Cigarrillos electrónicos: ¿qué dice la ciencia?

Dos décadas después de la introducción de los sistemas de vapeo aún no está del todo claro cuál puede ser su impacto en la salud, pero hay varias razones para preocuparse e ir con cautela.

Sergio Silva / Pablo Correa
23 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.
A noviembre de 2017 había 31 estudios de productos de vapeo, 20 de ellos afiliados a la industria del tabaco. / Pixabay
A noviembre de 2017 había 31 estudios de productos de vapeo, 20 de ellos afiliados a la industria del tabaco. / Pixabay

A principios de agosto, la empresa de relaciones públicas Newlink se acercó a nosotros, y seguramente a muchos otros periodistas de salud en el país, con una oferta: la posibilidad de entrevistar al director de la revista Iladiba, dedicada a periodismo en salud, quien había liderado dos publicaciones con los nombres “Productos de vapeo en la reducción del riesgo del daño de tabaco: una estrategia del mundo real” y “Nicotina: sustancia adictiva, sin evidencia fuerte de otros efectos secundarios”. (Lea la primera parte de este reportaje: Cigarrillos electrónicos: ¿una cortina de humo de las tabacaleras?)

En una cartilla nos resumían “las posturas de las principales autoridades en el mundo” y las “pautas para abordar en el país esta categoría con la información y el rigor necesarios”. El mensaje es el mismo que la industria del tabaco está llevando a universidades y al público en general a través de campañas masivas: los cigarrillos electrónicos evitan a los fumadores exponerse a las sustancias cancerígenas del cigarrillo tradicional mientras les permiten controlar su adicción a la nicotina. Ya lo había dicho en 1976 el psicólogo británico Michael Russell: “Las personas fuman por nicotina, pero mueren por el alquitrán”. Los cigarrillos electrónicos están siendo presentados como la solución a la paradoja que planteó Russell, quien por cierto trabajó para tabacaleras en los ochentas promoviendo “un cigarrillo bajo en alquitrán, casi perfecto”.

Mientras las tabacaleras, principales inversionistas en las empresas de vapeo, llegaban con estos mensajes, los medios de comunicación en Estados Unidos se inundaban con reportes sobre usuarios de cigarrillos electrónicos hospitalizados por extraños síntomas pulmonares. Según el último reporte de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades se han identificado 530 casos probables y ocho personas han fallecido. Casi las tres cuartas partes son hombres, dos tercios entre los 18 y los 34 años. El 16 % tiene 18 años o menos. Los casos reportados provienen de 38 estados. La revista Time le dedicó su portada al tema y tituló: “La nueva adicción estadounidense”. El reportaje explora cómo la compañía Juul, mayor distribuidora de cigarrillos electrónicos y subsidiaria de Philip Morris, desató esta crisis de salud pública con su agresiva campaña enfocada en reclutar jóvenes para su nuevo negocio.

¿Qué sabe la ciencia hasta ahora sobre los verdaderos riesgos de los cigarrillos electrónicos? Lo primero por aclarar es que la industria tabacalera sabe que la suerte de su negocio se juega en círculos científicos y médicos. Por eso está financiando estudios relacionados con el tema. A noviembre de 2017 había 31 estudios de productos de vapeo publicados en la literatura médica, 20 de los cuales estaban afiliados a la industria del tabaco. Mientras los 11 estudios independientes se centraron en la concientización, el uso y las emisiones de segunda mano, los afiliados a la industria examinaron la entrega de nicotina y las emisiones y exposiciones principales a tóxicos seleccionados. “El hecho de que la literatura haya estado dominada por la industria es particularmente preocupante porque las compañías tabacaleras tienen un historial de publicación de información incompleta o manipulada y de presentarla a los gobiernos”, escribió Stanton A. Glantz, de la Universidad de California.

A raíz de los síntomas de salud reportados por centenares de personas, un grupo de químicos de las universidades de Yale y Duke se lanzaron a analizar los productos. “Nuestros hallazgos muestran que incluso en ausencia de calentamiento y quemaduras se producen reacciones químicas en los líquidos de los cigarrillos electrónicos y los compuestos resultantes podrían ser perjudiciales para las vías respiratorias del usuario”, explicó Hanno Erythropel, coautor del estudio, en un comunicado.

