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El Viacrucis de Botero

En el Viacrucis de Botero es diferente: al fondo de cada escena hay una casa con la puerta entreabierta y generalmente tras ella hay una sola mujer.

Elsa Tobón, colaboradora de Soyperiodista.com
02 de diciembre de 2011 - 08:59 p. m.

No está afligida. Su cara refleja solo horror. El horror ante la tortura del hijo. Su actitud, temor.


De “El viacrucis”, la exposición de Fernando Botero en la Galería Marlborough en Nueva York, no me llamó la atención el tema, trabajado por muchos pintores como lo hace Botero en esta muestra: fiel a la historia pero transformándola con elementos contemporáneos. Tampoco el color, que tiene la misma fuerza de siempre, abrumador, vívido, dando mayor volumen a las figuras. Ni los pequeños detalles, más escasos pero usados con la misma intención: caracterizar al personaje. Tres aspectos sí lo hicieron: la incorporación de Nueva York, el papel de la mujer, y el énfasis en la otra Colombia. La violenta, la que nos escondemos a nosotros mismos.


Nueva York


Botero tiene muchos lazos con Nueva York: vive aquí parte de cada año, tiene muchos amigos. Sus esculturas monumentales fueron expuestas a lo largo de Park Avenue en el 93 y atrajeron miles de visitas. Dos de ellas, Adan y Eva, tienen un puesto permanentes en el Centro Comercial Time Warner y se han convertido en un punto de referencia y encuentro similar al del Torso Femenino, popularmente "La Gorda de Botero" en el Parque Berrío de Medellín. Su mujer a caballo se destaca entre las 10 esculturas de diferentes aristas que ocupan el pasillo del primer piso del edificio donde está ubicada la galería Marlborough, que lo representa de manera exclusiva. Es aquí, en Nueva york, donde sus obras han alcanzado los precios más altos y batido, año tras año, sus propios records en las subastas de Sothebys y de Christie's. Cada uno de los tres museos más importantes de la ciudad, el Metropolitano, el de Arte Moderno y el Guggenheim, han realizado exposiciones sobre su obra y son dueños de algunos trabajos del Maestro. En fín, se le conoce, reconoce y respeta.


“He vivido 13 años en Nueva York y nunca he hecho una pintura acerca de Nueva York", le dijo Botero al periodista Juan Forero en una entrevista publicada en el NYTimes el 3 de mayo de 2004, afirmando su colombianidad y su permanente referencia a Colombia en sus pinturas, a pesar de su exilio de 47 años. En esta muestra se rompe esa ausencia y en el óleo “Crucifixión” -206 x 150 cm- aparece un gigantesco Cristo crucificado en medio de uno de los iconos Nueva York: El Central Park. No es una referencia simple. Está el parque con una de las escenas más comunes: las niñeras paseando los niños en coche a través de uno de sus senderos. Los árboles estrenando hojas, como pasa en primavera. Al fondo, la silueta de los edificios que rodean el Central Park.


¿Por qué se crucifica a Cristo en el Parque Central? No lo sé. Sin duda es un homenaje Nueva York, que tanto le ha dado. Pero no deja de ser curioso que en una nota que escribí en abril de este año sobre ‘El Viacrucis de los Mejicanos’ me aventuré a decir que a lo mejor Botero nos incluía en su viacrucis para dejar testimonio de nuestro viacrucis como inmigrantes y mostrarnos ante el Vaticano en marzo del 2012, fecha en que llevará su exposición. Nos incluyó. Las niñeras, en su gran mayoría, son inmigrantes y latinas. En la foto no se nota porque la resolución es muy baja. Pero sí en el inmenso cuadro.


La mujer


La mujer siempre ha estado en la obra de Botero. Desnudas o vestidas, todas ellas se presentan plenas, sensuales, voluptuosas y hasta complacidas del papel que se les asigna. Muchas me han intrigado. Recuerdo particularmente a "Rosita". Pasé muchas horas contemplando esa pintura en Medellín y preguntándome que escondía esta mujer que no miraba ni a su cliente ni al fajo de billetes que le tendía. Nunca supe si era por desprecio a él y a su dinero, o hacia su condición de mujer usada como mercancía.


En el Viacrucis como lo conocemos en la Biblia y el cine, muchos hombres y mujeres seguían a Jesús en su camino hacia el Calvario, y ellas se mostraban afligidas y llorando. En el Viacrucis de Botero es diferente: al fondo de cada escena hay una casa con la puerta entreabierta y generalmente tras ella hay una sola mujer. No esta afligida. Su cara refleja solo horror. El horror ante la tortura del hijo. Su actitud, temor. El temor hacia los uniformados. Por eso se protege con la puerta, la convierte en su escudo. En otros cuadros, el fondo es una casa de balcón o de una simple ventana y hay una mujer con los brazos abiertos, en actitud de grito, de reclamo, de denuncia. (Ver la Vía Dolorosa, Flagelación, Cristo atado).


