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Cabezazos, un tabú del fútbol

Los golpes en la cabeza han cobrado la vida de atletas de variadas disciplinas, dentro de ellas el fútbol. La estrella del mundial femenino de 1999, Brandi Chastain, donó su cerebro a la ciencia para que sea estudiado.

María Mónica Monsalve / Jesús Mesa
31 de marzo de 2016 - 02:03 a. m.
El alemán Christoph Kramer choca con el hombro del argentino Ezequiel Garay en la final de la Copa Mundial de la FIFA de 2014. / AP
El alemán Christoph Kramer choca con el hombro del argentino Ezequiel Garay en la final de la Copa Mundial de la FIFA de 2014. / AP

El 13 de julio de 2014, en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, el lateral derecho alemán Christoph Kramer jugaba el partido más importante de su carrera. La final del Mundial de Fútbol, el partido que todos los futbolistas sueñan jugar y ganar alguna vez, enfrentaba por tercera vez en la historia a Alemania y Argentina. Y así como en 1990, los alemanes salieron victoriosos y Kramer cumplió su sueño, aunque a medias, pues a pesar de haber jugado no recuerda absolutamente nada de lo que pasó ese día.

Minuto 14. Un balón dividido quedó entre Kramer y el defensor argentino Ezequiel Garay, quien involuntariamente chocó con la cabeza del alemán. El lateral cayó inmediatamente al piso y se tomó la cabeza con fuerza, completamente desorientado y con los ojos en otro lado. Los médicos corrieron a revisar que todo estuviese en orden. Pero no fue así. Luego de ser tratado, Kramer siguió jugando por cerca de 15 minutos, pero empezó a comportarse de manera extraña.

En pleno partido, el jugador del Borussia Mönchengladbach tuvo varias reacciones impensadas. Manuel Neuer, el arquero del seleccionado alemán, confesó que le pidió ocupar su puesto: “Manu, déjame jugar como arquero del equipo”, le dijo, además de acercarse al árbitro y preguntarle si el partido que se estaba jugando era la final del Mundial. Fue en ese momento cuando el juez determinó que era suficiente. Rizzoli informó al cuerpo técnico alemán sobre la situación y Kramer fue sustituido inmediatamente por Andre Schurle. Al otro día, en medio de la celebración alemana en Berlín, Kramer afirmó ni siquiera recordar haber estado en el estadio. El partido más importante de su carrera se había esfumado de su memoria.

Por muchos años, la FIFA consideró que los golpes en el fútbol no eran tan importantes, pero las críticas que le cayeron por permitir que jugadores como el argentino Javier Mascherano, el uruguayo Álvaro Pereira y el alemán Kramer siguieran jugando a pesar de haber sufrido una concusión hicieron que la federación replanteara su política frente al tratamiento de estas lesiones. “Los incidentes en la Copa Mundial han demostrado que el papel de los médicos del equipo necesita ser reforzado con el fin de garantizar la correcta gestión de los posibles casos de concusiones cerebrales”, dijo en un comunicado.

Lo que sufrió Cristoph Kramer no fue otra cosa que una concusión cerebral, “una de las lesiones más frecuentes en el fútbol”, indica Nelson Rodríguez, médico del Atlético Nacional de Medellín. “Esta lesión se origina con un trauma directo, ya sea entre cabezas o por codazos. Esto provoca un movimiento del cerebro dentro de la bóveda craneana —el hueso— y ese movimiento algunas veces genera una lesión”, explica Rodríguez.

En cuanto a los efectos de la concusión, agrega que pueden ser varios, “desde dolor de cabeza, mareo, visión borrosa, hasta pérdida de conciencia”. Enrique Monsalve, neurocirujano del hospital San Rafael, explica que estos golpes pueden causar alteraciones cognoscitivas si se dan de manera reiterativa. “Los resultados a largo plazo incluyen deterioro en el comportamiento, alteraciones de memoria, concentración y habilidad, empobrecimiento de habla, pérdida de la intencionalidad y del impulso, alteraciones en la ubicación, pérdida de la capacidad de análisis y pobre toma de decisiones”.

Esta serie de golpes puede provocar lo que se conoce como traumatismo craneoencefálico crónico (CTE por sus siglas en inglés), una enfermedad hasta hace poco desconocida y que cobró la vida de una decena de viejas glorias del fútbol americano en Estados Unidos.

Una enfermedad invisible

Cuando en marzo de 2002, el jugador de fútbol americano Mike Webster se suicidó a los 50 años, muchos se preguntaron cuál habría sido la razón de su muerte. Uno de ellos fue el patólogo Bennet Omalu, quien luego de una profunda investigación encontró que había una directa relación entre los golpes y el suicidio de Webster y otros de sus colegas.

