. En cada ciclo de conversaciones, la idea es hacer presencia a las ocho de la mañana, saludar a los delegados, tomar nota de las ruedas de prensa del gobierno o de la guerrilla, volver a ver a los negociadores a la una de la tarde, y el resto del día luchar con los sistemas de comunicación para tratar de enviar una cuartilla, un audio, o en el mejor de los casos un video que puede demorarse dos horas en cargar.

En un ambiente de acceso restringido, calculado o acordado a la libertad de información, desde el primer día la mínima tarea era tratar de hablar con alguno de los plenipotenciarios de la guerrilla, para plantearle una entrevista o al menos obtener un comentario informal sobre lo que está ocurriendo con el proceso de paz. No fue tan fácil porque la comunicación está medida y todos viven prevenidos, desconfiados, tienen las mismas dudas del país.

Después de tantear con uno y otro, de ganar credibilidad en el círculo cerrado de sus acompañantes, por fin uno de los jefes del secretariado de las Farc, Pablo Catatumbo aceptó sentarse a conversar más que un momento. Eso sí, con el ultimátum a bordo, nada de lo hablado podía ser utilizado periodísticamente. Esa noche, después de conversar de todo y nada, se tomó la palabra y habló de Bolívar, de la Patria Boba, de Santander, de las reformas liberales de 1853, de las guerras civiles del siglo XIX.

Antes de despedirse me dijo que quería terminar su vida como profesor de historia de Colombia. Entonces sentí que 'Pablo Catatumbo' está convencido de la salida negociada al conflicto armado. Hoy pasa de los 60 años y se advierte en las pausas de su vivencial relato sobre la guerra y la paz en Colombia, que confía en que el proceso tenga un destino importante. Necesitaba ratificarlo y, pese a las prevenciones y trancas, antes de terminar la conversación le insistí en la necesidad de una entrevista formal.

Es la zozobra que hoy vive la gente nueva del periodismo frente al proceso de paz que se adelanta en La Habana. Hay que justificar el viaje que pagó el medio, y al menos una declaración "chivosa", pero hay que salir con algo. Sin embargo, es muy limitado el trato con los negociadores y sus acompañantes Por fortuna para mí, mi insistencia dio frutos y la delegación de las Farc en pleno me atendió en la Casa de Piedra residencia que perteneció al hijo del dictador Fulgencio Batista.

Varias veces les escuché decir la misma frase: "adquirimos un compromiso de confidencialidad que nos impide contar detalles de lo que ocurre". Hablaron, se publicaron sus reflexiones sobre el proceso de paz, encontré los caminos para seguir atento a las apreciaciones particulares de la negociación, y concluí lo que sigo pensando hoy respecto a la negociación de paz de La Habana: el gobierno y las FARC saben que el acuerdo final no se va a lograr a cualquier precio.

En particular frente a las FARC, no puede asemejarse a una rendición porque sacrificaron lo mejor de sus vidas, familias y bienes por una causa en la que creen;, e insisten, una y otra vez, que aspiran a un acuerdo que les dé garantías para dejar las armas sin ser asesinados, como pasó con el exterminio de la Unión Patriótica, un temor siempre presente. Un mínimo que debe equilibrarse con los de la sociedad y el Estado porque a la hora de la paz todos tienen sus exigencias

Volví a Cuba 16 años después. Cuando cumplí la misión periodística y me aseguré que ahora puedo informar sobre el proceso con el mismo compromiso de paz que se abre paso en la mesa de negociación, saqué tiempo para sentir el aire de La Habana poblado de evocaciones. Caminé por la Quinta Avenida, más conocida como la calle de Fidel, que conduce al área donde queda su casa, sin que nadie sepa cuál es. Recordé el país generoso que nos acogió cuando caía el telón del siglo XX.

VÍ pasar a un grupo de chicos riendo y jugando, sin afanarse porque sus padres solo ganan 20 dólares al mes. También cruzó una pareja de hombres cogidos de las manos, con extraños peinados y llenos de aretes, sin que nadie los juzgara por lo que son. Hoy que escribo estas líneas y reflexiono sobre los recientes anuncios de conversaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, asumo que volví a palpar el histórico esfuerzo del pueblo cubano por creer en un sistema distinto, de cultura no consumista.
 

Por Alfredo Molano Jimeno

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