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La crisis de la salud según...

El Espectador
11 de noviembre de 2012 - 09:00 p. m.

ANTONIO Y CAROLINA, DOS ESTUDIANTES DE MEDICINA

  Me llamo Antonio*, soy estudiante de medicina y hago mi residencia en un hospital público de Bogotá. Fui de los que participaron en el paro de médicos por un hospital público el año pasado. ¿Puede creer que tengo 300 cirugías represadas porque las EPS no las autorizan? Y no sólo eso. Cuando por fin uno puede atender a un paciente, a veces no hay insumos, ropa ni guantes.

Ellos hacen fila para la cita de la cirugía, para los exámenes quirúrgicos, para la evaluación preanestésica... Y muchas veces me ha tocado comprar los insumos con mis compañeros para no perder a los pacientes. Si veo a 10 enfermos y cinco son de cirugía, termino operando a uno. Ya ha pasado: pierden órganos y, en el peor de los casos, la vida.

Hace unos meses trabajé en una EPS que quería enseñarme a clasificar pacientes por estrato: contributivo y subsidiado. No me regañaban por llegar tarde o atender mal a un paciente, sino por pedir medicamentos. Recibía llamadas de la auditora médica cada cinco minutos: “Doctor, está mandando mucho al especialista, está pidiendo drogas muy caras, está pidiendo muchos exámenes. Usted está saliendo muy costoso para la EPS”. ¡Me regañaban por hacer bien mi trabajo! Aunque es gracioso que diga trabajo, pues a los residentes no nos pagan. En todos los países del mundo un médico residente recibe remuneración. Y, además, tienes que pagar $12 millones de matrícula por semestre.

Nunca entendí cómo pretendían que atendiera a cada paciente en menos de 20 minutos. Mi horario era de 7 a.m. a 7 p.m., pero entraba a las 6 a.m. y salía a las 9 p.m. Algunos pacientes requieren más tiempo que otros. Si me llegaba una persona con una hernia tenía que hacerle cirugía. No había opción, por lo menos para mí, porque algunos compañeros eran “juiciosos” y les daban Buscapina. La representante de todos nosotros, la doctora Carolina Corcho (foto), que está estudiando una especialización en psiquiatría, ha denunciado que muchas veces los practicantes no ofrecen servicios de primer y segundo nivel porque no hay antibióticos. Ni siquiera pueden hacer suturas.

Luego de pasar por una EPS renuncié y ahora estoy en un hospital público; con menos acosos, pero sin insumos. No fue fácil conseguir un cupo. Los pocos hospitales reciben a muchos estudiantes y terminan siete u ocho observando a un paciente. ¿Eso es práctica? Un médico recién egresado en un rural no es capaz de hacer una cesárea o poner anestesia. Ahora hay alrededor de 53 facultades de medicina en Colombia y 30 ofrecen posgrados. El problema es que los hospitales no están condicionados para la docencia; muchos están quebrados.

Hace poco llegó una señora con cáncer de cuello uterino y la EPS no le autorizó la quimioterapia. No supe qué hacer. Se me salía de las manos. Una vez a un compañero le tocó intoxicar a un paciente para que lo remitieran a un hospital de cuarto nivel en donde lo pudieran atender. Si no, se moría. Recuerdo cuando la doctora Corcho les advertía a los estudiantes: “Los hospitales quieren ahorrarse los especialistas. Hay internos que realizan cirugías sin preparación ni supervisión”.

La doctora Corcho ha denunciado la incapacidad que tienen muchos estudiantes. “Ni siquiera las más básicas patologías que hay en Colombia: hipertensión, depresión, enfermedad cardiovascular, farmacodependencia y alcoholismo. Ellos llegan al rural predispuestos a que la vida se puede perder. El margen de error de un practicante es altísimo” (Carolina Corcho, en diálogo con El Espectador).

¿Qué es lo peor de lo que he sido testigo? Una compañera, residente en pediatría, atendió a un niño de tres años con leucemia. Necesitaba un trasplante de médula ósea. El papá corría desesperado por los pasillos del hospital buscando que la EPS se lo autorizara. Cuando llegó a donde el gerente, éste le dijo: “No le voy a autorizar eso a su hijo, no me importa ir a prisión. Me sale más barato ir tres días a la cárcel que autorizarle el trasplante”.

* Nombre cambiado por solicitud de la fuente.