El CTE, como mostró la investigación de Omalu, es una enfermedad que pasa desapercibida, casi imposible de diagnosticar en vida y que carcome el cerebro de los jugadores como consecuencia de los repetidos golpes en la cabeza.

En términos específicos, lo que sucede con el CTE es que, debido a los golpes, el cerebro se agita bruscamente, lo que provoca que se mueva e incluso rebote dentro del cráneo. Esto provoca el movimiento de los casi 2 billones de neuronas, afectando directamente a los neurotransmisores e inundando la cabeza con alteraciones químicas dañinas. Por estas razones se pensó por muchos años que lo que sufrían estos deportistas no era otra cosa que alzhéimer en sus fases iniciales.

Sin embargo, estaban bastante equivocados, pues un estudio del año 2000, realizado entre un millar de exjugadores, demostró dos puntos: que la mayoría había sufrido al menos una concusión durante su carrera y que los problemas de memoria, concentración, dificultad para hablar o dolores de cabeza eran más habituales entre los que confesaron enfrentarse a varias concusiones en el campo. Finalmente, y después de siete años, la NFL admitió que había un problema en el deporte y cambiaron muchos de sus protocolo para prevenir los CTE en un futuro.

Pero este tipo de traumatismos no son nuevos en el deporte, claro. La mayoría de médicos los relacionan con la demencia pugilística, una enfermedad neurodegenerativa que se identificó en los boxeadores en 1973, después de descubrir que muchos de los grandes pesos que se retiraban del cuadrilátero empezaban a tener problemas de comportamiento y fallas en la memoria.

Al igual que el CTE, la demencia pugilística que sufren los boxeadores está causada por los repetitivos golpes en la cabeza sin necesidad de que exista un síntoma visible o pérdida de memoria.

De hecho, se cree que la media de aparición de esta enfermedad se da 12 o 16 años después de empezar a practicar el deporte e impacta alrededor del 15% al 20% de los boxeadores retirados. “El caso más emblemático es el de Mohamed Alí, que presentó un párkinson”, afirma el doctor Monsalve. Estudios recientes han comprobado que el CTE aparece en otros deportes de contacto, como el hockey y también el fútbol. Este fue el caso del futbolista brasileño Bellini, capitán de la selección que ganó el primero de los cinco títulos mundiales para Brasil en 1958. Bellini falleció a sus 83 años y en principio se pensó que había muerto de complicaciones relacionadas por el alzhéimer, pero con el tiempo se comprobaría que el diagnóstico estaba completamente equivocado.

Investigadores en Brasil, apoyados por miembros de la Universidad de Boston, detectaron que, al momento de su muerte, el futbolista, como muchos boxeadores y jugadores de fútbol americano, tenía un avanzado caso de CTE. La doctora Ann McKee, neuropatóloga de la Universidad de Boston, ayudó a examinar el cerebro de Bellini y afirmó que, aunque los síntomas del CTE sean similares a los del alzhéimer, “el diagnóstico que le dieron al brasileño fue equivocado, pues un examen del cerebro de Bellini no mostró evidencia alguna de alzhéimer”. De hecho, lo que en verdad tenía Bellini es lo que McKee describió como “CTE en fase cuatro”, el grado más grave de la lesión.

Diagnóstico después de la muerte

El estudio de la CTE, especialmente en jugadores de fútbol, es un campo que está crudo. No sólo porque los síntomas se presentan a una edad en que los futbolistas ya salieron de las canchas, sino porque la enfermedad se camufla detrás de males mentales como la depresión y la pérdida de memoria.

Según explicó el siquiatra brasileño Carlos Alberto Crespo de Souza en un artículo publicado en la Revista Latinoamericana de Psiquiatría V, gran parte del problema para diagnosticar una concusión recae en que los manuales de Clasificación Internacional de Enfermedades (CTE-10) y el de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V) que se encuentran vigentes —algo así como la enciclopedia de los médicos— interpretan que para tener este trastorno debe haber pérdida de conciencia. Por esto los golpes repetitivos, que aparentemente no generan ningún síntoma, muchas veces son ignorados por los especialistas.

Sin embargo, para muchos comités de neurocirujanos, la concusión puede presentarse en tres grados. Un trauma ligero, sin pérdida de conciencia; uno moderado, con pérdida de conciencia seguida de una breve amnesia, y una concusión severa con pérdida de conciencia por más de cinco minutos. “Es un golpe en la cabeza tan fuerte que tu memoria queda afectada, a pesar de que puedes caminar y seguir jugando”, explicó uno de los jugadores de fútbol americano a los doctores Yarnell y Lynch mientras realizaban un estudio. “Si no sientes dolor, la única forma de que otros jugadores o el técnico noten que te han ‘noqueado’ es cuando se dan cuenta de que no puedes recordar las jugadas”.

