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Abecedario

Juan David Correa Ulloa
25 de julio de 2008 - 02:55 a. m.

A Ambrose Zephyr le han dicho que va a morir. Se lo han dicho delante de su esposa, de la columnista de literatura de una revista para mujeres, Zappora Ashkenazi.

Se lo ha dicho un médico, así, de súbito, como se anuncian las malas noticias. Se lo han dicho y él, a sus cincuenta años, no se lo puede creer. Tiene un mes para vivir, señor, dice su médico. Y él, un creativo de una agencia de publicidad, y después de aceptar la noticia, se toma en serio la idea de que al filo de esos treinta días su sombra dejará de proyectarse sobre las aceras de Kensington Gardens, el barrio en el que vive desde hace años con su esposa.

A veces los libros nos encuentran sin que los busquemos. Quizá no hay mayor fatalidad que entrar en una librería y preguntar por una novela sobre tal o cual tema. Las novelas, por lo general las buenas, se ocupan de casi todo: del amor, de la muerte, de la espera, de los viajes, de los celos... de la vida. Y en El gran viaje de Ambrose Zephyr, del tipógrafo canadiense C.S. Richardson, está todo eso condensado de una manera asombrosa. Asombrosa, digo, no porque allí se encuentre algo distinto a ese temor que tenemos todos de morir. Asombrosa, repito, porque en este relato uno puede palpar la angustia de un hombre y una mujer que deben despedirse.

Zephyr es un tipo de la medianía. No le interesa sobresalir. Es un empleado que cumple con su deber. Que ama a su esposa. Que todas las mañanas repara en sus vecinos y mira el cielo y tiene dos trajes y una vida apacible; una vida sin quejas ni reparos: una vida que, no cabe duda, ha aprendido a querer. Pero ahora va a terminar. Y Ambrose Zephyr, cuya única afición en la vida han sido las letras y la tipografía, decide, la misma noche en que comienza la cuenta final, ir detrás de cada una de ellas y convertirlas en un improbable viaje hacia de los lugares que ambos, él y su mujer, amaron en la vida.

A de Ámsterdam pero también a de “A veces la vida es aburrida”. B de Berlín y de una tarde en Unter den Linden; C de Chartres y una iglesia y una postal y un beso en un café de paso. E de Eiffel porque, se sabe, cualquier condenado a muerte tiene el derecho de hacer su propio abecedario y decidir que no puede morir sin volver a ver París. Y así, entre trenes, aviones, y el tiempo regresivo que se consume, el héroe de esta novela irá pasando sus últimos días mientras Richardson, con economía de estilo, va sumergiéndonos en el pasado de esa pareja que corre tras el tiempo.

Lo dije más arriba: a veces los libros nos encuentran sin que los busquemos. Así, mientras todos esperamos algo, mientras a veces esa espera parece interminable, un hombre cualquiera, como Ambrose Zephyr, nos enseña que detrás de cada letra hay un paraje que vivimos en la vida y que no queremos olvidar.

El gran viaje de Ambrose Zephyr, C.S. Richardson, Lumen.

ojoalahoj@yahoo.com

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