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¿A dos años del trasplante de cabeza?

Tomar el cuerpo de una persona, la cabeza de otra que anhela vivir unos años más y unirlos en una sofisticada cirugía. Ese es el plan del neurocirujano Sergio Canavero para 2017.

Pablo Correa
01 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.
Imagen de la película El cerebro que no quería morir, dirigida por Joseph Green (1962), inspirada en los experimentos de la época
Imagen de la película El cerebro que no quería morir, dirigida por Joseph Green (1962), inspirada en los experimentos de la época

El artículo se titula “El protocolo Gemini para la fusión de la médula espinal: recargado”. Lo firma Sergio Canavero, neurocirujano del Grupo de Neuromodulación Avanzada de Turín, en Italia. Fue publicado el pasado 3 de febrero en la revista Surgical Neurology International. En cuatro páginas están delineados los principios que hacen soñar al médico italiano con realizar el primer trasplante de cabeza. Para terminar de provocar a sus colegas, dice que sería posible lograrlo en dos años. En 2017.

Los detalles del protocolo bajo el que se realizaría la cirugía serán presentados en la próxima Conferencia de la Academia de Cirujanos Ortopédicos y Neurológicos de Estados Unidos, que tendrá lugar el 12 y el 13 de junio en Maryland. “Creo que estamos en un punto en el que los aspectos técnicos son solucionables”, presagia Canavero, mientras un gran número de sus colegas comienzan a tildarlo de loco y otro tanto lo escucha con curiosidad.

La idea no es nueva, claro. Los trasplantes de cabeza primero se colaron en la trama de relatos literarios y de ciencia ficción para poco a poco convertirse en proyectos plausibles.

En los años cincuenta del siglo pasado, un cirujano soviético, Vladimir Demikhov, dio los primeros pasos y comenzó a experimentar con animales. En una primera etapa intentó mantener vivas las cabezas de perros suministrándoles sangre con un sistema mecánico. Luego conectó la cabeza de un perro al cuerpo (con cabeza) de otro perro, creando una quimera: un perro con dos cabezas vivas.

Un poco más adelante, en Estados Unidos, el cirujano Robert White, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Cleveland, trasplantó la cabeza de un mono Rhesus al cuerpo de otro mono. Oriana Fallaci, la famosa periodista italiana, documentó uno de aquellos experimentos. En el reportaje que escribió, “El cuerpo muerto y el cerebro vivo”, dejó consignados cada uno de los detalles relevantes de aquella cirugía, que convirtió al doctor White en una celebridad mundial y al mismo tiempo en una figura odiada y perseguida por los defensores de derechos de los animales.

“Mis preguntas y sus respuestas (las de los médicos) sonaban inútiles, porque el único que podía responderlas era el cerebro de Libby (el mono), que en ese momento era capaz de pensar pero no de comunicarse. Por Dios, ¿qué es un cerebro que es sólo un cerebro? ¿Puro silencio? ¿Pura tragedia?”, se preguntaba Fallaci al ver tirado a un lado de la sala de cirugía el cuerpo de Libby mientras los médicos manipulaban su cabeza. El mono trasplantado no podía mover el cuerpo y falleció nueve días más tarde.

El mismo doctor White, años después contaría que en un encuentro con el papa Juan Pablo II le preguntó sobre las implicaciones religiosas y existenciales de este tipo de cirugías, y si al trasplantar la cabeza de una persona a otra estaba trasplantando su alma. White era católico.

La era de los trasplantes

En los últimos sesenta años la ciencia de los trasplantes de órganos dio un salto impensable décadas o siglos atrás. Los respiradores mecánicos, las drogas inmunosopresoras para evitar que el cuerpo rechace los órganos trasplantados, mejores antibióticos, técnicas quirúrgicas cada día más refinadas, han permitido que en el mundo se realicen cada año miles de trasplantes de corazón, riñones, córneas, huesos, piel, intestino, páncreas y pulmón.

Prácticamente la única frontera por superar en este campo es el cerebro. Y esa es precisamente la que quiere conquistar Canavero. De acuerdo con la descripción que ha hecho hasta ahora, un primer paso consiste en congelar la cabeza del receptor y el cuerpo del donante para prolongar el tiempo de supervivencia de las células.

