042, música y salchichas

Medellín es una ciudad considerada como la de mejor movilidad del país, y a la que le otorgaron este año un premio por los sistemas de trasporte sostenible, destacando el óptimo servicio del Sistema Integrado de Transporte Metro.

Por Juanjo Vergara, colaborador de Soyperiodista.com
27 de agosto de 2012 - 11:15 p. m.
Transporte público en Medellín / Transporte público en Medellín
Transporte público en Medellín / Transporte público en Medellín

Medellín es una ciudad considerada como la de mejor movilidad del país, y a la que le otorgaron este año un premio por los sistemas de trasporte sostenible, destacando el óptimo servicio del Sistema Integrado de Transporte Metro.

Tiene entre sus muchas rutas de buses una en especial, Aranjuez Intermedia, digo especial porque ¿qué sería de mí sin esta ruta?, ¿cómo me desplazaría a la universidad y de nuevo a mi casa?, seguramente tocaría hacerme a una moto o a un carro, ¡dichoso yo!, pero como dice mi mamá: “el palo no está pa’ cucharas”.

La 042, mi transporte, cuenta con 22 conductores y entre ellos se encuentra uno muy particular llamado Fernando Acevedo, un señor de aproximadamente unos 55 años y con un humor algo sarcástico. Su cabeza ya deja ver los brillos de las luces internas del vehículo, el cabello se le ha comenzado a ausentar para darle paso a un improvisado espejo.

Al principio no me agradaba la idea de dejarme transportar por este chofer, la lentitud con que maneja, el tipo de música que escucha y su maña de llenar el bus de cuanta persona urgida por llegar a su casa hay, hacían que aborreciera a este humilde trabajador, que solo busca un sustento diario para su familia. Pasado un tiempo de haber referenciado al señor, entendí que por cada pasajero que lleve a su destino, le dan un porcentaje de $200 pesos, con esa baja cantidad ¿quién no hace de su bus una lata de salchichas?

Esperaba el transporte en las afueras de la Fundación Universitaria Luis Amigó, después de un agitado día de estudio, donde el exceso de trabajo, el hambre y las ganas de llegar a mi casa hacían de las suyas y se convertían en desespero y agobio ante la espectativa de unos largos 45 minutos en el interior de un bus y con una hora pico encima que no se hacía extrañar con sus tacos inaguantables. Vi venir un iluminado gigante de motor ruidoso y contaminante mofle, al que le puse la mano con un notable afán para que no se fuera a ir sin mí. El chofer muy amablemente paró a 5 metros de distancia de donde yo estaba, solo para que este resignado estudiante se montara. Cuando accedí a mi real transporte, me di cuenta que el amable señor que me puso a correr para montarme era nada más y nada menos que Fernando.

Bien dicen que “al que no quiere un caldo se le dan dos tazas”. Que me toque con Fernando de ida para la Universidad, ¡vaya y venga!, pero de ida para mi casa era inconcebible. Resignado entregué parte de mis arcas monetarias al señor conductor y procedí a sentarme en una de las bancas de adelante, ya que un fiasco ocurrido anteriormente me hizo volver precavido ante los buses y sus pasajeros.

Preparándome para un largo viaje, saco mi arsenal de musica materializado en un delgado MP4 azul, ya que el ambiente musical del bus donde se escuchaban las tonadas del famosísimo y distinguido Charrito Negro, perturbaban mi viaje hacia mí anhelado destino. Sintonicé una de mis canciones favoritas de la agrupación cubana Los Aldeanos, conformándome con solo escuchar por un oído, pues mi escasez de dinero me impide comprar unos audífonos buenos en su totalidad.

Transcurridos solo 5 minutos del extenuante viaje, comienzo a evidenciar los pequeños y molestos detalles que ya mencioné. Se montan 5 personas en el Salazar y Herrera, hasta ahí normal, lo molesto son los 5 minutos que se parquea en el paradero ubicado en la esquina la bomba de gasolina del estadio, esperando llenar el bus de una vez para terminar de asegurar la "papita" del día siguiente.

Como Fernando no logró su objetivo, continuó, para mi fortuna, con el viaje, suave y lento asentaba su rústico zapato en el acelerador, mientras a este sufrido pasajero, el hambre le carcomía las entrañas del estómago.

La calle Colombia, San Juan y un largo tramo de Palacé faltaban por recorrer para llegar al mortificante y demorado paradero. Graneaditos fueron subiendo a la carroza las futuras salchichas, mientras cada vez nos acercábamos más a esa eternidad ubicada a un costado del Banco de la República.

Yo continuaba disfrutando de mi artillería musical mientras el bus se llenaba poco a poco, aún el puesto de mi lado continuaba vacío, cosa que a veces lleva a cuestionarme ¿será que tengo cara de pillo y les da miedo que los atraque?, ¿será que de mi humanidad, emana algún hedor desagradable?, sea como sea, llegados al paradero alguien terminará por sentarse a mi lado.

Ya en el paradero, entran uno, dos, diez, veinte personas aproximadamente, a quienes les toca paradas, o mejor dicho literalmente colgadas, teniendo en cuenta que la estatura promedio de un colombiano es media-baja y muchos no alcanzan total y cómodamente los tubos. Más o menos ingresada la persona número 15, Fernando se tira uno de sus flojos chistes, “siga por favor y reclame refrigerio al fondo”, a muchos quizá les causó risa, pero a mí se me hizo una falta de respeto y al parecer no fui al único, pues un “móntele segundo piso” se cruzó con las dulces melodías populares que tanto le gustan a nuestro chofer. Sin embargo el educado conductor no respondió el anónimo grito.

