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Abad, Abad y Abad

Alberto Donadio
23 de agosto de 2015 - 02:10 a. m.

Todavía no se ha empezado a construir el Museo Nacional de la Memoria pero ya existe un insuperable audiovisual que tendrá que convertirse en exhibición permanente de esa institución. Me refiero a “Carta a una sombra”, el vibrante documental sobre la vida y la muerte del doctor Héctor Abad Gómez, realizado por su nieta Daniela Abad (junto con Miguel Salazar) y que abre, apropiadamente, con su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince.

Desde la publicación en 2006 de El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince ha logrado tocar las fibras de miles de lectores en decenas de ediciones en castellano y en otras lenguas con el retrato que hizo de su padre. Ese no es un libro, así, a secas; es una proeza de laparoscopia literaria que autorizaría a Abad Faciolince a jubilarse de la escritura. El olvido que seremos es equivalente al Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore.

Asombra favorablemente que Daniela Abad y Miguel Salazar hayan logrado ahora un testimonio fílmico tan estremecedor y tan fiel a la verdad como es El olvido que seremos en cuanto testimonio escrito. La sombra se desvanece y en la película se hace viva y amable y candorosa y formidable la figura del doctor Héctor Abad Gómez.

Pero no es suficiente que “Carta a una sombra” se exhiba en las salas de Cine Colombia. Debe proyectarse todos los años en las distintas ferias del libro de todas las ciudades del país, en exhibición permanente y gratuita. Debe llevarse a todas las ferias internacionales en que Colombia tenga un pabellón. En Medellín, debe mostrarse todos los días del año en la Universidad de Antioquia, donde el doctor Héctor Abad Gómez fundó la escuela de salud pública. Debe ofrecerse como DVD para que podamos enviarlo al exterior a los familiares y amigos, junto con el bocadillo y el manjar blanco. Debe pasarse en los consulados colombianos en la fiesta del 20 de julio. Debe transmitirse de manera continua en los televisores de los aeropuertos.

El filósofo y periodista André Gorz, cofundador de Le Nouvel Observateur, decía que la única riqueza humana es la sensibilidad y agregaba que todas las demás son riquezas materiales. En la tierra del carriel, en la Villa de la Candelaria, cual si todo se fincara en la riqueza, en menjurjes bursátiles, el doctor Héctor Abad Gómez fue uno de los antioqueños más ricos de toda la historia. Si se hubiera realizado únicamente para resaltar su sensibilidad extraordinaria el documental ya cumpliría su objetivo, porque es inusual encontrar un alma masculina sensible en Antioquia, donde abundan quienes descuajan montañas, levantan hilanderías, siembran banano y atesoran numerarios.

Son legión los colombianos ciclistas y pintores, cantantes y futbolistas, conocidos allende los mares. En cambio, son escasos nuestros héroes civiles. En cuanto a los contemporáneos la lista es breve: Alfonso Reyes Echandía, Guillermo Cano, Héctor Abad Gómez. Sí, asesinados en ese orden, en 1985, 1986 y 1987.

Aparte de la reconstrucción de la vida del doctor Héctor Abad Gómez como esposo, padre de familia y cultivador de rosas, como médico de salud pública, profesor de la Universidad de Antioquia, consultor médico internacional, defensor de los derechos humanos y vocero de la conciencia ciudadana, el documental cumple otro propósito: el de comenzar la tarea de repudiar a quienes destruyeron y deshonraron a Antioquia y a Colombia. No es lo mismo ser descendiente del doctor Héctor Abad Gómez que serlo de los narcotraficantes, paramilitares y asesinos que ordenaron su muerte y miles de homicidios más. Los familiares de éstos últimos sujetos no son responsables, en la órbita penal, de los crímenes de sus padres, pero no son ciudadanos a menos que públicamente rechacen a sus progenitores y renuncien a sus fortunas malhabidas. El baldón se hereda, como se hereda la honra. Loor al nombre y a la memoria del doctor Héctor Abad Gómez.

 

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