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Las dos esquinas de Mario Vargas Llosa

Siempre termino por creer que Vargas Llosa tiene una mentalidad refractaria a todo cambio, un ultra conservador en asuntos políticos y económicos, izquierdista arrepentido, anticastrista confirmado, admirador de los republicanos americanos, alérgico a los demócratas, más español que los españoles...

Por MH Escalante, colaboradora de Soyperiodista.com
22 de febrero de 2013 - 05:55 p. m.
MH Escalante / MH Escalante
MH Escalante / MH Escalante

A fuerza de escudriñar en sus palabras he terminado por creer que en Mario Vargas Llosa existe una especie de esquizofrenia que liga íntimamente al escritor del ideólogo.

Todavía no le he leído su reacción a la renuncia de Benedicto XVI. ¿Qué podrá estar pensando el escritor hispano peruano de esta decisión que suena a revolución papal?

Por qué se me cruza el nombre de Mario Vargas Llosa con el de Benedicto XVI… Cuando me enteré de la dimisión del papa acababa de ver en la vitrina de una librería “La ville et les chiens”.

Todavía no he leído esa novela en francés. Pero el encuentro visual con “La ciudad y los perros”, mezclada a la noticia de Benedicto XVI, me trajo la figura de Mario Vargas Llosa el hombre que veo cuando lo leo.

Cuando Vargas Llosa coloca su firma que es ya una marca registrada ® para comentar temas de actualidad: guerras en Medio Oriente, asuntos políticos en China, Fidel y los cubanos, el coraje de Alvaro Uribe Vélez y su Seguridad Democrática, o como hace poco, para expresar su descontento con el presidente Rafael Correa por haber otorgado asilo a Julian Assange, el australiano de WikiLeaks en la Embajada de Ecuador en Londres, hago una lectura diagonal de esos textos y paso a otra cosa. No me interesa lo que piensa Mario Vargas Llosa de la problemática mundial, aunque me informo.

Siempre termino por creer que Vargas Llosa tiene una mentalidad refractaria a todo cambio, un ultra conservador en asuntos políticos y económicos, izquierdista arrepentido, anticastrista confirmado, admirador de los republicanos americanos, alérgico a los demócratas, más español que los españoles...

Mario Vargas Llosa el columnista desprecia a Evo Morales y sus tres universidades para los indígenas y por supuesto detesta a Hugo Chávez. Tampoco le gustan los socialistas españoles, ni los socialistas franceses, ni los laboristas de Inglaterra ni los social demócratas de Alemania. A Vargas Llosa no le gusta nada que esté del centro hacia la izquierda y ahora para colmo escribe columnas para defender las corridas de toros, lo cual no es digno de un intelectual, aunque esté en su derecho.

Por tanto, cuando sale de él el homo literarius, todos esos arcaísmos mentales caen, es como si su voluntad permitiera que triunfe el mejor que lleva dentro.

Cada quien escoge de Vargas Llosa lo que más le guste de él. De hecho hay que pasar por sus clásicos, “La ciudad y los perros”, “Conversación en la catedral”, “Casa verde” o la tan citada “La tía julia y el escribidor”, todas obras de juventud, cuando Vargas Llosa centraba su universo literario en el Perú, su país.

Pero ahora la cartografía literaria de Mario Vargas Llosa ha cambiado. El centro de su observación literaria ya no son solamente Lima, Perú, ni América Latina, aunque siempre vuelva a ellos. Las rutas que toma ahora el escritor van por un mundo globalizado, al fin el mundo que siempre ha sido desde que el hombre comenzó a sentir la necesidad de abandonar su lugar de nacimiento.

La búsqueda nace de la necesidad de encontrar un nuevo espacio físico. El hombre se desplaza de un punto a otro del planeta para descubrir, buscar, extraer, comercializar, explotar, exportar o simplemente plantar sus raíces en ese “otro lado”. Es lo que han hecho conquistadores, navegantes, exploradores, comerciantes y aventureros a través de todos los tiempos.

Hoy lo hace el novelista pero no como diarios de viaje. El arte del Vargas Llosa es construir una estructura narrativa que llevan a la novela de aventura, en la que historias individuales de personajes históricos se entrelazan en el espacio y el tiempo y que por coincidencias, como en toda aventura humana, terminan uniéndonse en vértices imaginarios creándo una tela de fondo por la que transcurre una parte de la historia de la humanidad.

En “El Paraíso en la otra esquina” (Alfaguara, 2003) la francesa Flora Tristán va de París a Lima para conocer a su padre, un rico peruano que la abandonó a ella y a su madre. Flora logrará llegar hasta él pero jamás lo encontrará de verdad. Pero ese viaje no será en vano. Una escala en Cabo Verde afianzará sus convicciones de militante progresista y defensora de la causa de la mujer y de los obreros en el siglo XIX.