YAMILE, EMPLEADA DEL HOSPITAL DE MEISSEN

En mayo, cuando se destaparon las irregularidades de la contratación en el hospital, fue muy desmotivante, sentimos que la institución asaltó la lealtad que le teníamos.

Los usuarios se vinieron contra nosotros maltratándonos verbalmente, diciéndonos que habíamos hurtado el dinero y reprochándonos cosas en las que no habíamos tenido que ver.

A esto se sumaron los inconvenientes con las EPS. Por un lado, nosotros atendemos a los usuarios, pero estas empresas no nos pagan las cuentas y si la plata no regresa al hospital, no se puede reinvertir.

Por otro lado está el represamiento de pacientes, pues no los podemos reubicar oportunamente en los demás centros médicos del Distrito. Hemos tenido inconvenientes con algunas EPS como Humanavivir. Cuando llamamos a otro centro a hacer el trámite para trasladar a un usuario nos dicen que ya se acabó el contrato con la EPS o a veces nos dicen que ésta ya llegó al tope del dinero contratado. Entonces los usuarios piensan que el inconveniente es del hospital.

Vivo el drama y el día a día de los pacientes. Son personas con muchas necesidades por el sector en el que estamos ubicados (Ciudad Bolívar). No tienen los recursos económicos para poderse desplazar o tomar las medidas que en algún momento uno puede hacer como pagarle a un particular, así sea con esfuerzo.

Y nadie hace nada por mejorar esa condición. Nosotros lo único que podemos hacer es reportar los casos represados a la Superintendencia de Salud o la Secretaría para que quede la evidencia de que nosotros hicimos la gestión.

MAURICIO RUBIO, TRIPULANTE DE AMBULANCIA

La muestra más clara de la crisis vista desde las ambulancias es que la hotelería hospitalaria es insuficiente. Uno va a un hospital y no hay una camilla para trasladar a los pacientes desde la que tiene el vehículo a la del hospital, y la camioneta no queda disponible para otra persona.

Mientras cuento esto puede que en uno de los hospitales de la red pública estén unas 10 ambulancias parqueadas esperando a que se desocupe una camilla. Puede parecer un simple problema de insumos, pero es una situación crítica. Es tan grave como que un paciente tenga un derrame cerebral y necesite un TAC en menos de tres horas para manejar el episodio sin que haya secuelas neurológicas. Después de ese tiempo el pronóstico no es muy bueno. El daño que existe no va a tener reversa.

Cuando entras al hospital, la primera barrera es abrir historia clínica. Luego, si tratas de entrar a reanimación, el área está llena, no hay forma de acomodar al paciente en el pasillo porque hay gente en el piso. Tampoco hay personal suficiente para atenderlos a todos.

La gente critica a los trabajadores de la salud, dicen que son malas personas, pero es muy difícil atender a tantos al tiempo. Si vas a una clínica privada hay más personal de salud que pacientes, y en el sistema público ocurre lo contrario; acá se le paga mal al personal y el trabajo es extendido. La salud es vista como un negocio y el impacto es la desigualdad.

UN EMPRESARIO DE LA SALUD}

  Tengo convenios con hospitales públicos y con EPS, prestando  servicios médico especializados. La crisis para nosotros está signada por el retraso en los pagos. Las EPS no pagan a tiempo a los hospitales; mucho menos a nosotros. De hecho, muchas veces  pago impuestos por cosas que no le han pagado.

La forma en que uno puede garantizar el pago  es con el cobro jurídico.  Lo que pasa es que todos sabemos que en el momento en que uno interponga un cobro jurídico queda marcado y no le renuevan los contratos. Sale del sistema y le toca dedicarse a otra cosa.

 Lo que hago  es tratar de arreglar ‘por las buenas’, llegar a un acuerdo para que en unos plazos razonables la institución vaya pagando de a poco. Nos han obligado a hacer descuentos sobre facturas que se presentaron hace más de un año, solamente para obtener algo de dinero. Uno bien ahorcado, dice: “Listo, yo hago el descuento y págueme una parte de la plata que me debe”.

 Esas son las reglas de juego. Que están contra la ley, seguro, pero el sistema está funcionando así.

