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50 Festival Internacional de Cine de Thessaloniki

Hugo Chaparro Valderrama
20 de noviembre de 2009 - 02:39 a. m.

En las pantallas donde se proyectan los 267 títulos con los que el Festival Internacional de Cine de Thessaloniki celebra sus cincuenta años, los subtítulos en inglés y griego son una respuesta a la diversidad del público.

“¿Por qué el cine ahora?”. La pregunta emblema del evento quiere averiguar por la necesidad y la importancia de un arte que confronta al público con los matices del mundo registrado en la pantalla. El “enigma” que se propuso resolver el festival surgió de las palabras con las que el director francés Jean Renoir quiso revelar una de sus preocupaciones ante las imágenes: “Todos (los que están comprometidos con el cine) tendrían que reinventarlo todo desde el principio para que el cine siga con vida”.

Uno de los invitados a Thessaloniki, Werner Herzog, le hace eco este año a Renoir en el libro publicado por el festival acerca de su vida, su obra y sus milagros fílmicos —“Señales de vida: Werner Herzog y el cine”, de Grazia Paganelli—. Para filmar el cine de carácter insólito y sorprendente que define el “Mundo según Herzog”, el director alemán “tuvo que inventar el cine”, un cine a su medida, que se acomodara a sus intenciones, apostando consigo mismo y con sus ambiciones, como si Herzog fuera “el inventor de la cámara cinematográfica”.

Su testimonio es el de un realizador que respeta y aprovecha las posibilidades del arte con el que trabaja, filmando en contravía al empobrecimiento de la industria oficial y su manera de explotar al público con rutinas audiovisuales y temáticas que buscan exclusivamente la rentabilidad del negocio —lo que expresó de forma sorprendente un distribuidor de cine en Thessaloniki asegurando que las películas en un idioma distinto al inglés son catalogadas por el público como “cine arte” y son un tiquete seguro para fracasar comercialmente—.

Antes de cada proyección, en las pantallas del festival se leen las ideas que muchos directores tienen al respecto de su oficio: “Necesitamos el cine ahora, porque afirma la inteligencia visual y la compasión” (Atom Egoyan); “El cine continuará reflejando la vida; las vidas que llevamos y aquellas que de otra manera no habríamos conocido jamás” (Nandita Das); “El cine es el único lugar donde uno siempre sabe dónde están las salidas de emergencia” (Helier Cisterne).

Un cine que es ahora, en su mayoría, de tono depresivo por las imposiciones de la realidad en términos brutales. La pantalla no puede evitar el registro de conflictos recientes —el enfrentamiento recurrente entre palestinos y judíos como rivales históricos—; la solución ante las pesadillas del pasado a través de la ficción —de qué manera trastornó la vida de los rumanos el estado policivo y represivo antes y después de Ceausescu—; las versiones que ofrece ante la historia de su país una catedral cinematográfica de los Balcanes, el director serbio Goran Paskaljevic, a través de una filmografía que suma 25 títulos —no en vano, otro invitado a Thessaloniki con una retrospectiva completa de su obra—.

La riqueza visual se multiplica por el mapa del cine exhibido en el evento y por la audacia narrativa que permite confiar en el futuro del cine; en las razones para comprender por qué es una manera de acercarse al mundo del lado de allá y de acá de la pantalla, haciendo del caos un pretexto creativo para moldear los argumentos necesarios que permitan revelar y evidenciar nuestros miedos y algunas de las virtudes que nos permita algo tan dudoso como “la civilización”; lo que expresa a su manera un director colombiano invitado a Thessaloniki, Jorge Navas, con su primer largometraje, La sangre y la lluvia, donde el mapa de una ciudad se convierte en el mapa imaginario de un espectador atento a lo que transcurre en la pantalla y le sirve como traducción de la violencia a la que estamos sometidos y que el cine, desde la bondad de una silla donde el espectador se enfrenta a sus imágenes, descubre como un camino estimulante para que la inocencia no sea una trampa; para que la inteligencia de una película inspire una actitud más vigilante ante aquello que se llama realidad.

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