Ahora, para demostrar que esos golpes repetitivos en la cabeza pueden degenerar en un CTE, la cosa se complica aún más. Pues, a pesar de que se puede intuir el problema por cambios de comportamiento en el exfutbolista, la única forma de comprobar el daño definitivo es con un estudio post mortem. Después de la muerte.

“En estos estudios del cerebro, donde el órgano se examina en finos cortes, se comprueba la presencia de áreas de endurecimiento, de retracción del tejido y de pérdida de sustancia. Lo que como médicos llamamos una encefalomalacia”, explica Monsalve.

De hecho, después de realizar estos estudios en los cerebros de Patrick Grange, cabeceador del equipo de fútbol de la Universidad de Albuquerque, y de Barry Taylor, antiguo jugador australiano de rugby, investigadores de la Universidad de Boston encontraron la acumulación anormal de la proteína TAU, una proteína de nuestro sistema nervioso que también está relacionada con el alzhéimer cuando se encuentra alterada.

En el caso de Colombia, afirma Catalina Chica, médica neuróloga de Millonarios, rastrear el caso de un exfutbolista con CTE es mucho más complicado. “Parte importante para poder hacer el diagnóstico es que uno conozca al jugador previamente y pueda identificar los cambios en su comportamiento. Pero como sólo estamos encargados de seguir la salud del jugador mientras se encuentra vigente, es muy difícil saber qué pasa con muchos una vez se retiran”.

Según explica la experta, parte del protocolo que se debe seguir para identificar este tipo de traumas es un examen neurológico pretemporada que mide la velocidad de respuesta, la agudeza mental y la memoria de los jugadores. “La prueba nace de un convenio que sacó el Comité Olímpico Internacional y que también firmó la FIFA, donde se solicita que se aplique esta prueba a todos los jugadores”.

Se encienden las alarmas

La imagen de Brandi Chastain, futbolista norteamericana, pasó a la historia por marcar el gol decisivo que le dio la victoria a Estados Unidos sobre China en la Copa Mundial Femenina de 1999. Hoy, con 47 años, madre y entrenadora de un equipo infantil, Chastain decidió donar su cerebro a la Concussion Legacy Foundation (Fundación para el Legado de la Concusión Cerebral) y a los investigadores de la Universidad de Boston, para que puedan explorar qué efectos tuvieron los cabezazos y golpes en la cabeza durante su carrera.

“Si se puede recoger información valiosa a partir de estudiar el cerebro de alguien como yo, que ha jugado fútbol durante 40 años, creo que es mi responsabilidad donarlo. La gente siempre habla de que el grupo femenino del 99 ha dejado un legado para la próxima generación. Esto podría ser un legado más importante, algo que podría proteger y salvar a nuestros niños, y mejorar la seguridad del fútbol de una manera que no se ha hecho antes”, afirmó la futbolista en una entrevista realizada por The New York Times.

Pero el cerebro de Chastain será importante, no sólo por su profesión, sino porque es mujer. Según explica una investigación realizada por la Asociación Nacional Atlética Colegial de Estados Unidos (NCAA, por sus siglas en inglés), las concusiones afectan más a las mujeres, quienes presentan síntomas más severos y una recuperación más lenta, a pesar de ser los casos menos estudiados.

Chastain, al igual que otros 300 deportistas que también donaron su cerebro a la ciencia, es sólo una de las partes que han empezado a reaccionar frente a una patología del deporte que hasta ahora permanecía silenciosa.

De hecho, en 2014, la Organización Estadounidense de Fútbol Juvenil (AYSO, por sus siglas en inglés), que reúne a madres de jugadores y futbolistas, demandó a la FIFA ante el tribunal de California de Estados Unidos. Su argumento, respaldado por algunos médicos, partía de que los músculos del cuello de los niños no estaban bien desarrollados, por lo que la fuerza de cualquier cabezazo podría significar también un golpe en sus cerebros.

Después de casi un año de lucha, la Federación de Fútbol de Estados Unidos, ante la sorpresa de muchos, aceptó el riesgo de esta práctica. Y entre una serie de iniciativas que creó para reducir el número de concusiones cerebrales en el fútbol, prohibió a los niños menores de 14 años dar cabezazos a la pelota.

Por María Mónica Monsalve / Jesús Mesa

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