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70 años

Ricardo Bada
08 de mayo de 2015 - 03:32 a. m.

En varias ocasiones he dedicado esta columna a hablar de los alemanes.

No en vano llevo viviendo entre ellos más de cincuenta años, desde febrero de 1963, con un breve intermedio hispano-argentino. Pero nunca le dediqué una columna al país, a Alemania, y el momento de remediarlo es hoy, cuando se cumplen 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial.
 
Cualquiera que haya visto fotos de la ruina que era Alemania el 8 de mayo de 1945, un día después de la rendición incondicional de la Wehrmacht, comprenderá sin esfuerzo la gigantesca tarea que tenían por delante los alemanes. Nada menos que rehacer todo un país. Y a fe mía que lo consiguieron, en un tiempo récord. Ya en el 49 existían dos estados alemanes: en occidente la República Federal y en el bloque oriental la RDA (que de Democrática tenía lo que yo de fraile, y en cuyo seno estaba enquistado el enclave de los tres sectores occidentales de Berlín). Y a menos de diez años de acabada la guerra, Alemania ganaba en 1954 el primero de sus cuatro campeonatos mundiales de fútbol, momento histórico en que volvió a sentirse nación, resucitada de sus cenizas.
 
Otro récord lo podemos registrar en el día de la fecha: nunca, en su larga historia, disfrutó Alemania de un período de paz tan dilatado. Y hay un récord más, a mi juicio irrepetible: la República Federal puede preciarse de ser el único país del primer mundo que haya asumido la carga de asimilar uno del tercer mundo: la RDA.
Ahora bien, lo que más me importa destacar no son los éxitos políticos, económicos y deportivos de la Alemania salida de la debacle nazi. Lo que más me importa destacar es que las generaciones jóvenes no enfermas del alzhéimer neonazi saben que el sentido profundo del 8 de mayo de 1945 no consiste en haber sido una derrota sino una liberación.
 
Si, como dice el tango, sin congruencia gramatical, “veinte años no es nada”, cincuenta años sí son algo; más de la mitad de la esperanza de vida de un europeo como yo, nacido en 1939, al final de otra guerra, la civil española, que fue todo menos una liberación: un aherrojamiento. Y al cabo de esos más de cincuenta años de vivir en Alemania, donde tengo tres hijos y cuatro nietos alemanes, séame permitido decir que es una gran suerte para el mundo el que exista un país como este. Con todos sus defectos, que también los tiene. Pero recuerden las sabias palabras de Osgood Fielding III: “Nobody is perfect!”.

 

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