Un pito proveniente de un bus ubicado detrás de nosotros, indicó el dichoso momento de volver a acelerar, la cantidad de buses que circulan por Palacé, aproximadamente unas 11 rutas, evitaron que el arranque fuera de categoría Fórmula 1. No obstante lento pero seguro seguimos el trayecto al cual, siendo positivos, le restarían alrededor de 25 minutos, yo era capaz de aguantarlos, al fin y al cabo iba sentado, pero ¿qué sería de esas pobres e inocentes almas expuestas a los ires y venires de este vehículo altamente chatarrizable, poniendo a prueba sus habilidades motrices y acrobáticas en cada curva?

No se echaron de menos los dedos puestos en el camino, y este amable conductor les paraba y como fuera los acomodaba. “Hágale que caben otros 30” gritó la misma voz, pero Fernando no hacía caso y se limitaba a recibir a sus usuarios diciéndoles “siga hacia el fondo que hay zona húmeda y pista bailable”, mi impaciencia seguía aumentando estimulada por mis condiciones físicas a esa hora del día y alentada por los pésimos chascarrillos.

Una señora que confió en mi buena presencia y venía a mi lado desde el paradero, se dirigió a mí diciéndome “qué viaje tan lento”, y yo como buen comunicador que soy, no la dejé hablando sola y le afirmé su opinión, parecía inocente de conocer a nuestro chofer, entonces como amable usuario de esta ruta, la puse al tanto de quién y cómo era Fernando y así se agregó otra desilusionada a este entorno de latas y tuercas.

Mi MP4 comenzaba a dar cuenta de lo largo del viaje, mostrando esa señal roja que tanto me asusta cuando voy cansado y solo la música me anima. No quería quedar en medio de este mar de gente, escuchando Radio Cristal, aclaro, no es que tenga algo contra esta emisora, solo es que no comparto los gustos musicales del encargado de llevarme a mi humilde morada.

Por fin estábamos atravesando la calle Bolívar y se acercaba otro de los sitios donde más gente se sube pero lo bueno es que también se bajan, la estación Hospital del Metro, el caso es que ya llegados allí solo 3 personas se bajaron del bus dando cupo a 5 que se subieron, como pueden apreciar las matemáticas a Fernando sí le fallan, y así se lo hizo saber de nuevo aquella voz anónima que me empezaba a caer bien, al decirle en un elevado tono de voz “se bajan 2 y mete 10”, su sarcasmo muy por el contrario al del dueño del improvisado espejo, sí me causaba gracia.

Al ver el bus tan lleno, recordé cierta entrevista que le hice a otro busetero, al que le pregunté si no le daba miedo que un guarda de tránsito lo parara por el exceso de personas que transportaba, a lo que él me respondió “sí, uno sabe que lleva el pecado encima, pero toca”. Entonces, ¿por qué echarle toda el agua sucia al conductor de esta carroza de grandes dimensiones?, si al fin y al cabo les colaboraba a sus pasajeros guardándoles los paquetes y morrales en la parte de adelante.

Cada vez me acercaba más a mi casa, ya me saboreaba un rico plato de arroz con papas y carne preparado por mi mamá. Llegando al museo Pedro Nel Gómez, que se puede considerar como la puerta de Aranjuez, empezaba Cristo a padecer, como dirían los creyentes, al ver el río de gente que me tocaba atravesar en el momento de bajarme. Con otro conductor ya el bus estaría medio vacío, pero recuerden que Fernando es distinto.

La urbanización Quintas del Jardín y Comfama eran mi única esperanza para que se desocupara parcialmente mi camino hacia los portones del 042. La esperanza se desvaneció al pasar por estos lugares y no ver mayor cambio en el número de personas que atrancaban mi salida, no me quedaba de otra que luchar contra la horda de pasajeros que colgaba de los fríos tubos.

Un largo, inestable y congestionado pasillo tuve que atravesar para poder bajarme, batallando con morrales, en espaldas que estorbaban, y piernas que intentaban que mi salida no fuera perfecta para convertirla en un estrellón contra la registradora, pero fallaron en su misión y al final salí, sentía que tocaba las puertas del Olimpo, lástima que Hermes, representado en mi utópica historia por Fernando, no fuera el ser celestial que pintan los mitos griegos.

Las puertas de la gloria, o mejor de mi casa, me separaban de la tan anhelada comida de mi madre. ¡Oh! que rica es su sazón. Saludé a mi amada progenitora, que sin demora alguna me sirvió aquel ansiado manjar, descargo mi morral y me acerco a la mesa, cuando ¡oh sorpresa!, aquel manjar se convirtió en el tormento de toda mi vida, una sopa.

No sé si Fernando sabía que un plato de hirviente sopa me esperaba en mi casa y por eso trataba de retrasar aquel amargo encuentro, lo cierto es que un “se lo come todo” expresado por mi mamá, marcaba una vez más la dictadura totalitarista y hegemónica que se ejercía sobre esta pobre víctima del transporte masivo.

Por Juanjo Vergara, colaborador de Soyperiodista.com 

Por Por Juanjo Vergara, colaborador de Soyperiodista.com

 

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