UN MÉDICO DEL HOSPITAL DE MEISSEN

En tiempos de Carlos Lizcano (exgerente del hospital, 2009-2012) nunca faltó un material ni personal. Pero cuando se empezó a destapar todo lo del carrusel de la salud y la corrupción en Meissen vino el cambio de Secretaría y parece que al hospital se le cortó un flujo de caja importante. Cuando llegó el nuevo director los pagos se empezaron a retrasar, todo comenzó a faltar. ¿Por qué? Porque a los proveedores Lizcano les pedía plazos y ellos aceptaban el tiempo que fuera, pues él les daba confianza. Cuando la Secretaría de Salud denunció todo empezaron a decir “no más plazos. Págueme lo que me debe”.

Faltaban jabones, toallas, papel higiénico, medicamentos, insumos para hacer laboratorios, lo que se pueda imaginar. Incluso, las cosas llegaron a un nivel inaceptable. Teníamos que decirles a los pacientes “vayan y compren unos guantes porque necesitamos que estén esterilizados y no hay”.

Si el paciente no tenía cómo comprar los insumos para hacerle sus procedimientos, yo le preguntaba a mi jefe qué tenía que hacer. Por ejemplo, hubo días en que no había tapabocas ni siquiera y no pude entrar a ver a los pacientes porque no tenía ninguna barrera de protección.

Muchas veces nos tocó hacer algo que es ilegal: decirle a un paciente que era mejor que se fuera para otro hospital y, por si fuera poco, hacerle firmar una carta en la que se exoneraba al hospital por cualquier cosa que le pudiera pasar. No era obligatoria, pero les decíamos que no había forma de cumplir con el procedimiento que necesitaba.

En últimas, lo más triste es que el hospital se acostumbró a la muerte, los médicos tenían que enfrentarse a las limitaciones y muchas veces remitir pacientes a sabiendas de que en el intento podían morir. Se le pedía al médico que fuera mediocre, pues no había cómo exigir calidad.

 

Sufrir cáncer de seno en...

A Susana Idczak le diagnosticaron cáncer de mama justo antes de la Navidad de 2005. “Mi ginecóloga me encontró un bulto y de inmediato me recomendó una biopsia”. La muestra se tomó el 14 de diciembre y poco más de una semana después, el 23 de diciembre, le informaron que se trataba de cáncer, que debía operarse y que debía escoger dónde lo quería hacer.

Aunque Susana vive en Zárate, una ciudad 100 kilómetros al norte de Buenos Aires, en Argentina, y aunque pagaba un servicio de medicina prepagada, la primera opción en la que pensó fue en el Hospital Público Ángel Raffo —ubicado en el centro del país y especializado en servicios de oncología—, donde el 50% de los pacientes carecen de cobertura privada.

Pese a que la demanda en ese centro de salud era alta, logró una fecha de operación en febrero de 2006. A Susana le pareció una eternidad y a través de la medicina prepagada consiguió una médica en una clínica privada de Buenos Aires, que la operó el 11 de enero. Al día siguiente salió de la clínica, luego de lo cual comenzó un tratamiento de quimio y radioterapia. “Fueron cuatro sesiones de medicamentos (una por mes) y 38 días de rayos”, dice. Todos, cubiertos por el servicio de medicina que tenía contratado y por el que pagaba menos de 400 pesos argentinos (US$100) al mes.

¿Qué habría pasado de no tenerlo? Lo mismo. El Estado argentino habría garantizado su acceso a los medicamentos y tratamientos necesarios, tal como informa Roberto Pradier, director del Instituto Nacional de Cáncer, que señala que tanto los hospitales públicos como el Banco de Drogas de la Nación garantizan la cobertura total a toda la población afectada por cualquier tipo de cáncer.

“Además de las intervenciones quirúrgicas y de los medicamentos, los organismos de salud regionales disponen de traslado y alojamiento para pacientes que vivan en áreas alejadas y que deban desplazarse para recibir la quimioterapia”, afirma. Así mismo, tanto la salud pública como la privada cubren la asistencia psicológica, social y espiritual que el paciente y sus familiares necesiten. Y en el caso de cáncer de mama, incluso, hasta la reconstrucción de seno.

Susana terminó su tratamiento en mayo de 2006, cinco meses después de haber sido diagnosticada. Después de ello, cada tres meses, durante el primer año se realizó controles a través de ecografías, mamografías, ecografía de abdomen y tórax y exámenes de laboratorios. Hoy, curada del todo, hace sus controles cada año. “Como lo debieran hacer todas las mujeres”, dice.

Por El Espectador

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