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Tuve cáncer y aquí va mi historia…

"El diagnóstico de un Melanoma muy agresivo en mi dedo índice izquierdo me dejó semiparalizada de terror"...

Inés Cano Fernández
02 de mayo de 2014 - 04:57 p. m.

 Los primeros momentos fueron de una total confusión de sentimientos: duda, incredulidad, rabia, sorpresa, impotencia, evasión, negación, rebeldía… Más exactamente, sentí que comenzaba a vivir una película cuyo guión yo no había escogido y, lo peor, que yo era la protagonista.
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Amaneció un día más, y hubiera pasado desapercibido, a no ser porque recibí la noticia del diagnóstico, cuando llegué a mi apartamento después de hacer diligencias de rutina, de banco y pago de cuentas. Mientras entraba el carro al garaje, empecé a planear el almuerzo. Entré a mi estudio, como siempre, para oír los mensajes grabados durante mi ausencia y se me antojó que el botón rojo titilaba en forma diferente: tuve la premonición de que algo no andaba bien. Con un poco de susto escuché la grabación. Era la voz del cirujano de mano, quien había retirado la uña de mi dedo índice izquierdo 15 días antes. ¿La razón? La uña había estado cambiando de color y de textura. El objetivo era mandar a hacer una biopsia para, así, estar seguros de que no había nada de qué preocuparse; pero el tono y el timbre de su voz me confirmaron el por qué el botón rojo titilaba diferente: “Inés llámame apenas llegues a tu casa”.

Ya para ese momento el corazón comenzó a latir más fuerte y las piernas se negaban a sostenerme, las sentía como de algodón. Marqué su número y me dijo: “Lo que pasa es que se encontró un Melanoma muy agresivo en tu uña. Yo asistí personalmente al examen y además lo hice repetir, para que no hubiera ninguna duda. No tenemos tiempo que perder…, vete ya mismo para la clínica, que ya hablé con el doctor que te va a intervenir y con los otros especialistas que le colaborarán en la cirugía. No te afanes demasiado, pero haz esto rápido”.
Salí como sonámbula, todavía sin acabar de entender de qué se trataba todo este drama. El oncólogo me estaba esperando, me examinó y me indicó por dónde se veía obligado a amputar una falange del dedo. Toda esa tarde y parte de la noche la pasé de sala en sala de espera, hasta que me vieron los otros especialistas y así dejar todo listo para la intervención, una semana después.

Mi mente se parecía a una caldera en ebullición. Tan pronto pensaba que todo era una jugada de mal gusto de la vida o que quizás estaba viviendo una pesadilla producto de mi imaginación. Por otro lado consideraba que existía la posibilidad de estar experimentando algo que sí me correspondía, lo cual me llevaría a cumplir con un destino oculto que jamás imaginé pudiera ser el mío.

Llegué a mi casa pasadas las 8 de la noche exhausta, sin almorzar y sin nada de energía. Peor aún, sin ningún recurso interior para afrontar una realidad que apenas comenzaba. Me sentía como “forrada e impregnada” de una sustancia pegajosa y nociva que se adhería a mi cuerpo y penetraba sin pedirme permiso hasta la misma médula de mis huesos. Tres días después, me armé de valor y llamé a mi hijo Juan Felipe al exterior, donde reside, para contarle la mala nueva. Me costó mucho trabajo pronunciar la palabra “cáncer”. Quizás fue esto lo más duro.

Los días que me separaban de la fecha fijada para la intervención quirúrgica los viví en forma extraña, por un lado los sentí muy lentos, como rezagados y alimentados por el miedo y por otro, muy rápidos anulando toda posibilidad de detener el calendario.

El día de la operación llegué a la clínica a las 6:00 a.m. para que me tomaran una radiografía de los canales linfáticos. Este procedimiento se hace inyectando previamente un líquido azul por la corriente linfática, en este caso, del brazo izquierdo. Se me exigió permanecer por espacio de una hora larga, muy larga, contra una pantalla de vidrio blanco, sin mover ni un solo músculo del cuerpo. Creo que sin la disciplina que tengo del Yoga, me hubiera sido casi imposible permanecer inmóvil respirando pausadamente. El resto de la mañana hasta las 12:00, hora de la intervención, se fue en llenar formularios de rutina.

La historia clínica la hizo una doctora joven quien, cuando me vio llorando me dijo: “¿Y usted por qué llora, si sólo le van a quitar una parte del dedo?”- Este comentario me dejó en el más total desconcierto -. Luego pasamos al consultorio del cirujano, mis dos acompañantes y yo - mi hijo y mi sobrina Marcela - para conocer la cruda realidad a la que me veía enfrentada. El doctor comenzó diciendo que era un Melanoma muy agresivo y que era posible que el ganglio centinela estuviera contaminado; que si el ganglio centinela estaba contaminado, tendría que extraer TODOS los otros ganglios; y en caso de que tuviera que extraer todos los ganglios, la situación se tornaba crítica y sólo quedaría la alternativa de utilizar un medicamento llamado “Interferón”, que seguramente yo no iba a resistir por motivo de mi edad. Hoy me pregunto: ¿Era necesario y apropiado plantearle al paciente, justamente antes de la operación todas estas posibilidades, a cual más trágica? Me pareció de nuevo, estar viviendo una experiencia equivocada pues las cosas se ponían peores a medida que pasaba el tiempo.

