Ochagavía, Benegas y Haraszthy

Hoy, sus nombres no significan nada —o casi nada— para la mayoría de los consumidores del mundo. Vivieron hace más de 150 años y su trabajo se ha ido relegando al olvido. Sin embargo, siendo ellos unos seres resueltos y obstinados, cambiaron para siempre el mapa del vino americano. Viéndolo así, les debemos mucho. O, mejor dicho, todo.

El Espectador
12 de febrero de 2016 - 11:35 p. m.

Los sarmientos traídos por los misioneros jesuitas que acompañaron a los conquistadores correspondieron, en su mayoría, a uvas resistentes al calor y al frío, a la humedad y a la sequedad. No obstante, carecían de los encantos aromáticos y gustativos de las más finas y delicadas uvas europeas.

Pero a mediados del siglo XIX, empresarios y hacendados de Chile, Argentina y California se propusieron cambiar dicho estado de cosas y se dedicaron a importar cepajes nobles primordialmente franceses, porque estos sí permitían la elaboración de ricos y apetitosos vinos.

Para su fortuna, contaron con una inmensa ventaja: muchos de los inmigrantes europeos que buscaron refugio en las Américas conocían algunas de dichas variedades y, lo más importante, las sabían trabajar.

También los favorecieron las condiciones climáticas y la existencia de estaciones claramente definidas, como en sus países de origen.

En el caso de Chile, el principal responsable de importar variedades nobles —como Cabernet Sauvignon, Merlot, Cariñena, Chardonnay, Carménère y Syrah, entre muchas otras— fue Silvestre Ochagavía, uno de los primeros empresarios del sector, quien combinaba su pasión por el vino con una intensa actividad política, intelectual y de servicio público. Fue diputado, senador y ministro, pero, ante todo, fundador de Viña Ochagavía, todavía vigente.

En la vecina Argentina, la misma tarea estuvo en manos de otro hombre público llamado Tiburcio Benegas, empresario, senador y gobernador de la provincia de Mendoza. Benegas no sólo incorporó las variedades nobles a su región, incluida la Malbec, sino que diseñó un plan de estímulos para la creación de nuevas viñas y bodegas familiares, capaces de sustentar la creciente y sostenida demanda de vino por parte de los inmigrantes. Benegas fue creador de Trapiche, considerada todavía como la principal productora de vino del país austral.

Y en California el trabajo de modernización de la vitivinicultura local estuvo encabezado por el húngaro Agoston Haraszthy, soldado, mercader y emprendedor, quien realizó numerosos viajes a Europa para traer a su región no menos de 165 variedades de uva, entre ellas la Zinfandel. Igual que sus colegas del sur, Haraszthy fundó Buena Vista Winery, en Sonoma, la que hoy todavía brilla con resplandor. Los vinos de Buena Vista forman parte de la Segunda Gran Degustación Anual de Vinos de California, que se llevará a cabo en Bogotá este martes.

Definitivamente, Ochagavía, Benegas y Haraszthy merecen ser más recordados de lo que lo han sido hasta hoy.

Por El Espectador

 

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