El beso de la muerte

Un niño, de 11 años, se debate entre la vida y la muerte después de recibir, a través de un beso, una cantidad de estupefacientes ofrecidos por su madre en Ipiales (Nariño).

PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA, colaborador de Soyperiodista.com
31 de enero de 2012 - 11:11 p. m.

Como sacada de una escena del celuloide, al estilo Alfred Hitchock, una madre besa a su hijo de once años para depositar en el interior de su boca una cantidad indeterminada de droga (papeletas de basuco). Ocurre en la ciudad fronteriza de Ipiales y, paradójicamente, en la plaza 20 de julio en recordación de los hechos acaecidos en la ciudad de Santa fe de Bogotá en el año de 1810 y que la historia oficial nos narra como el inicio de nuestra libertad.

“La Policía la identificó como Pastora Yandum, conocida delincuencialmente con el remoquete de Mary o Alicia, quien en un beso simulado a su hijo le pasó parte del alcaloide…”. El niño, de 11 años, se debate entre la vida y la muerte después de recibir en este beso una cantidad de estupefacientes ofrecidos por su madre.

A primera vista, mejor, a primer análisis, podríamos proferir toda clase de improperios contra la desnaturalizada madre. Voces de repudio y rechazo se dejan oír en las diferentes emisoras por quienes consideran que el actuar de esta madre va contra todo principio de humanidad. El dedo inquisidor de la sociedad se levanta inexorable para solicitar a la justicia mano dura y exigir sanciones ejemplares. Todas las voces reclaman al unísono el pronto pronunciamiento de la justicia colombiana. Ley del Talión para esta mujer que en un beso entrega la muerte a su propio hijo.

Y como en la canción que una y otra vez tarareamos al oído de nuestra amada en pos de un beso o una caricia “en un beso la vida”, significando con ello la tragedia que se cierne sobre quien ama con la misma intensidad de la muerte. Y si alguien se tomara la molestia de preguntarle a esa mujer la razón de su accionar, seguramente contestaría con lagrimas en sus ojos y con las palabras atragantadas en su boca que lo hizo simple y sencillamente porque su hijo no tenía para comer. Y seguramente ese chiquillo acompañaba a su madre en la plaza 20 de Julio por la sencilla razón que ante la carencia de algunos recursos económicos no podía estar en una escuela jugando con sus compañeritos de curso en momentos del recreo escolar.

Y diría esta madre que la misma sociedad la marginó al extremo de la muerte y la ignorancia. Que no encontró otra manera de ganarse la vida y ofrecérsela plena a su hijo. Que ante su falta de preparación técnica, académica o intelectual no le quedó hacer sino lo que hacen los desheredados del mundo: convertirse en un eslabón más del narcotráfico y las mafias organizadas de Colombia. Que nadie le tendió la mano y que su único oficio era robar y vender estupefacientes para sobrevivir.

Triste realidad de cientos de madres y mujeres en una sociedad que repudia la violencia de género pero que mira con profunda indiferencia la situación agobiante y desesperada de niñas, mujeres y ancianas que se la juegan cada día en la calle en oficios tan deplorables como la prostitución o la mendicidad. Mujeres que ya casi nadie mira mientras viven el drama cotidiano de su pobreza, marginalidad o abandono.

“Besándome en la boca me dijiste solo la muerte podrá separarnos y fue tan hondo el beso que me diste…” que únicamente la vida puede saberlo y sentirlo. “En un beso la vida...”, y en un beso la muerte. Ante este drama que es simplemente una noticia, los colombianos tenemos la obligación moral de mirar más allá de los hechos.

Proponernos como sociedad vencer las cifras de la inequidad económica y construir entre todos una patria del tamaño de nuestros sueños. Tengo la certeza que en ese beso todos participamos y que depositamos en esa boca adolescente y tierna el macabro sabor de nuestra sonrisa. Con frecuencia expresaba una y otra vez mi tío Gerardo: “a menudo veo a un policía perseguir a un niño porque se ha robado un pan; cuando será el día en que mire a un policía perseguir a un niño para regalarle un pan..”. Ese pan que entre todos escondimos ofreciéndole únicamente las migajas de la muerte. Yo no condeno a esa madre, la entiendo en sus razones más profundas. Imploro que besos de esa laya sean simplemente una referencia ajena a nuestra sociedad o una cita de Poe en sus alucinadas crónicas de terror.

Por PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA, colaborador de Soyperiodista.com

Por PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA, colaborador de Soyperiodista.com

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