Todas estas imágenes trajeron a mi mente las imágenes de las madres de Soacha, de los secuestrados y asesinados por la guerrilla, los paras, el ejército, la delincuencia organizada. Las madres de los miles de jóvenes que hemos perdido en nuestra guerra. El horror y el dolor de cada una cuando ve que se llevan a su hijo y sabe que nunca lo volverá a ver vivo. El temor a correr su suerte. Su grito al cielo para tener al menos el triste consuelo de su cadáver. La ausencia de hombres, de padres, de esposos. Mujeres solas.


La otra Colombia


El tema de la violencia también ha estado presente en la obra de Botero. Pero se profundizó e hizo evidente, como un testimonio para el futuro, cuando presentó su colección “La Violencia en Colombia”, que vi en el Museo de Antioquia. En ella plasmó la muerte, el dolor y el horror de nuestro largo conflicto: las masacres, los secuestros, los carros bombas, los escuadrones de la muerte, los entierros colectivos, los desplazamientos. Pintó a todos los actores: guerrilleros, narcos, paras, soldados, policías, delincuentes comunes, políticos corruptos. Era una muestra muy distinta a las del Maestro, cuadros que estremecían. Pero la superó otra, talvez más violenta, que vi en la misma Galería Marlborough en noviembre del 2006: su exposicion sobre Abu Ghraib. En ella mostró la crueldad, la humillación y el abuso de los soldados norteamericanos en la prisión iraquí en el 2003.


Este "Viacrucis' tiene esa misma violencia, pero se utiliza a Cristo para contextualizarla y retratar a Colombia. Para Cristina Carrillo de Albornoz, la crítica de arte que hizo el ensayo que acompaña el catálogo de la obra, Botero “capturó la intensidad y la crueldad, pero al mismo tiempo la desgarradora poesía de la última jornada de Jesucristo”. Para mí, una colombiana común e inmigrante que hace parte del 99%, lo que captura Botero es la intensidad del largo conflicto colombiano. Crudo. Sin poesía porque no la tiene. Fue lo que sentí al frente de cada uno de los 27 óleos, los grandes y los pequeños, y 34 dibujos, todos en pequeño formato y en una mezcla de lápiz, acuarela y color.


Porque es el dolor de Colombia


El entorno y los fondos de las obras, con excepción de la Crucifixión, pertenecen a Colombia. Los personajes son colombianos, así a veces porten el uniforme de los soldados romanos. La Verónica es más paisa que Rosita. Quien ayuda a despojar a Cristo de sus vestiduras en un afro-colombiano, con una camisa alegre y llena de palmas como las usadas por los costeños, con un reloj rolex como los jefes guerrilleros abatidos (así el de Reyes fuera chiviado), y con una gruesa cadena de oro, como los capos. El Judas que lo abraza antes de entregarlo se viste como cualquier pueblerino antioqueño y muestra la enorme esmeralda de su anillo. Los militares y policías tienen los uniformes colombianos. Jesús es sepultado en un cementerio colombiano que mezcla las galerías con las fosas de los jardines cementerios. Las casas y las vías pertenecen a nuestros pueblos.


Sin lugar a dudas Colombia vive presente en la mente del Maestro, quien repite en cada entrevista que solo por miedo no regresa, pero conserva la esperanza de vivir algun día en una Colombia en paz. Talvez por eso lo representa en sus obras. Y nada mejor para representar nuestra violencia que la Pasión de Cristo. Por eso estamos ahí, como víctimas, victimarios o espectadores pasivos. Colombia, donde la violencia, el resentimiento y la ausencia de perdón se evidencian en el día a día. Desde la más terrible masacre hasta las amenazas solo por emitir una opinión distinta. A título de ejemplo, en un foro de hoy en El Espectador, Carmen Arévalo fue amenazada porque le pidió a un forista más respeto a la ley.


Mientras los políticos distorsionan la realidad para ocultar la verdad, el Maestro la distorsiona para resaltarla y dejar un testimonio de los tiempos en que le tocó vivir. Lo hace como solo un gran artista sabe hacerlo: entre líneas. Por eso es tan difícil de leer.


Nota: Agradecimiento especial a la Galería Marlborough por permitir el uso de estas imágenes.


Por Elsa Tobón, colaboradora de Soyperiodista.com

Por Elsa Tobón, colaboradora de Soyperiodista.com

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