Flora Tristán ve la desgracia de los hombres en ese puerto de Cabo Verde, Vargas Llosa la describe así : Todos los blancos y mestizos de La Praia se ganaban la vida cazando, comprando y vendiendo esclavos. La trata era la única industria de esta colonia portuguesa donde todo lo que Flora vio y oyó y todas las gentes que conoció le produjeron conmiseración, espanto, cólera, horror”.

Flora hará el duelo de su padre ausente pero la experiencia de su viaje a Perú la cambiara para siempre, nunca será feliz, imposible serlo ante la desgracia de miles de miserables y hambrientos del siglo XIX francés. En “El paraíso en la otra esquina” leemos que Flora Tristán murió a los 41 años de enfermedad y de pena moral sin conocer a su nieto Paul Gauguin, quien años más tarde según el novelista, emprenderá el mismo peregrinaje de su abuela hacia el “allá”, el otro lado del océano, lejos de París.

En ese hilo conductor que crea Vargas Llosa el historiador, encontramos al aventurero Paul Gauguin en Panamá, Cuba, más tarde en los puertos de Bretaña para luego imaginarlo pintando en su destino final, las Islas Marquesas. Allá será donde él realizará lo más grande de su obra y allá finalmente morirá sifilítico, alejado para siempre de la imagen de hombre burgués que dejó en su París natal.

Después de leer “El Paraíso en la otra esquina”, los cuadros de Gauguin en el Museo de Orsay me hacen viajar por un extraño triangulo entre París, Lima y Atuona.

En esta nueva cartografía narrativa de Mario Vargas Llosa en que la historia parte de un tiempo remoto hasta un ayer y los lugares se confunden y se unen, se encuentra también “El sueño del celta” ( Alfaguara 2010).

Aquí se trata de la tragedia de los habitantes del Congo belga, que por efectos de esa globalización del colonialismo del siglo XIX tuvo el mismo rostro allá o en el Perú amazónico. La iniquidad viaja con el hombre y Africa como América del Sur la reciben en forma de colonizadores, exploradores y explotadores locales y foráneos, que se ensañan con un mismo conglomerado de hombres y mujeres, marcados todos ellos con los estigmas de los condenados a muerte.

Roger Casement no sale de la ficción de Mario Vargas Llosa. Sin embargo lo que este alto funcionario del Imperio Británico piensa del horror que vió a su paso por el Congo de los belgas y el Amazonas de los terratenientes locales apoyados por los ingleses, se lo deja decir al escritor peruano, décadas después de su ejecución en una prisión de Londres:

“La fuerza pública (belga) se enquistó como un parásito en un organismo vivo, en la maraña de aldeas diseminadas en una región del tamaño de una Europa que iría desde España hasta las fronteras con Rusia para ser mantenida por esa comunidad africana que no entendía lo que ocurría, salvo que la invasión que caía sobre ella era una plaga más depredadora que los cazadores de esclavos, las langostas, las hormigas rojas… soldados y milicianos de la fuerza pública eran codiciosos, brutales e insaciables cuando se trataba de comida, bebida, mujeres, animales, pieles, marfil y, en suma de todo lo que pudiera ser robado, comido, bebido, vendido o fornicado”.

Roger Casement, irlandés al servicio de la corona británica por efectos del imperialismo en su propia humanidad, perderá la fe en el ser humano después de haber visto las tinieblas en el Congo belga y volverlas a ver más terroríficas aún en el Amazonas peruano.

La depradación del Amazonas por la industria del caucho se mide con estadísticas. A finales del siglo XIX la población de indígenas huitotos, ocaimas, muinanes, nonuyas, andoques, rezígaros y boras habría sido de más de cien mil habitantes, recuerda Vargas Llosa.

Con la explotación de caucho que fue una cruzada económica tan salvaje o peor que las cruzadas cristianas, quedaron solamente diez mil sobrevivientes. “El régimen impuesto por los caucheros había liquidado tres cuartas partes de la población indígena. Muchos habrían sido víctimas de la viruela, la malaria, el beriberi y otras plagas. Pero la inmensa mayoría desapareció por la explotación, el hambre, las mutilaciones, el cepo y los asesinatos”, escribe Vargas Llosa.

Una vez en la Maison de l’Amérique Latine en París, Mario Vargas Llosa hablaba de esta doble personalidad que parece caracterizarlo: ¿Hombre político o escritor o las dos actividades a la vez? “ No, contestó. No hay que buscar que la literatura tenga una eficacia política o histórica inmediata. La literatura no conduce a una acción política, simplemente nos ayuda a vivir ”.

Poco leo las columnas de opinión de Mario Vargas Llosa, son un desierto para mí. Mi paraíso está en la otra esquina de su personalidad, en su escritura, es ahí donde se descubre su dimensión humana.

Por MH Escalante, colaboradora de Soyperiodista.com París, Francia.

Por Por MH Escalante, colaboradora de Soyperiodista.com

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