Me sentí desahuciada con este “esperanzador” preámbulo y poseída por el pánico, a duras penas pude usar mis pies para entrar en la sala de cirugía.

Me desperté a las 5:00 de la tarde.

Abrí los ojos; en el primer momento el desconcierto fue grande: ¿dónde estaba? La realidad no se demoró mucho en hablarme; veía pasar las enfermeras, tenía la mano vendada, estaba en una camilla en un compartimento separado por cortinas… “Ah!, soy yo, la del dedo amputado”. “Ahora”, pensé, “comienzo a vivir algo que no sé cómo voy a lograrlo”. Se acercó una enfermera y le pedí agua, tenía la boca completamente seca. Pasado un rato me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron a encontrarme con mi hijo y mi sobrina. Nos fuimos para la casa.

Empezó el período postoperatorio y con él, también, una verdadera tortura mental. Comencé a preguntarme: ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Cómo fue que esto pasó? ¿Qué fue realmente lo que lo ocasionó? ¿En qué he fallado? Yo siempre pensé que estas cosas sólo les pasaban a los demás. Y siguieron las preguntas, las dudas. La cirugía era el primer paso de todo el proceso, ya que diez días después me daban el resultado de la biopsia del sitio del corte, como también la biopsia del ganglio centinela.

Esos diez días que siguieron fueron muy difíciles, acompañados por el asedio del teléfono, las preguntas bien intencionadas de mis amigos pero a veces muy imprudentes, las noches de desvelo, la cara de cari-acontecido de mi hijo que me decía: “Mami, por favor, no se te ocurra morirte…”

Otro aspecto que debilitó mi resistencia, fue presenciar la enfermedad y la muerte de dos queridas compañeras de colegio, ambas por cáncer.

Por todo lo anterior mis reservas sicológicas estaban en su más bajo nivel. Quizás fue esa desesperanza la que me clavó en el corazón una fina espada llamada “RETO”, y me dije: “Esto no va conmigo, yo voy a salir adelante. De qué me han servido, entonces, los seminarios de crecimiento, las terapias, las lecturas, mi devoción por la disciplina del Yoga, mi amor por lo natural, mi casi obsesión por la salud y la alimentación sana?”

Debo destacar que lo más importante fue recuperar de entre las cenizas mi carácter persistente que no se deja vencer fácilmente, ya había sorteado muchas situaciones realmente duras, y de ésta no me iba a dejar vencer. Soy una creyente furibunda de que la mente todo lo puede. Fui alumna consagrada del Método Silva de control mental y su práctica me curó de una cirrosis incipiente, cuando los médicos decían que no había reverso. Recordaba el lema de Silva “El pensamiento es energía, y la energía no se pierde, se transforma”; hay que pensar positivamente.

Pero lo más impactante, luego de un profundo examen de conciencia, fue recordar el libro La enfermedad como camino, de los doctores Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke.

Este libro expone la tesis de que el síntoma no es la enfermedad, sino que por el contrario nos indica el camino para descubrir la causa de la misma.

En uno de sus apartes dice: “El síntoma nos informa de que algo falla. Denota un defecto, una falta. La conciencia ha reparado en que, para estar sanos, nos falta algo. Esta carencia se manifiesta en el cuerpo, como síntoma. El síntoma es, pues, el aviso de que algo falta.” Y añade: “La enfermedad no tiene más que un fin: ayudarnos a subsanar nuestras “faltas” y hacernos sanos.”

En otras palabras, la enfermedad representada por el síntoma, es el SEMÁFORO EN ROJO que llama la atención sobre una carencia en la conciencia.

Una cosa sí tuve clara: que yo haría lo que fuera necesario para salir adelante, curarme definitivamente, y no reincidir.

Naturalmente, todo constituyó una fuerte estocada a mi crecido EGO. No tuve más alternativa que agachar la cabeza con humildad y preguntarme desde el fondo del corazón, ya no ¿por qué a mí?, sino: ¿PARA QUÉ Y QUÉ SE SUPONE QUE DEBO HACER?, ¿QUÉ CAMBIO A NIVEL DE COMPORTAMIENTO TENGO QUE INICIAR?, ¿CUÁL ES MI CARENCIA A NIVEL DE CONCIENCIA?

Con la práctica de la humildad, la rabia se fue desvaneciendo, y la aceptación total de la lección fue tomando asiento en mí. Comenzaron a suceder “milagros”, y un sentimiento de sincero agradecimiento con la vida tomó lugar. Comencé a amar la experiencia.

Realmente estaba amando mi Melanoma y en gran medida la batalla interna que libraba tomaba cada vez más forma de convertirse en una herramienta para sanarme, no sólo del cuerpo sino también del alma.