Los líquidos de vapeo contienen entre 0,5 y 10 % de aditivos de sabor. Los científicos descubrieron que cuando estas sustancias se mezclan con solventes al menos el 40 % de las sustancias aromatizantes se convierten en compuestos de acetal. La industria, sin embargo, argumenta que el vapeo es 95 % más seguro que el cigarrillo.

“Las personas que usan cigarrillos electrónicos con frecuencia deben saber que se están exponiendo a estos químicos y que se desconocen los efectos a largo plazo de estos químicos en las vías respiratorias”, dijo Erythropel.

En algo coinciden la mayoría de investigadores: aún es temprano para sacar conclusiones definitivas por la falta de evidencia médica. Sin embargo, algunas pistas van emergiendo. Algunos estudios sugieren que la exposición a los cigarrillos electrónicos daña el sistema cardiovascular de adultos jóvenes sanos y el uso continuo está asociado con un mayor riesgo de infarto de miocardio. Otros apuntan a que el vapor puede dañar las células que recubren los pulmones y obstaculizar la capacidad de éstos para defenderse de las infecciones.

Dejando de lado estos riesgos y aceptando el argumento de los cigarrillos electrónicos como un mecanismo de reducción del riesgo, la pregunta sobre la mesa es: ¿puede la terapia de reemplazo de nicotina ayudar a las personas a dejar de fumar? En mayo de 2018 la organización Cochrane, que se dedica a analizar la mejor evidencia médica, recordó en un artículo que en efecto existe evidencia de alta calidad de que todas las formas autorizadas de terapias de reemplazo de nicotina (chicle, parche transdérmico, aerosol nasal, inhalador y tabletas/pastillas sublinguales) pueden ayudar a las personas que intentan dejar de fumar para aumentar sus posibilidades de éxito.

Estas terapias aumentan la tasa de abandono en un 50 a 60 %. En cuanto a los cigarrillos electrónicos, en otro trabajo la organización Cochrane aseguró que debido a la poca investigación sobre el tema aún no es posible tener certeza de su efectividad y advirtieron que se desconoce la seguridad a largo plazo de los sistemas de vapeo.

Como enseñan los viejos preceptos de la medicina, el remedio a veces puede resultar peor que la enfermedad. Una revisión de varios trabajos mostró una relación entre el uso inicial de cigarrillos electrónicos y el posterior inicio del consumo de cigarrillo. Con cuatro de cada cinco jóvenes recibiendo publicidad que los incita al uso de estos dispositivos, el problema de salud pública asociado al tabaco, la nicotina, los viejos cigarrillos y los nuevos dispositivos parece lejos de resolverse.

En 2017, otro trabajo publicado en la revista Jama Pediatrics por científicos de varias universidades en Estados Unidos advirtió que los adolescentes y los adultos jóvenes que usan cigarrillos electrónicos que contienen nicotina pueden volverse más fácilmente adictos a la nicotina, “porque el aerosol del cigarrillo electrónico contiene nicotina de base libre altamente oxidante, la forma más adictiva de nicotina, que el cuerpo absorbe fácilmente”.

“Los cigarrillos electrónicos son tan dañinos como los cigarrillos normales, y cualquier reclamo es equivalente a la afirmación de que un ataque cardíaco es menos dañino que el cáncer”, declaró la Asociación de Cáncer de Israel en julio. En mayo, el Comité de Control del Tabaco de la Sociedad Respiratoria Europea emitió una declaración muy crítica sobre los cigarrillos electrónicos titulada: “Los cigarrillos electrónicos... son dañinos y no ayudan a los fumadores a dejar de fumar”.

“La mayoría de la comunidad de control del tabaco lo está tomando [el vapeo] con cautela”, dijo al periódico The Guardian Simon Capewell, profesor de epidemiología clínica en la Universidad de Liverpool.

Para Capewell, lo cierto es que la ciencia carece por ahora de pruebas sólidas: “Es una actividad bastante nueva, por lo que hay escasez de información sobre la efectividad a largo plazo y los daños a largo plazo. En el mundo de la salud pública, en esa situación normalmente adoptamos un principio de precaución. Esto se aprendió de la manera difícil con el asbesto y la talidomida”, un medicamento que desató miles de malformaciones durante el embarazo.

Por Sergio Silva / Pablo Correa

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