Una de las claves de la cirugía es realizar un corte tan fino de la médula espinal que aumenten las posibilidades de reconexión nerviosa. En su artículo, Canavero explica que una lesión de médula suele provocar una fuerza en la zona superior a los 26.000 newtons (unidad para medir fuerza), mientras un corte con un nanocuchillo sólo generaría una fuerza de 10 newtons. Esta diferencia explica el trauma que se produce en las neuronas en el primer caso y por lo tanto la dificultad de reunificar los extremos.

Tras cortar todas las estructuras anatómicas del cuello (músculos, arterias y médula espinal), se aplicaría una sustancia como el polietilenglicol, que ha demostrado ser útil en la fusión de tejido nervioso. Este líquido, sumado al muy delgado corte de la médula, crea la posibilidad de que un 10 a 15% de los axones (los “cables” de las neuronas por los que viajan los impulsos eléctricos) se reconecten, restableciendo el paso de mensajes entre el cerebro y el resto del cuerpo.

La larga cirugía debe concluir con la sutura de todos los tejidos del cuello y restableciendo la circulación de la sangre. El receptor del cuerpo permanecería unas tres o cuatro semanas en coma inducido para evitar el movimiento y dar tiempo para la cicatrización. Unos electrodos le serían implantados en la médula espinal para estimular las reconexiones nerviosas.

Canavero está casi seguro de que un mes mas tarde el paciente abriría los ojos y sería capaz de mover la cabeza. Eso sí, tendría que esperar más de un año, sometido a intensas jornadas de fisioterapia, antes de ganar una parte de la movilidad del cuerpo que recibió. Eso sin olvidar las altas dosis de fármacos inmunosupresores para evitar que el cuerpo rechace la cabeza.

Críticas a Canavero

Enrique Monsalve, neurocirujano del Hospital San Rafael de Bogotá, no cree que la promesa de Canavero por ahora se haga realidad: “aunque la investigación experimental en el trasplante de órganos ha avanzado de manera considerable, el trasplante e implantación de cabezas plantea retos importantes y aún insolubles, como es el del mantenimiento de la función de las partes y en particular de los tejidos nerviosos”. La unión de extremos de una médula espinal seccionada es un obstáculo que la más moderna medicina aún no ha logrado superar. “La investigación con células madre apunta en esa dirección”, añade Monsalve, “pero son muchos los retos que deberán resolverse antes de poder hablar con propiedad de trasplantes de cabeza. Por ahora son solo imaginaciones como en la película de Frankestein”.

Richard Borgens, director del Centro de Investigación de Parálisis en la Universidad de Purdue, Estados Unidos, criticó la propuesta y le dijo a la periodista Helen Thomson de la revista New Scientist algo en el mismo camino de Monsalve: “no existe evidencia de que la conectividad entre la médula y el cerebro conduzca a recupera la función sensitiva o motora”. Es como cortar toda una línea de teléfonos, pegar los extremos de cualquier manera y pretender que todo quedará en orden nuevamente. Por la médula espinal, por cierto, corren unos 20 millones de “cables”.

“Este es un proyecto tan abrumador, que la posibilidad de que ocurra es mínima”, fue la respuesta de Harry Goldsmith, cirujano de la Universidad de California. “No creo que vaya a funcionar nunca, hay demasiados problemas asociados a ese procedimiento. Tratar de mantener a alguien sano en un coma por cuatro semanas… no va a suceder”.

Todo esto sin entrar en el minado campo de las cuestiones éticas. Canavero lo sabe y anticipándose a la cascada de señalamientos ha dicho que ese es el verdadero obstáculo. Ni siquiera está seguro en qué país podría llevar a cabo el experimento.

¿Cuál es el límite de lo que estamos dispuestos a hacer para prolongar la vida humana? Mary W. Shelley escribía en su famosa novela Frankenstein: “quien no haya experimentado la seducción que la ciencia ejerce sobre una persona, jamás comprenderá su tiranía”.

Por Pablo Correa

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