En este proceso de transformación interior jugó un papel muy importante la lectura del libro Milagros del neurospicólogo Paul Pearsall, reconocido internacionalmente, quien padeció de un cáncer terminal y autor de varios libros de autoayuda. Fue así como en medio de la más honda desesperanza, cuando ya lo habían desahuciado sus colegas, tomó la determinación de auto curarse y comenzó a utilizar su imaginación, visualizando sus células perfectas. Así fue como creó todo un sistema y un programa que se basa en la teoría: “cambia la percepción de la realidad, y la realidad cambiará”.

No sólo se curó, sino que fundó una clínica en Detroit, E.U., donde acuden enfermos terminales de cáncer a quienes trata y enseña el método que él mismo utilizó y que le devolvió la salud.

También como lo mencioné antes, las enseñanzas del Método Silva de control mental fueron valiosísimas. Este método recomienda que hay que reemplazar la información que está grabada en las células, y empezar por variar los hábitos diarios, como cambiar, por ejemplo, el color de las paredes del cuarto, la distribución de los muebles, los colores que usamos en la ropa, levantarnos por el otro lado de la cama, tomar otro camino para ir al trabajo, comer con la mano izquierda si somos diestros, etc… etc… En resumen, variar todo lo que hasta la fecha ha constituido una costumbre.

Otro libro que para mí fue especialmente revelador fue El poder del ahora, de Eckhart Tolle, en el cual después de leerlo varias veces, siempre descubría algo nuevo. Este libro me motivó a experimentar la alegría en los momentos más difíciles, sabiendo que cada segundo del tiempo presente está “libre” del pasado y “libre” del futuro pudiendo así, vivir un presente limpio y con todas las posibilidades de forjar en ese presente limpio el futuro de salud que yo necesitaba. La práctica permanente de vivir el presente, se me convirtió en una sana obsesión; comprobé que sí se puede ser feliz siempre y que lo de menos, son las circunstancias que nos rodean en ese momento. Que lo esencial es la ACTITUD interior con la que asumimos cada experiencia, haciéndonos responsables por ella. También encontré muchas respuestas en otros dos libros del doctor Tolle La nueva tierra y El silencio habla.

El Yoga y las prácticas de meditación me reforzaron la cotidianidad y logré fuerza y paz interior.

Se llegó, entonces, el término de los 10 días, fecha en que se me daría el resultado de la biopsia tomada durante la intervención quirúrgica. Mi hijo fue por el examen al laboratorio, mientras yo asistía al entierro de una de mis queridas compañeras de colegio que murió de cáncer. Al llegar, mi hijo me esperaba con el sobre; el resultado determinaba si podía apropiarme de una esperanza de vida o si tenía que aceptar lo inevitable. Pero la expresión de su cara cuando abrí la puerta del apartamento me dio la respuesta. Me recibió con una amplia y bella sonrisa, la más preciosa desde que tengo memoria. Me extendió los brazos y nos abrazamos riéndonos y llorando al mismo tiempo. Tenía la mesa puesta con “todas las de la ley”, y un delicioso almuerzo preparado por él mismo.

Empecé con nuevos bríos a recuperarme, sentí que otra oportunidad se me estaba dando, y sin olvidar mi compromiso de cambio interior, seguí atenta a no abandonar el impulso inicial que surgió de un gran miedo. Pero ya no necesitaba sentir miedo, yo estaba en el extremo opuesto, amando la vida como nunca. Se me antojaba que ese dedito recortado contenía algo así como una pila de energía amorosa que me mantendría sana por el resto de la vida. Se convirtió en mi Trofeo.

Todo esto me llevó también a pensar que desafortunadamente se dicen cosas como: “CAMPAÑA DE LUCHA CONTRA EL CANCER”. Cuando en realidad lo que menos hay que hacer es LUCHAR. La lucha surge del miedo de ser vencido y si hay miedo no puede haber amor. Hay que aceptar con humildad, y AMAR la experiencia como el más fabuloso de los aprendizajes para ser un mejor ser humano. Cuando se logra esto de corazón, la sanación comienza a tomar asiento y a quedarse.

Escribo estas líneas para aquellas personas que están padeciendo de cáncer o de cualquier otra enfermedad de carácter grave, y que se encuentran confundidas y sumidas en el miedo y en la desesperanza. Para ellas van estas palabras con el mensaje de que, por encima de todo, debemos, primero, aceptar y amar la enfermedad e ir al origen de ella para descubrir su verdadera causa. Esto se logra después de un honesto autoexamen de conciencia, con tener voluntad de cambio, tomando la decisión de aplicar los correctivos.

Con optimismo y paciencia podemos esperar la verdadera y definitiva curación.

Hoy estoy agradecida con la vida por permitirme vivir esta experiencia tan enriquecedora, tan llena de sentido y que me ha llevado a convertirme en un ser integral, más compasivo, más amoroso y con las herramientas necesarias para afrontar alegremente la vida, viviendo el presente minuto a minuto, sin apegos del pasado y sin expectativas futuras.

Quiero terminar con un pensamiento de un Maestro Espiritual que me dijo:

“Vive cada día, como un nuevo día de primavera, en el que todo renace”.

 

Desde el corazón


Inés Cano Fernández
inescanof@yahoo.com.mx

Por Inés Cano Fernández

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